Acerca del origen y desarrollo de la Navidad se ha escrito mucho; sin embargo, siempre es útil hacer un recordatorio y breves consideraciones sobre el día en que se conmemora el nacimiento de Cristo y reiterar que sin la luz del pasado es imposible entender el presente.
La primera referencia que se tiene acerca de una fiesta de Navidad se registra en un calendario romano compilado por un cierto Philocalus en el año 354 d. C.; es decir, que antes del siglo IV no encontramos mención acerca de la celebración del nacimiento de Jesús. En ese calendario romano, a la cabeza de las fiestas que se celebraban en aquella época, se encuentra una inscripción que dice: «El 25 de diciembre, Cristo nació en Belén de Judá».
La dificultad para establecer la fecha del nacimiento de Cristo radica en que, ni en el Nuevo Testamento ni en otro documento de carácter religioso o histórico, se anota indicación alguna relacionada con el año en que tuvo lugar tal acontecimiento. Sin embargo, el Apóstol Lucas sí tiene el cuidado de situar el nacimiento de Jesús en un momento de la historia, cuando nos dice que ocurrió siendo Quirino gobernador de Siria (Lc 2, 12). Es decir, que Jesús nació aproximadamente seis o cinco años antes del siglo I d.C.
Esta diferencia de años, en relación con el siglo I, es atribuida a un monje sirio llamado Dionisio El Exiguo, quien en el siglo VI puso en práctica el método de computar los años antes de Cristo y después de Cristo y, sin intención alguna, colocó el nacimiento del Mesías algunos años después de lo debido.
EL 25 DE DICIEMBRE
Aunque parezca desconcertante, el origen de la más cristiana de las fiestas ha tenido alguna asociación con costumbres paganas.
La elección del 25 de diciembre fue determinada por una fiesta precristiana que se celebraba, en esa fecha, en Roma y que correspondía a la celebración del «Sol Invencible». Según cálculos del tiempo, el 25 de diciembre era la fecha del solsticio de invierno y el día en que el sol aparecía más débil. Para los hombres de la época el sol agotado revivía en aquel mismo momento y día a día recobraba su fuerza y su luminosidad. Con esto se demostraba que el sol era invicto e invencible. La fiesta pagana del Sol Invictus fue introducida por el Emperador Aureliano, en Roma, en el año 274 d.C.
Como ha sido tradicional, en su misión misionera y catequética, la Iglesia en muchas ocasiones en lugar de suprimir costumbres e instituciones las adopta y las adapta confiriéndoles una significación nueva. La Iglesia de Roma del siglo IV no suprimió la fiesta del nacimiento del Sol Invicto sino que la transformó en la fiesta del Nacimiento de Cristo. Si bien la fecha es la misma y el simbolismo de la luz es evidente, el contenido es totalmente nuevo.
Para los antiguos cristianos, Cristo era conocido ya como la «luz del mundo» o el «sol de justicia», y la Navidad una fiesta de la luz; una luz que no es objeto de adoración sino símbolo de Cristo y una fiesta que celebra la victoria de la luz sobre las tinieblas, con un carácter redentor.
En sus inicios, la fiesta de Navidad en Roma se celebraba con cierta sencillez y sólo tenía una misa, la más antigua e importante, que se celebraba por la mañana. Más tarde surgió la misa de medianoche, idea que fue copiada de Jerusalén. La peregrina Egeria describe en su diario un servicio religioso con estas características que se celebraba en la gruta de Belén. Este servicio tenía lugar en la fiesta de Epifanía, no el día de Navidad, y la gente se reunía en la gruta para la misa de medianoche. Al amanecer todos volvían a Jerusalén donde se celebraba una segunda misa.
En algún momento del siglo V esta costumbre se introdujo en Roma y así en la noche anterior a la Navidad el Papa celebraba misa en una capilla de la Basílica de Santa María la Mayor que tomó el nombre de «capilla del pesebre» pues recordaba la gruta de Belén. La misa «al amanecer» fue introducida en el siglo VI y ya fue practicada por el Papa San Gregorio Magno, que murió en el año 604. Este Papa, en una de sus homilías se refiere a las tres misas que se celebraban en Navidad pues una más se decía en honor a Santa Anastasia, mártir venerada en Oriente, que con el tiempo se convirtió sencillamente en una segunda misa cuya conmemoración y celebración se ha omitido en las recientes reformas litúrgicas. Tal es el origen de las tres misas de Navidad.
Con el tiempo la fiesta de Navidad adquirió más importancia y de una conmemoración específica pasó a convertirse en un ciclo o tiempo litúrgico. Ya en el siglo IV se le unió la fiesta de la Epifanía, de origen oriental, y dos siglos más tarde aparece el período de preparación a la Navidad conocido como Adviento, de manera que hacia el siglo VII el Adviento, la Navidad y la Epifanía prácticamente habían adquirido la forma y el contenido que conocemos en nuestro tiempo.
Otras costumbres y prácticas fueron creciendo en torno a la Navidad en el curso de los años y así surge la costumbre de poner un pesebre o nacimiento en las iglesias y los hogares, costumbre que se debe a San Francisco de Asís, quien en el año 1223 tuvo la idea de montar un nacimiento en beneficio del pueblo de Greccio, el día de Navidad. Años más tarde surgen los villancicos, el intercambio de regalos y el envío de felicitaciones navideñas, así como otras costumbres propias de cada país o región, que tienen como fin conmemorar un misterio que sobrepasa nuestra inteligencia, que cambió el rumbo de la historia y que plantea grandes exigencias en la fe.