La Nochebuena y Navidad es la principal festividad de origen religioso que se celebra al finalizar el año. Tras siglos de haber sido implantada en Guatemala, muestra diversos rostros en cada lugar del país, desde Ayutla hasta Chiquimula y desde Poptún hasta Panajachel. Casas e iglesias se decoran, casi siempre, con Nacimientos, pero la alegría se comparte en las familias que la celebran con comidas y diversas actividades.
Numerosas tradiciones se han ido incorporando a la cultura guatemalteca a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI. El árbol de Navidad, el personaje de Santa Claus, las variantes gastronómicas como el pavo, los pasteles navideños, galletas e ingredientes novedosos en preparaciones tradicionales, como la fruta deshidratada en el ponche son algunas de estas incorporaciones culturales. Otras, como las tarjetas navideñas (originadas en Londres en 1846 y enviadas por correo desde 1870), entraron con ímpetu, tuvieron su época de apogeo y, con las actuales tecnologías de información y comunicación, se han ido perdiendo paulatinamente. Estas innovaciones tienen ya un respetable tiempo, por lo que se consideran infaltables en las celebraciones de fin de año.
Por ejemplo, el árbol, tradición de origen germano, se incorporó en las celebraciones navideñas a finales del siglo XIX y principios del XX, con las migraciones de alemanes y, especialmente, de estadounidenses al país, debido a la actividad cafetalera y financiera, de los primeros, y del ferrocarril y una empresa bananera transnacional, de los segundos. Los primeros árboles estuvieron en la casa de los empleados y funcionarios extranjeros, de donde se difundió la costumbre al resto de la población en centros urbanos, especialmente la ciudad capital. Debido a los privilegios arancelarios generalización en Estados Unidos. Las bombas surgieron en Francia en 1858 y las luces eléctricas en 1882 en Estados Unidos. Lo mismo ocurrió con la figura de Santa Claus (creada por el dibujante germano estadounidense Thomas Nast en 1863 y modificado en 1886), que ya era considerado «tradicional» en Guatemala en el decenio de 1920. Junto a estas innovaciones, se conservaron y afianzaron otras actividades ya tradicionales, como los nacimientos, posadas y quema de pólvora. Sin embargo, la difusión por el resto del país de las costumbres ha sido desigual, por lo que se ha consultado con algunos informantes sobre las variantes navideñas en puntos específicos de la geografía guatemalteca, así como en distintas épocas.
PANAJACHEL
El artista Enrique Anleu Díaz, quien pasó algunas navidades en Panajachel, recuerda las actividades en 1947. «En Panajachel pasé la Navidad en la casa de mi tío, don Juan Bautista Mazariegos Benavente, quien tenía una botica, llamada El Alfa. Mi tío hacía uno de los nacimientos más grandes en Panajachel. Lo armaban en medio cuarto, de los cuartos grandes. Colocaban camellos y otros animalitos. Recuerdo que ponía un cielo de estrellas plateadas. El otro nacimiento grande era el de la iglesia. Aunque la iglesia estaba en ruinas [por los daños del terremoto de 1942], utilizaban un cuarto para hacer el nacimiento. La iglesia se reconstruyó gracias al sacerdote Juan Manuel Amézaga, de origen vasco». De acuerdo con Anleu Díaz, los nacimientos eran colocados sobre tarimas. «Para que no se viera la madera, la cubrían con hojas de pacaya y, para decorar, se colocaban tiras de manzanilla ensartada», como guirnaldas, y también se colocaban las llamadas chichitas [Solanum mammosum]. «Como éramos patojos traviesos, nos comíamos las manzanillas, aunque lo teníamos prohibido», añade, «pero lo más característico era el olor a pino que se echaba en el suelo, hasta en las casas más sencillas. Como las señoras eran muy religiosas no faltaba el incienso. Años después se utilizó hasta el incienso que vendían en los almacenes chinos. Se hacían posaditas, aunque eran sencillas. Se tomaba «caliente», que era un ponche de piña con azúcar y canela».
