Hombre predica a la vera de una ruta


Joyce Kim necesitaba un aviso que le recordase que tení­a que orar. Lo encontró hace algunos meses en una carretera rural del sur de California por la que transitan cientos de personas que van a trabajar.


Se trata de un cartel de poco más de un metro (cuatro pies), que dice «Â¿necesita una oración?», colocado por Shawn Heggi, un individuo de 35 años que se describe como un asesor espiritual cristiano, junto a una tienda azul.

Ahora Kim trata de parar allí­ todos los viernes para orar desde su auto con Heggi y dos amigos. Piden que se solucionen los problemas financieros de Kim, por las ví­ctimas de violencia doméstica con las que trabaja y por que pueda reanudar sus estudios de Medicina, interrumpidos para ayudar a su madre, quien libra desde hace 11 años una batalla contra el cáncer.

«Voy a la iglesia cuando puedo», expresó Kim. «A veces no tengo tiempo. Esto está abierto, es gratis, puede ir cualquiera. Voy cada vez que puedo».

El anticonvencional servicio de Heggi busca satisfacer las necesidades de gente que no tiene tiempo de ir a la iglesia. Heggi se instala en un sitio estratégico, en un cruce muy transitado entre dos hospitales.

Es un servicio conveniente en un sitio religioso formal, en un época en la que cada vez menos gente va a orar en un templo, según Richard Flory, del Centro de Religión y Cultura Cí­vica de la Universidad del Sur de California.

«La gente puede ir y sacar lo que tiene adentro, sin necesidad de ir a una iglesia», manifestó. «Son 20 minutos y sigues camino. No hay compromisos a largo plazo ni nada».

Decenas de personas aprovechan este servicio. La gente se detiene para pedir una oración, leer las Escrituras o hablar de Dios.

«Es un terreno polvoriento, pero para nosotros es una iglesia», expresó Heggi, quien maneja un camión recolector de basura y comenzó a ofrecer servicios a la vera del camino hace nueve meses.

Esta no es la primera vez que se ofrecen servicios religiosos al paso en esta región. La megaiglesia del reverendo Robert H. Schuller comenzó en un autocine en la década de 1950. Con el correr del tiempo esa iniciativa dio paso a la Catedral de Cristal.

«Podemos hacer cualquier cosa desde el auto. ¿Por qué no podemos orar?», expresó Heggi, un cristiano que no está afiliado a congregación alguna y que enseña religión los domingos en la Iglesia de Packinghouse de Redlands.

Heggi empezó todo, pero sus amigos Gary Carrera y Calvin Hart son quienes más oran y hablan. Su objetivo no es inculcar determinadas creencias sino reconfortar a personas que pueden atravesar por un mal momento en sus vidas.

«Los problemas que tiene la gente son peores que mis problemas. Soy un pobre diablo que se salvó por la gracia de Dios», manifestó Carrera, de 39 años, conductor de un camión que reparte comestibles y quien sobrellevó un divorcio complicado.

«Oramos todos los dí­as, leemos (las Escrituras) todos los dí­as. No somos mejores que nadie. Soy simplemente un mendigo que le dice a otro mendigo donde hay pan».

Heggi instaló un puesto similar en otra localidad californiana, Murrieta, antes de ensayar esta fórmula más cerca de su casa. No tiene entrenamiento formal y se hizo cristiano ya entrado en los 20 años, tras leer las Escrituras. No perteneció a denominación religiosa alguna durante su infancia y adolescencia.

Su esposa y dos hijas lo acompañan de vez en cuando.

Heggi dijo que las oraciones que más le piden están relacionadas con las casas de la gente.

Loma Linda se encuentra en un sector del este de Los Angeles muy golpeado por la crisis inmobiliaria, con una tasa de embargos hipotecarios que es la quinta más alta del paí­s. También abundan los pedidos de oraciones por la pérdida de un ser querido, adicciones, matrimonios, las familias y las mascotas.

Heggi, Carrera y Hart ofrecen palabras reconfortantes, versí­culos de la Biblia y rezos en cí­rculo tomados de la mano. A veces abrazan a quienes más lo necesitan.

En un buen dí­a paran decenas de automóviles, de a dos o tres a la vez, y abundan los bocinazos. Otras veces no para nadie y los tres leen la Biblia para pasar el tiempo. Abren el puesto a eso de las tres y media de la tarde y se van al anochecer.

Se han topado con drogadictos, veteranos de la guerra de Vietnam y personas en sillas de ruedas.

La mayorí­a de sus visitantes son cristianos, aunque también han hablado con sijs y musulmanes.

Chris Adair, residente de Seattle de 33 años, viajaba con su esposa e hijos cuando pasó por el puesto y le despertó curiosidad. Dio la vuelta y regresó.

Adair, estudiante de Medicina de la Universidad de Loma Linda, dijo que querí­a saber más de Dios y pidió que orasen para que pudiese compaginar sus obligaciones como padre y estudiante.

«Sentí­ que tení­a que hablar con ellos», expresó. «Me estoy adaptando a esta nueva vida. La Facultad de Medicina no es fácil, especialmente cuando tienes una familia».

Miriam Moran, instructora bilingí¼e de 36 años que vive muy cerca de donde para Haggi, dice que vio a los predicadores por meses y un dí­a decidió parar.

«Los veo allí­, predicando bajo el Sol, y aumentan mi convicción de que hay que buscar una relación más estrecha con Dios», expresó.