Santa Ana y San Joaquí­n


«O beatum par Joachim et Anna! Ex vestri ventris fructu immaculate agnoscimini»

San Juan Damasceno

Por Gabriel Morales Castellanos

Con la próxima llegada del ciclo tradicional de la Nochebuena, y pensado sobre el artí­culo que escribirí­a para este Suplemento de Nochebuena del Diario La Hora, y visitando unos dí­as después con mis estudiantes de la Escuela de Historia de la Universidad de San Carlos de Guatemala el Museo de Arte Colonial en la hoy Ciudad de La Antigua Guatemala, observando la obra pictórica del artista novohispano Juan Correa titulada «Los Cinco Señores», en ese mismo recinto las esculturas policromadas y estofadas de los mismos personajes y también por los retablos que se le dedicaron en la iglesia de San Francisco El Grande, me decidí­ por escribir estas lí­neas abordando el tema de la Señora Santa Ana y el Señor San Joaquí­n; los abuelos maternos del Niño Jesús de quien celebraremos en próximos dí­as su nacimiento.

Por la información que nos proporcionan Mario Sgarbossa y Luis Giovannini en su obra «Un Santo para cada dí­a», sabemos que el culto hacia los abuelos del Niño Jesús y padres de la Santí­sima Virgen Marí­a es muy antiguo principalmente entre los griegos. En el siglo VI en Oriente se veneraba a Santa Ana, devoción que a partir del siglo X poco a poco se fue extendiendo a Occidente, llegando a su plenitud en el siglo XV, instituyéndose en el año de 1584 la festividad de Santa Ana.

Los autores anteriormente citados nos indican que en un inicio a los abuelos del Niño Jesús se les celebraba por separado, a Santa Ana los griegos la festejaban el 25 de julio y los latinos el dí­a siguiente, en el año de 1584 se incluyó en el calendario de los santos al Señor San Joaquí­n, quien recorrió varias fechas, primeramente el 20 de marzo, luego el domingo de la octava de la Asunción en1738, a partir de 1913 el 16 de agosto, en la actualidad el 26 de julio junto a Santa Ana.

Héctor H. Schenone en su libro «Iconografí­a del arte colonial»; los Santos, nos aporta los siguientes datos, que esta Santa está presente en los Evangelios Apócrifos de la Natividad escritos en los siglos II y III apunta Tomás Parra Sánchez; como lo son el Protoevangelio de Santiago y el Evangelio del Pseudo Mateo, agregando H. H. Schenone antes mencionado, que otras fuentes literarias en relación a la vida de ésta Santa son las tradiciones medievales cuya difusión se deberán a Santa Coleta y la Leyenda Dorada de Santiago de Lavorágine, y que su culto originado en Oriente pasó a Europa con un desarrollo de singular intensidad a fines del Medioevo, declinando en el siglo XVI, informándonos además que la devoción a Santa Ana fue propagada por los religiosos carmelitas, principalmente los calzados.

Louis Réau en su libro «Iconografí­a del arte cristiano» nos refiere que los relatos de los textos apócrifos mencionados, se popularizaron en el siglo XIII gracias a Vincent de Beauvais en su «Speculum Historiae», un dato importante en relación al significado del nombre de la protagonista de este artí­culo nos lo da Tomás Parra Sánchez en su Diccionario de los Santos, indicando que el mismo en hebreo significa «compasión», indicando el autor supra referido que ella llegó a ser a partir del Medioevo y Renacimiento patrona de varias Corporaciones y actividades como los carpinteros, los ebanistas, torneros, mineros tejedores, fabricantes de escobas, orfebres, amas de casa y costureras, Louis Réau nos indica que el nombre de nuestra Santa en hebreo significa: «gracia».

Entre los aspectos de la vida de la Santa que se narran en estos escritos, nos hacen ver la tragedia de su matrimonio con San Joaquí­n, por no haber podido tener hijos, a la vez la ocasión cuando al Santo, los sacerdotes del templo le rechazan la ofrenda que lleva por carecer de descendencia, lo que lo hace retirarse al campo y dedicarse al cuidado del ganado, viviendo con los pastores.

Por su parte Santa Ana por no poder darle descendencia a San Joaquí­n como ha sucedido con las demás mujeres, se queja por ello ante el Señor, ante esto Dios que escuchó sus plegarias, enví­a un ángel; San Gabriel Arcángel indica Luis Réau, quien se les aparece a ambos esposos y les anuncia el nacimiento de una niña, por lo cual se reúnen de nuevo en la Puerta Dorada, dándose un beso, del cual fue concebida la Virgen Marí­a.

Otra versión nos habla de tres matrimonios que tiene Santa Ana, quedando viuda de los dos primeros esposos, de sus hijas Marí­a Cleofé y de su matrimonio con Cleofás, de su hija Marí­a Salomé que tiene con su esposo Salomé o Salomas.

Al casarse Marí­a Cleofé con Alfeo engendró a Santiago el Menor, a José el Justo, a Simón y a Judas; Marí­a Salomé, casada con Zebedeo serán los padres de Santiago el Mayor y San Juan Evangelista.