En Panajachel se preparaban tamales, pero eran diferentes a los capitalinos, pues su consistencia era más blanda y tenían arroz. «Eran navidades tristes», indica el artista, «porque estábamos acostumbrados a quemar cohetes todo el día y en Panajachel no había. Para los adultos, lo alegre era la reunión y celebraban con licor. Se tomaban sus «farolazos» durante la noche», haciendo alusión a un término para designar las bebidas alcohólicas y que se tomó de una marca de la época. «Recuerdo que había una bebida denominada Volcán», que era un aguardiente, «aunque el que vendía los aguardientes más finos era don Armando Jordán, en la tiendecita La Miniatura. En la casa de mi tío hacían chompipe [pavo] relleno y, a veces, pierna de cerdo. En mi casa, en Guatemala, era distinto, quemábamos cohetes todo el día y mi mamá ponía arbolito, no nacimiento, con foquitos eléctricos». Esto es evidencia de la incorporación temprana de los árboles y decoración navideña en los hogares capitalinos.
«En la zona 1, teníamos vecinas que sí hacían nacimientos. Una de ellas traía cosas de México, así que cada año el nacimiento era más grande. Recuerdo que tenía unos Reyes Magos bastante grandes. Se «mandaban» [hacían derroche]. Los demás vecinos teníamos arbolitos. En Panajachel también extrañaba las uvas y manzanas, porque en la capital nos pasábamos comiendo todo el tiempo y tampoco se encontraban en Panajachel. Me acuerdo que la libra de uvas costaba Q0.30, que si se hace una comparación, con Q0.25 se podía ir a la luneta en el cine Lux y alcanzaba para comprar un exquisito pastel». En el relato se evidencia la incorporación de elementos foráneos como el consumo de uvas y manzanas, así como los recursos tecnológicos de la época.
CHIQUIMULA
Algo similar recuerda la señora Erica Flores, quien relata el nacimiento que elaboraba la señora Lichita Flores, en Chiquimula, cuya casa estaba en la calle que conducía de El Calvario al puente del Molino, alrededor de 1942. «Era un nacimiento muy bonito y famoso en Chiquimula. En aquella época Chiquimula era pequeña. Lo elaboraban en un cuarto completo, que daba hacia la calle. Abrían la puerta y colocaban una pequeña baranda para que las personas pudieran verlo, pero sin entrar a la casa. Hacían ríos, lagos, montañas y bosques en miniatura». La festividad se completaba con la gastronomía: «La comida principal consistía en tamales», indica. Para esa época, la figura de Santa Claus ya era conocida por los niños y a él se atribuía la distribución de regalos en la Nochebuena. En este caso, puede verse la conservación de tradiciones centenarias con la introducción de la figura navideña de Santa Claus, que pronto asumió características puramente comerciales.
SANTA ROSA
Por su parte, la antropóloga Aracely Esquivel Vásquez, recuerda las navidades en la finca Palo Pique, aldea La Virgen, Oratorio, Santa Rosa, en 1964. «Aunque no se hablaba de Navidad», rememora, «sino de Nochebuena». Lo más destacado de la festividad era la comida. Se elaboraban tamales de chumpe [pavo] y las familias con recursos preparaban marrano o, si contaban con más dinero, una vaca.
«Para elaborar los tamales colaboraban todos en la familia. Unos, recolectaban hojas de guineo majunche [variedad de musácea] y los bejucos para amarrar los tamales. La hoja se cortaba completa, se secaba en el tejado de las casas y se sacaba la vena de un tirón. Así, las hojas se podían utilizar sin necesidad de cocerlas para hacerlas flexibles. Los ingredientes del recado se doraban en comal o asados al fuego de leña sobre parrillas y se molían en piedra de moler. Para moler el maíz se llevaba la carga a caballo hacia los molinos. En el proceso, se mezclaba la masa colada en sedazo, con manteca de coche, al fuego, sin dejar de agitar para que no se ahumara. Al llegar a su punto, se le echaba la sal. Se requería de todo un día. Se le añadía la carne de chumpe. No se usaban pasas, aceitunas ni ciruelas», según la receta tradicional, ya que estos ingredientes son de posterior incorporación en la receta. «La jefa del hogar se encargaba de envolver y las hijas amarraban los tamales». Se elaboraban entre 75 y 100 tamales por familia, para compartir con familiares y vecinos y se consumían en varios días.
