¿Y ahora qué?


Hace algunas semanas atrás escribí­a sobre la lucha contra el crimen organizado, teniendo como un punto medular, la exigencia por la recuperación del territorio nacional por parte de las fuerzas legí­timas del Estado. Ahora que el Gobierno ha decretado el estado de sitio en Alta Verapaz, anunciando que podrí­a hacerlo en otras regiones del paí­s, se me presenta la pregunta: ¿y ahora qué?

Mariano Rayo
Diputado Unionista

Sin duda que el uso único de la fuerza en la seguridad bloquea la inteligencia y brinda oportunidades hasta para hacer el ridí­culo. Esta situación es factible de que suceda si las cosas no se hacen bien o de manera precipitada. Caracterí­sticas estas últimas del gobierno actual.

Las polí­ticas de seguridad se pueden simplificar en dos grandes corrientes, la que utiliza mucha fuerza con poca inteligencia y la que emplea mucha inteligencia con poca fuerza; entendiendo lo anterior en sentido general, ya que inteligencia no sólo es información y espionaje, sino estudio y conocimiento de la amenaza del crimen organizado y el narcotráfico. Por otro lado, la fuerza puede emplearse de forma reactiva, ostentosa e inútil, o de manera planificada, cuidadosa y eficaz. La situación que vive el paí­s demuestra tres cosas: que el crimen organizado se está multiplicando, que los miembros de estas organizaciones de extorsionistas, narcotraficantes, mareros, secuestradores, asesinos a sueldo, asaltantes y demás se han convertido en una fuerza eficaz frente al poder legí­timo del Estado, y que la polí­tica del Gobierno ha fracasado.

En la tradición más primitiva, la seguridad es considerada un asunto de militares y policí­as y estas profesiones son comprendidas como técnicas para usar la fuerza, al punto que, en casos extremos, a los encargados se los entrena para actuar sin analizar y obedecer sin pensar.

El Ejército guatemalteco no pudo detectar, a principios de la década de 1980, la movilización de miles de personas entre combatientes y personas de apoyo en la ofensiva guerrillera sobre el altiplano. Por supuesto que la misma guerrilla no estaba preparada e improvisó, lo cual facilitó su derrota posterior, pero el punto es que en su momento, la inteligencia provení­a de redes sociales que lo mismo reportaban movimientos, que confundí­an al Ejército o proporcionaban datos sobre la personalidad y costumbres de los militares. En la tradición militarista es más importante provocar miedo a la autoridad, que crear una cultura de la legalidad, cuando es esa cultura la que construye los soportes de información, cooperación y confianza en el Estado, al mismo tiempo que reduce la reacción y aí­sla el problema. De esa manera, cuando la represión se vuelve inevitable, ésta puede ser precisa y eficaz. Las polí­ticas de seguridad que priorizan la fuerza generan ellas mismas una resistencia que multiplica el problema. Es un problema matemático y fí­sico, la ventaja social aumenta numéricamente las posibilidades de información y todos sabemos que si aplicamos fuerza sobre un objeto recibimos una fuerza de reacción en dirección contraria, por ello fue necesaria la rueda y la palanca que, en definitiva, son más inteligencia que fuerza.

La inteligencia británica y la israelita son las mejores del mundo, la primera preventiva y la segunda operativa, pero ambas parten de la doctrina británica de dominar teniendo ventaja social. Las comunidades y las relaciones de las instituciones con éstas, y no los aparatos especiales, son el corazón de la seguridad.

El dominio en información y conocimiento es lo que permite a los policí­as británicos no portar armas de fuego. La fuerza es claramente un recurso de última instancia y es difí­cil encontrar policí­as rudos y agresivos.

Para Guatemala la experiencia británica puede ser de gran utilidad. La construcción de relaciones comunidad-instituciones y el principio de conocer y cooptar para aislar el problema, resultan más valiosas que el modelo aparatoso, caro, represivo e ineficiente de una seguridad basada sólo en la fuerza, como la que se prevé con la instauración del estado de sitio en Alta Verapaz. Para un paí­s en conflicto como el nuestro, se necesita conquistar e incorporar territorios que se abandonaron a partir de 2001, y es esencial la idea de aislar a los grupos armados del crimen organizado y evitar a toda costa acciones y conductas de la fuerza pública que multipliquen la conflictividad. Esta es una llamada entonces de atención a las fuerzas del Estado para este momento en Alta Verapaz.

Aprender a diferenciar al enemigo armado, del no armado; al cuerpo social de apoyo, de los grupos armados mismos; al opositor a la medida, del enemigo de la acción, de la protesta social, son componentes centrales que facilitan tener ventaja en el uso preciso de la fuerza. Esto evita errores como reprimir donde hay que ganar simpatí­as o maltratar a quien se debe cooptar.

La tentación del modelo vengador que exhibe las cabezas de sus enemigos es siempre grande por ser más fácil para ganar electores, lo trágico es que ese camino puede costarle más a la fuerza pública.

Hay que bajarle el tono a las acciones del Gobierno en relación al estado de sitio, no es el momento de anunciar la devolución de la gobernabilidad en Alta Verapaz, si sólo lo que se está logrando, por el momento, es la presencia de las fuerzas de seguridad en algunas regiones de ese departamento.

Concluyo, estoy a favor del estado de sitio, pero si la presencia no evoluciona, a partir de la inteligencia y la relación con la comunidad, será un fracaso.