íngel


Lleva en la cabeza un gorrito de Santa Claus algo percudido, un suéter raí­do y unos zapatos con ventilación incorporada. En las manos y brazos cuelgan tiras de dulces, diademas con cuernos de reno y tarjetas de Tigo y Claro con triple saldo en recarga electrónica.

Claudia Navas Dangel
cnavasdangel@yahoo.es

Más allá, sobre el arriate, dentro de una caja de cartón tiene también muñecos de nieve de resorte, galletas con marshmallows con baño de coco y un pedazo de pizza que le dio el del carro azul, dos semáforos atrás.

Se escurre entre los autos con la venta a cuestas y entre vueltos, bocinazos y esperas que marca el verde, ve como la tarde se va perdiendo entre los edificios que sólo conoce por fuera.

íngel quizá viva en El Paraí­so, en el uno o en el dos y sin nubes y resplandores de Santos. Llega a su casa-cuarto, siempre de noche junto con otros dos niños, su hermano Ramón y su primo Marco Antonio, a entregarle las cuentas a su padrastro Fernando. Su  hermana Cecilia se fue de la casa hace un mes, porque ya no aguantaba las manoseadas de Fernando y los abusos constantes de los chavos de «la mara», porque es bien bonita como la mamá, según cuenta íngel.

íngel no estudia. En enero vende lápices, borradores y estuches para lapiceros. En febrero corazones. Luego con la Semana Santa la venta varí­a y así­ entre salvavidas, flores, tarjetas y estuches de teléfono, loroco y sorbetes el año se va.

Trabaja de lunes a domingo, aunque este último dí­a también sale a jugar, una chamusca dice, o tapitas.

íngel tiene un ojo morado porque la semana pasada se le fue el tiempo viendo la tele que está sobre la refri de la tienda de doña Xiomara y cuando llegó a la casa Fernando lo golpeó. «Me lo habí­a advertido», explica. «Me dijo como siempre, luego de escupir sobre el piso: cuando esta escupida se seque te quiero aquí­, sino ya sabés como te va, y si ya sé cómo me va, cuando no es el ojo, son las piernas, o si no la espalda con el cincho, pero más con la hebilla», narra.

«Pero también es bueno, porque a veces me da del vuelto del octavo para que me compre tostadas o plátanos fritos en la esquina de la parada». íngel termina su historia y Matilde paga lo comprado, unas galletas de esas de baño de coco, una diadema para la hija de Alejandra y una recarga de Q50.

«Si pasa mañana», le dice íngel, le consigo una gorra como la mí­a como querí­a.