«Cuando se sacrificaba un cerdo, se elaboraban los chicharrones de manteca. Cuando estaban listos los chicharrones, se escurrían. La manteca sobrante era utilizada para hacer carnitas, con carne y vísceras del animal. También se elaboraba moronga [morcilla] y carne adobada, con lomo y posta, que se servía asada», añade.
El perito agrónomo Edgar Esquivel Vásquez recuerda la forma de engordar los cerdos en esa época. «Era una forma artesanal», indica, «no existían los concentrados de ahora. Para engordar el cerdo de Navidad, el propietario tomaba la decisión como seis meses antes, lo castraba y lo engordaba. Muchas personas le daban desperdicios de la cocina y se le amarraba para que no estuviera vagando ni hurgando estiércol. Los que tenían ganado vacuno, como mi familia, utilizaban el suero sobrante de la producción de requesón y crema para alimentar a los cerdos. Otras personas usaban el chilate, que es el residuo líquido de la elaboración de tortillas, también le dicen agua chiva. Como la Navidad es al final del año, también se les daba el desperdicio del maíz aporreado en la cosecha. Pero los cerdos engordaban más con suero». Entre los detalles que recuerda el señor Esquivel se encuentra la inspección que se le hacía al animal por riesgo de cisticercosis: «Se le conocía como «sarna». Los compradores de cerdos eran expertos, revisaban la lengua del animal para buscar huevecillos. Era muy raro encontrar alguno; pero, si se encontraba, se le sacrificaba y se destinaba para fabricar jabón de coche».
Si el animal sacrificado era una vaca, participaban varios vecinos. Con la carne se preparaba cecina. Se regalaban los huesos y parte de la carne entre quienes hubieran llegado a la actividad. El cuero también se distribuía para fabricar coyundas para bueyes, aciales para azotar a los caballos y correas para encuerar camas. La familia Esquivel Vásquez, en aquella época, sacrificaba una vaca, un cerdo y elaboraba alrededor de 100 tamales con carne de pavo y cerdo. También era una costumbre elaborar pan regional, conocido como quesadilla, que se consumía en el hogar y se repartía entre los vecinos y familiares.
La antropóloga recuerda algunos detalles: «El día de Nochebuena, por la noche, a mi casa llegaban los vecinos, sólo nosotros lo celebrábamos, los vecinos cercanos eran algo tímidos. Mis papás los invitaban. Esperábamos las 12 de la noche, bailando con tocadiscos de acetato. Los patojos jugábamos a escondernos y hacer bromas. Los adultos conversaban sobre la vida cotidiana, como venta de animales. A los niños nos prohibían involucrarnos en las actividades de los adultos. Al llegar a la noche, se hablaba de la Nochebuena. No se hacía árbol ni nacimiento. Mientras tanto, se servía ponche, elaborado con panela, manzana, papaya, piña y plátano. A las 12 de la noche, se servía el tamal, pan, quesadilla y café. Después de la comida, todos regresaban a sus casas».
Según su relato, la vida continuaba al día siguiente: «Al otro día todo normal, se ordeñaba y se recolectaba la leche. Pero, como el lechero era de una empresa, no trabajaba y se quedaban como 300 litros de leche. Esto se usaba para elaborar grandes cantidades de queso y requesón, con ayuda de las hijas. El desayuno era con tamal. Mis papás enviaban tamales a los vecinos para que desayunaran. El almuerzo era guiso de chumpe preparado en horno de leña».
La incorporación de patrones culturales en la región fue presenciada por los hermanos Esquivel. La antropóloga indica: «En 1965, un vecino, don Félix Lutín, quien vivía al otro lado del río Seco, hizo Nacimiento y nos invitó a celebrar la Nochebuena en su casa. En lugar de hacer la reunión en nuestra casa se hizo en la de don Félix. Hizo el Nacimiento en un cuarto. Le quedó lindo, tenía de todo, altar, bricho, cielo con una sábana y estrellas plateadas, adornos vegetales, flores, frutas, chichitas o teteretas… Las teteretas se recolectaban en el campo, a la vera del río. Le colocó cordones de manzanilla, pino regado en el piso y el Niño estaba cubierto con una tela».