Buscando toda la fundamentación teórica factible en relación a la vida y las leyendas que a partir de estos Santos de la Iglesia Católica se tejieron en la antigí¼edad, tuve la oportunidad de encontrar un libro editado hace dos siglos, en enero de 1851 para ser más exactos, titulado Año Cristiano escrito en francés por el Padre Juan Croisset; autor y obra en quienes nos basaremos para aportar otros datos.

Este autor nos presenta a Santa Ana, como una mujer de heroicas virtudes y de sublime santidad como corresponde a la madre de la Madre de Dios, que nació en Belén, de la tribu de Judá y que en los evangelios se conoce como la Ciudad de David, sus padres fueron Natán; un sacerdote de Belén y su madre se llamó Marí­a, una hermana de Santa Ana se llamó Sobé quien fue la madre de Santa Isabel.

Indica el P. Juan Croisset que habí­a en ella un fondo de juicio, de prudencia, de modestia, de virtud, con carácter de capacidad y madurez, de la misma manera amable y admirable, y que siempre miró «con desví­o todas las cosas del mundo. Su mayor gusto era el retiro; y nunca le halló aun en aquellas inocentes diversiones que son más naturales y más comunes en las niñas de su edad y de su condición», a la vez que «el Espí­ritu Santo hizo el retrato de Santa Ana, en el formó la mujer fuerte y perfecta que no tiene precio».

Sus padres le escogieron por esposo a Joaquí­n, quien viví­a en la ciudad de Nazaret, y era de la real casa de David, uniéndose en este matrimonio la familia real con la sacerdotal, «circunstancia indispensable para que la Madre del Mesí­as pudiese nacer de este matrimonio».

De San Joaquí­n hay muy pocos datos aparte de los arriba indicados, entre la escasa información nos indica Croisset en su libro que San Joaquí­n era el «hombre más santo que a la sazón se conocí­a en el mundo», quien en el monte, ofrecí­a incesantes oraciones y sacrificios al cielo para acelerar la rendición de Israel, además que pocos dí­as después de haber entregado a la Santí­sima Virgen Marí­a al templo, falleció a la edad de 80 años en Jerusalén, Tomás Parra Sánchez nos aporta el dato que por haberse dedicado a cuidar ovejas al separarse de su estéril esposa se le convirtió en Patrono de los pastores, siendo algunos de sus atributos iconográficos el cayado de pastor y una oveja, Louis Réau nos indica que el nombre de este Santo en hebreo significa «preparación del Señor».

Como matrimonio, dice él, fueron felices, porque en ambos reinaban las mismas inclinaciones, el amor a la virtud, la misma inocencia y la misma pureza de costumbres, «porque la misma mano que habí­a formado aquellos dos corazones, los unió con el dulce ví­nculo del más casto y del más perfecto amor». Sin embargo, esta Santa viví­a en una triste humillación y sin esperanza de poder salir de ella debido a su esterilidad, ya que con más de 40 años de casada, no le habí­a dado sucesión a San Joaquí­n, situación que entre los judí­os se miraba como cierta especie de oprobio y alguna nota de infamia como lo indica Croisset, aunado a ello su avanzada edad.

Luego del parto Santa Ana se dedicó en cuerpo y alma a «cuidar del precioso tesoro cuyo depósito la habí­a el Señor confiado», al respecto dice San Juan Damasceno: Â¡í“ madre la más dichosa de todas las madres, qué mayor gloria para ti, que dar el pecho a la que con la leche del suyo habí­a de alimentar al que sustenta el universo!

Santa Ana habí­a ofrecido antes que naciese su hija la Santí­sima Virgen Marí­a que serí­a consagrada al templo de Jerusalén, llegado el tiempo de cumplir su promesa ella misma la condujo a este recinto y la entregó a un sacerdote, por lo que no pudiendo San Joaquí­n y Santa Ana vivir alejados de su amada Niña, se trasladaron a vivir a Jerusalén, en una casa cerca del templo.

Croisset nos refiere que habiendo tenido Santa Ana el consuelo de ver crecer a la Virgen Marí­a «en sabidurí­a, en virtud y en todo género de perfecciones, al paso que iba creciendo en edad, entregó suavemente el alma a su Creador a los 79 años de su edad», se le enterró junto a su esposo San Joaquí­n, y por la tranquilidad con que expiró, llama la iglesia dulce sueño a la muerte de Santa Ana, y Tomás Parra Sánchez nos indica que aparte de ser Patrona de varias Corporaciones y actividades lo es de la buena muerte y a la vez que uno de sus atributos iconográficos es la rueca.

Conforme los datos que aporta Louis Réau, lo que se ha escrito de Santa Ana en los textos apócrifos, fueron tomados del Antiguo Testamento, el autor citado nos dice que: «La leyenda de Ana no es más que una ampliación de la historia de su homónima Hanna, madre de Samuel, de los dos primeros capí­tulos del Libro de los Reyes. El tema de los viejos esposos que después de largos años de matrimonio estéril son gratificados con un niño por la gracia divina, reaparece muchas veces en la Biblia… Los evangelios apócrifos se limitaron a copiarlo aplicándolo a los padres simbólicos de la Virgen».