Aunque las fiestas de Navidad y Año Nuevo fueron acontecimientos de relevancia en la Capital del Reino, se conoce una secuencia de celebraciones religiosas muy importantes que abarcaban de diciembre de un año hasta febrero del siguiente como fue el caso de los días dedicados a La Purísima, N. S. de Guadalupe, Nochebuena, Navidad, Santos Inocentes, Circuncisión, Epifanía y Candelaria, las que fueron sin duda motivo de regocijo y actividad devocional en muchos templos de la urbe colonial.
En esta oportunidad se centrará la atención en un pequeño templo filial situado en la jurisdicción de la parroquia de N. S. de Candelaria situado al nororiente de la ciudad conocido como ermita de N. S. de Dolores del Cerro, allí estaba alojada desde principios del siglo XVIII una imagen de Virgen de Dolores que el cronista dominico Fray Francisco Ximénez relata su origen y trascendencia para el pueblo devoto, siendo importante señalar lo vertido en el contexto de la vida de Fray Domingo de los Reyes cura párroco de Candelaria durante muchos años, quien debido a su celo y diligencia fue realidad templo y devoción de los lugareños; aunque para 1709 este religioso había fallecido, notables fueron las palabras del cronista Ximénez al referirse a su ejemplar trabajo en estos términos «…a él se le debe todo lo que hay hoy en aquel curato y la devoción que fundó en la Candelaria de rezados y otras devociones…» sin duda alguna alude entre otras importantes actividades piadosas la correspondiente a N. S. de Dolores del Cerro. Esta imagen contó con su propia organización piadosa que mantuvo por muchos años la devoción, parte de esos esfuerzos pueden ser leídos en su libro de cofradía resguardado en el Archivo Histórico Arquidiocesano «Francisco de Paula García Peláez», esta cofradía fue autorizada por el obispo el 15 de noviembre de 1707 y destaca que celebraba su aniversario, doce misas en el año una por mes y la actividad del «Niño Perdido». Es a partir de 1708 cuando aparecen regularmente las actividades consignadas en el libro de cofradía antes mencionado, aunque se sabe que esta actividad debió surgir antes. El acucioso cronista Ximénez escribió algunas líneas acerca de la actividad piadosa del «Niño Perdido» y ello permitió que no se perdiera su recuerdo y en la década de 1990 doña Josefina Alonzo de Rodríguez en el contexto de otra investigación en la cual consultó el libro de cofradía mencionado, brevemente se refirió a dicha actividad.
En esta ermita la actividad devocional del «Niño Perdido» era celebrada el 14 de enero de cada año por lo que teniendo en cuenta que para ese entonces esta parroquia estaba servida por frailes dominicos, dicha celebración estuvo muy vinculada a otra que incentivaron con ahínco los religiosos de la Orden de Santo Domingo como era la del «Dulce Nombre de Jesús», la festividad del «Niño Perdido» debió contar con una imagen de Niño Jesús y fue una actividad diferente a la surgida en 1711 en la propia sede parroquial de Candelaria con la cofradía del Niño Jesús. Hoy día, en otras partes de la América Española como sucede en Perú, la festividad del «Niño Perdido» coincide con la del «Dulce Nombre de Jesús», mientras que en la Capital del Reino, de momento se conoce que solo en este templo era celebrada esta festividad con el nombre de «Niño Perdido», mientras que en el templo dominico existía un altar y devoción al «Dulce Nombre de Jesús». El terremoto del 29 de julio de 1773 que destruyera la Capital del Reino hizo estragos en el templo de Dolores del Cerro el cual sufrió ostensiblemente al grado que las imágenes allí existentes fueron trasladadas a un templo provisional construido en un lugar muy cercano del también arruinado templo parroquial de Candelaria, siendo en aquel entonces cura párroco el religioso Joseph de Eloso y Cueba; un trabajo de este servidor titulado «Historia de la cofradías de la Candelaria, especialmente la de Jesús Nazareno publicado en 1995 en la revista TRADICIONES DE GUATEMALA del Centro de Estudios Folklóricos de la Universidad de San Carlos de Guatemala permitió conocer que este cura párroco en el año 1780 efectuó un inventario de los bienes religiosos existentes en su parroquia destacando entre todos ellos uno muy importante y era «…una imagen del Niño Perdido con su resplandor de plata sobredorada…» lo cual evidencia dos cosas, que para esa fecha persistía el conocimiento de la festividad y su asociación con una imagen especifica de Niño Jesús y que había sobrevivido a la catástrofe telúrica de 1773.