Para ella fue de impacto el viaje desde su casa a la de don Félix. «Salimos de noche. Mi papá llevaba el tocadiscos al hombro y nosotros mirábamos el cielo y la Luna llena, era un espectáculo. El único lugar donde los niños teníamos miedo era en la montaña, teníamos que atravesar el bosque. Como decían que detrás de los amates salían los espíritus era el único lugar donde teníamos miedo, más porque no entraba ni un rayo de luz de Luna por la exuberante vegetación. Mi papá llevaba una linterna para ver el camino en esa parte. Teníamos que atravesar el río. Como no había puente, los vecinos colocaban piedras para poder pasarlo, lo que se podía hacer fácilmente en época seca. Como a 50 metros del río, estaba la casa de don Félix. Cuando llegamos, los hijos de don Félix bailaron con las hijas de los rancheros de mi papá. Como éramos niños no bailábamos todavía. Los adultos fumaban y tomaban licor. Decían que tomaban sus «farolazos». A las 12 de la noche, en lugar de cohetes, algunos hombres lanzaron disparos al aire libre y nosotros golpeamos tapas de aluminio para hacer ruido».
Lo más ingenioso de don Félix fue el proceso para mostrar al Niño. «Alguien, a escondidas, iba destapando al Niño poco a poco, muy lentamente, con un hilo invisible, como hilo de pescar. Cuando lo destaparon, las mujeres cantaron alabados para el Niño. Me impresionó que, al momento de destapar al Niño, mugieron el buey y la vaca, rebuznó el burro y cantó el gallo. Después, siguió la comida y el baile. Desde entonces, se volvió costumbre que don Félix hiciera el Nacimiento».
Según indican los informantes, no se practicaba la costumbre de ofrecer regalos. «El regalo era el estreno», indica la antropóloga. «Toda la gente «hacía» estreno, con recursos o no, desde zapatos hasta ropa interior y sombreros. Para las señoras mayores también se incluían sombrillas para protegerse de la luz solar».
Como era un área rural, sin energía eléctrica, la iluminación se hacía con lámparas de gas. En las casas sencillas se utilizaban candil y candelas. Los candiles comunes consistían en frascos de vidrio, muchos de los llamados «octavos» de Quezalteca. Con un clavo se perforaba la tapa metálica. Se llenaban de gas hasta la mitad y se elaboraba una mecha de alguna tela vieja, especialmente de lona. Se retorcía y se extraían algunos hilos por el agujero en la tapa. Al encenderse, se iba consumiendo el gas, sin dañar la mecha. También eran comunes las candelas, que se adquirían en pulperías, que eran pequeños comercios donde se compraba café, azúcar, arroz, jabón, manteca, gas, cigarros y fósforos. Para hacer funcionar el tocadiscos era necesario adquirir baterías en la cabecera departamental o en la ciudad capital.
San Marcos
La educadora Julie Castillo recuerda las navidades en Ciudad Tecún Umán, antiguamente llamada Ayutla, en el departamento de San Marcos, hacia 1978. «Lo tradicional era atravesar la frontera a Suchiate, Chiapas, para hacer las compras necesarias, sobre todo de productos enlatados», narra. Luego, en cada casa «todos los que llegaban de la familia participaban elaborando los tamales. A cada persona se le asignaba una tarea: lavado de hojas, despitado, elaboración de pelotas de pita, preparación de la masa, decorado, envuelta y amarre, por ejemplo. La comida se preparaba en los corredores, debido al calor, en largas mesas y se preparaban fogones en los patios». Como puede verse, eran actividades integradoras para cada grupo familiar extenso. La costumbre de trasladarse al otro lado de la frontera indica los fuertes lazos tradiciones de las comunidades de la región. Sobre esto, la educadora añade: «La primera fiesta que se celebraba era la de la Virgen de Guadalupe. En cada casa se elaboraba un altar. Probablemente por la cercanía con México».
