Se ha acentuado la discusión sobre la aplicación de la pena de muerte, hay quienes se oponen a ella y otros la aplauden, la discusión vista en forma objetiva, no es tan importante como aparenta, ya que todos los guatemaltecos nos encontramos condenados a la pena de muerte, no, no somos delincuentes, pero del promedio de 17 muertes diarias, ¿cuántas se pueden calificar como ejecuciones?, la mayoría, jamás podré olvidar el rostro de mi hermano muerto de un tiro en la cabeza, uno solo, todos los días vemos en el periódicos que asesinaron ¿o ejecutaron? A un ayudante de chofer, un chofer, un estudiante, un comerciante, una abogada, una ama de casa, la dueña de una tienda y así suman diariamente el número de ejecutados, sin tomar en cuenta las muertes con agravantes como la tortura antes de la ejecución. ¿Por qué mataron a Emilia Quan? ¿Cuál fue su delito? ¿Cuál es el delito de los cientos de muertos que van en el año? Para ellos no hubo un proceso judicial, no se respetaron las garantías constitucionales, y nadie levantó la voz para pedir clemencia por ellos, no tuvieron derecho a despedirse de sus seres queridos, simple y sencillamente fueron ejecutados/as, sin importar tan siquiera su edad.
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La sentencia ya está dictada, la pena es la muerte, no hay apelación posible, no existe el indulto, simple y sencillamente estamos condenados a muerte, por vivir en Guatemala, no habrá quien pida sea perdonada nuestra vida, no habrá abogado alguno que presente recurso para evitar nuestra ejecución, la Corte de Constitucionalidad no se pronunciará, la Corte Suprema tampoco, los diputados no discutirán ningún proyecto de ley, el Presidente no se encontrará en la disyuntiva de si concede el indulto o no, la autollamada «sociedad civil» no hará ninguna manifestación, y el o la sentenciada en este momento no sabe que ha sido juzgado/a y condenado/a a la pena capital en un juicio sumario, no sabe cuál es su delito, saldrá de su casa, no se despedirá de nadie porque ignora que es el último día que cruza el umbral de la puerta, no tiene derecho a una última cena, probablemente la noche anterior no comió, ¿A quien le importa? ¿Acaso a su verdugo? No ¿A la sociedad?, menos, solamente sus seres queridos tendrán que pasar horas esperando su cuerpo para que este reciba cristiana sepultura, si tiene la suerte que se enteren a tiempo, si no probablemente estará en una fosa como equis equis.
Esa es la dura realidad en la que vivimos, y no hay una sola persona que no esté condenada, lo único es que no sabemos cuándo se cumplirá la sentencia, ni el día ni la hora, pero sentenciados ya estamos.
Me conmovió enormemente el drama que se armó por el robo de un celular, leí noticias, columnas, hasta en la televisión se mencionó el tema, y me conmovió no por el hecho o la persona que merece todo mi respeto, me conmovió la tabla de valores de quienes hicieron eco al drama vivido, yo daría no solo mi celular, mi mano derecha si me la pidieran, porque no hubieran matado a mi hermano, y porque no hubieran herido de bala en el cráneo a mi sobrino, quien gracias a la calidad de médicos que se encontraban en el Hospital San Juan de Dios fue operado inmediatamente, pero tiene su cerebro expuesto, y tendrá que vivir con una prótesis toda su vida, cuando apenas tiene 21 maravillosos años, magnífico estudiante, educado, caballero, lo vi nacer, lo arrullé, y lo más que podemos hacer como familia es decirle a su mamá ¡Gracias a Dios está vivo! ¿Por qué tenemos que limitarnos a eso? ¿Qué es la Justicia? ¿Es una utopía acaso? Es un sueño difícil de alcanzar para nosotros los del tercer mundo, solamente aquí se pueden llenar páginas porque se robaron un celular. ¿Que asusta? Claro, solamente quien no ha vivido en carne propia un hecho violento no puede dimensionar lo que se siente, pero nuestro subdesarrollo cruza los límites de la frágil escala de valores humanos, que se le da tanta cobertura, al robo de un objeto material, cuando sin un proceso legal y justo diariamente son ejecutados/as un promedio de 17 personas, cualquier escritor surrealista encontraría en esta sociedad más que macondiana suficiente material para escribir muchas novelas que desbalanceen psíquicamente hasta al más cuerdo. No vivo en un país declarado en guerra, pero llevo la carga en mi espalda de los miles y miles de muertos y heridos que no desaparecerán de mi mente, porque son todos los juzgados, sentenciados, condenados y ejecutados por jueces en juzgados invisibles, a los que no puedo pedir clemencia, ni presentar legalmente el recurso más noble para salvar su vida, el Amparo, aunque sus derechos estén asegurados por la Constitución, pero no fueron respetados por esos desalmados tribunales invisibles, e inalcanzables para mí, y por todos y todas las que soñamos un mañana mejor, por todo ello, solo puedo pedir PERDí“N, y gritar hasta que mi voz se pierda ¡LEVíNTATE, PATRIA, LOGREMOS CAMINAR!