Ya nos encontramos en la víspera de la Navidad. Quedan pocas horas para conmemorar el cumpleaños del Niño Dios que, según la creencia popular, nació hace dos mil diez años en una caballeriza miserable de Belén.
Mientras el bullicio de los centros comerciales invade el corazón de frenéticos compradores que gastan sus últimos centavos en la adquisición de regalos para quedar bien por encima de sus verdaderos recursos, en las calles de la ciudad capital, los congestionamientos de vehículos son un dolor de cabeza para los conductores, que ansiosos tratan de regresar a sus hogares dando gracias al Creador porque vuelven con vida, en medio de tantas manifestaciones de violencia, algunas en los atascaderos de tránsito y otras propiciadas por los amigos de lo ajeno.
Es un descomunal despelote fomentado por una operación comercial de gigantescas proporciones, que nos ha hecho creer cosas que no son ciertas como la llegada de Santa Claus cargado de regalos.
El escritor colombiano Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura en 1982, nos ilustra al respecto recordando que: «La mistificación empezó con la costumbre de que los juguetes no los trajeron los Reyes Magos -como se dice en España- sino el Niño Dios. Los niños nos acostábamos más temprano para que los regalos llegaran pronto, y éramos felices oyendo las mentiras poéticas de los adultos. Sin embargo, yo no tenía más de cinco años cuando alguien en mi casa decidió que ya era tiempo de revelarme la verdad. Fue una desilusión no sólo porque yo creía de veras que era el Niño Dios quien traía los juguetes, sino también porque hubiera querido seguir creyéndolo».
Las fiestas de Navidad están rodeadas de muchos mitos que transmiten valores y creencias que están muy lejos de la realidad. Al despertar, nos percatamos que todo esto ha sido alimentado por una avalancha publicitaria con fines económicos inconfesados para satisfacer la codicia de unos pocos.
Desdichadamente, el verdadero espíritu de la Navidad se ha perdido al grado que en esta época de convivios, tragos y parranda, muy pocos se acuerdan del Niño Jesús.
Los juegos pirotécnicos y los foquitos de colores, sólo se ven en los principales centros urbanos. En los barrios marginales y en el área rural, la situación es muy distinta, pues allí lo que impera es la pobreza. Más del 54 por ciento de la población apenas si tiene con qué comer. A esos compatriotas no les «sobra» dinero para quemarlo con cohetes. En esos lugares olvidados, la desnutrición y la exclusión social son el grito lacerante de todos los días. Son los condenados de la tierra que no saben de la Navidad. Lo único que conocen es la miseria, el hambre y la enfermedad.