«Las posadas las realizaban solamente las familias originarias de Ayutla», recuerda, «y era un honor que jóvenes, niños y adultos mayores llegaran a la casa de los anfitriones. Llegaban entre 100 y 150 visitantes a cada posada. Al finalizar los cantos y oraciones, se realizaba fiesta con marimba y «guareque» [ron]. Entre las familias originarias se encontraban los Preciado, Pereda, Wulford (cuyo fundador llegó como marino al puerto de Ocós), Andrade, Rabanales y Nufio. La Nochebuena, se visitaba a familiares y amigos, llevando como presentes los tamales preparados por cada casa. Al llegar, los anfitriones ofrecían una comida a los visitantes, que consistía también en tamales. El día de Navidad, la costumbre era realizar un paseo por la orilla del río desde temprano hasta las cinco de la tarde. Se almorzaban tamales y se compartía con todos los que llegaran. También era una tradición visitar los nacimientos. Se vaciaban las salas y se decoraban para simular desde cielos hasta caminitos. Recuerdo que colocaban bombas como luceros desde el techo, casi siempre de machimbre, colgadas con bricho. En las casas de familia las imágenes de los santos eran de madera, antiguas y de grandes dimensiones». Esta narración hace patente la conservación de las tradiciones más antiguas con la incorporación de elementos novedosos, como las bombas y el bricho.
PETí‰N
En tiempos recientes, las navidades se celebran con la misma alegría en Poptún, Petén. Según la abogada Lucrecia Hernández «la comida es la especial. Se preparan tamales de cerdo, generalmente. Y se acompaña con ponche de frutas, que lleva caña de azúcar, naranja, coco, piña, manzana y pasas». Como puede verse, las costumbres en cada región permiten las variaciones en las recetas. Al parecer, la incorporación de manzanas y pasas es reciente. «Durante toda la noche, se realizan visitas a familiares y amigos. Sin importar la hora, se recibe a los visitantes con tamales y ponche. Cada casa instala su árbol y nacimiento. El intercambio de regalos se hace entre familiares, aunque no se acostumbra poner los regalos bajo el árbol, sino entregarlos personalmente». Nuevamente, la mezcla de actividades centenarias con incorporaciones recientes se hace evidente.
EN OTROS LUGARES
A los relatos narrados por los entrevistados, se suma la muestra tangible de la pervivencia de las tradiciones en distintos lugares del país. En Comalapa, por ejemplo, se conserva la tradición de engalanar la nave del templo antiguo con cordones de pino, conocido como «gusano», decorado con manzanilla. Como innovación, se añaden luces intermitentes. La misma decoración, pero con materiales industriales contemporáneos, se encuentra en Patzún. En Panajachel, el Nacimiento, como narró el informante, continúa elaborándose, decorado con los elementos tradicionales: paxte, pino y gallitos, a lo que se añaden luces intermitentes. En Santa Apolonia, Chimaltenango, puede verse la combinación del árbol nórdico con el nacimiento mediterráneo, decorados con bricho, bombas, luces intermitentes, manzanilla, musgo, aserrín y flores de pascua, naturales y artificiales. En San Pedro La Laguna aún se colocan las bombas como luceros, pendientes del techo con bricho, combinando estas innovaciones con luces intermitentes, gallitos, musgo y ataviando las imágenes con el traje regional. Además, en Santo Domingo Xenacoj, debido a las dimensiones del Nacimiento, que se coloca al aire libre, se decora con una combinación de elementos tradicionales e innovaciones, como esferas de plástico para simular bombas en árboles; bricho, bombas, paxte, flores de pascua, paja y luces intermitentes para completar el decorado.
A lo largo y ancho de la geografía guatemalteca, sin importar las épocas, Nochebuena y Navidad se celebra y ha celebrado con alegría, incorporando novedades y conservando tradiciones. Sonidos, aromas, sabores y colores se mezclan según la voluntad de las generaciones que hacen suyas y reinventan diversas formas de mostrar esa alegría.