El 4 de diciembre a las 10:00 horas, atendiendo invitación que recibiera, estuve en la santa Iglesia Catedral Metropolitana y atendí la celebración eucarística de la toma de posesión de su excelencia reverendísima, monseñor í“scar Julio Vian Morales SDB como XIX Arzobispo Metropolitano de Santiago de Guatemala.
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El estar de nuevo en la Iglesia Catedral me hizo regresar a los seis años de edad, al Colegio San Sebastián, a las miles de misas, pontificales y demás actos litúrgicos en los que participé, de los seis años hasta los 18 años, como alumno, como acólito personal de monseñor Mariano Rossell, como miembro del cuerpo de acólitos de la Catedral.
Tampoco pude dejar de admirar ese imponente y majestuoso altar mayor de ónix, mármoles y bronces que mi padre transportara de México a la ciudad capital a la solicitud de monseñor Mariano Rossell y Arellano, transporte que fue parte de los diezmos de mi familia; en esa época nuestra empresa familiar era la única que podía realizarlo por su enorme peso y dimensiones.
Adicionalmente, transcurrieron por mi mente las actuaciones de los arzobispos Mariano Rossell y Arellano, Mario Casariegos y Próspero Penados del Barrio, con quienes me unieron eventos y amistades; ya no digamos con su excelencia Rodolfo Cardenal Quezada Toruño, quien por razones de su última operación no se encontró presente por estar todavía convaleciendo en los Estados Unidos, roguemos a Dios que pronto esté de vuelta y continúe de otra manera su gran labor pastoral.
El evento fue sobrio, austero, solemne e importantísimo. Llamó la atención que el Presidente de la República, el presidente del Organismo Legislativo, el Alcalde metropolitano no estuvieran presentes. Justificaciones y razones podrán existir, en todo caso debieron de haber estado presentes ante tan importantísimo evento que no se repetirá en los próximos 13 años como mínimo.
También debo de señalar que no comprendo que la totalidad del cuerpo diplomático no haya estado presente, que dentro de los ausentes estuviera Stephen MacFarland, quien ha asistido a la Huelga de Dolores, audiencias en los tribunales y reuniones con la cúpula empresarial, con los diputados y demás grupos y élites de poder. Su ausencia no debió de ser; sin embargo, su no presencia no debe ser un hecho o motivo de trascendencia. Sí estuvo presente y adecuadamente representado el pueblo de Guatemala, la casi totalidad de los sacerdotes de la Diócesis, todos los obispos que integran la Conferencia Episcopal y los principales arzobispos de Centroamérica para honrar la designación que el Papa Benedicto XVI efectuara para el bien y futuro de la Iglesia guatemalteca.
El nombramiento y el Evangelio se leyeron en latín-castellano, quekchí-castellano, quiché-castellano, cakchiquel-castellano, evidenciando que somos un pueblo multiétnico, multicultural y multilingí¼e.
Las palabras del nuevo arzobispo fueron profundas, espirituales y atinadas; todos los que tuvimos el honor de estar presentes salimos con la paz y con la bendición que se recibe del que está arriba de nosotros, partimos felices y optimistas.
Monseñor í“scar Julio Vian Morales puede sentirse seguro que el pueblo cristiano de Guatemala, su feligresía y los católicos, apostólicos y romanos, que estuvimos presentes el 4 de diciembre, estaremos prestos permanentemente a apoyarle por el bien de nuestros compatriotas, de nuestros familiares y de todos los que de buena fe aspiramos y deseamos que en nuestro país reine la justicia social, la paz, el bienestar y el desarrollo de todos y cada uno de los guatemaltecos.