El camino difí­cil



Cuando hablamos del tema de la seguridad en el paí­s es evidente que estamos frente a un problema demasiado grande, que hemos permitido que se agrave a lo largo de muchos años y del que no hay salida fácil. Porque aquel viejo debate de si la pobreza era la generadora de la violencia ha sido superado por la realidad para demostrar que es la codicia la causante de esos males y que si bien la sociedad sigue estando urgida de compensadores sociales, tanto o más requiere de acciones que signifiquen el fin de la impunidad y la implementación de un sistema eficiente de justicia.

En el fondo todos terminamos aceptando que para combatir la violencia lo que nos falta es justicia. Pero a partir de ese común denominador es que principian a aparecer las diferencias, porque no todos interpretamos igual el sentido de la justicia. Para unos es la aplicación correcta de la ley y para otros es sinónimo de venganza. Lo cierto del caso es que como nuestro sistema de justicia no funciona, por fallas imputables tanto a la Policí­a como a los tribunales y al Ministerio Público, la sociedad ha terminado aceptando formas «privatizadas» de administrar justicia, en las que quienes se sienten iluminados pueden ir eliminando selectivamente a los individuos que, a su criterio, son perniciosos para la sociedad.

Lo mismo da si es mediante un linchamiento en el que participan hombres, mujeres, ancianos y niños o un brutal ataque a tiros para asesinar a los marcados como delincuentes. Lo que importa es que se «aplique la justicia» y como los tribunales no funcionan, se tolera colectivamente que operen esos mecanismos paralelos que para muchos guatemaltecos son signo alentador de que no estamos arrodillados frente al crimen porque hay gente que «se las juega» para darle tranquilidad al resto.

A nadie se le ocurre pensar que esos «ángeles guardianes» son a su vez criminales que en horario normal tal vez, y repetimos esa expresión dubitativa, tal vez operan bajo las instrucciones de mandos superiores, pero que ya probaron el sabor de la melcocha y por lo tanto si pueden hacerse unos centavos extra mandando al otro mundo a alguien, delincuente o no, lo hacen sin escrúpulo o remordimiento.

El camino más fácil para una sociedad agobiada por la violencia es armar escuadrones de la muerte para atacar a los delincuentes. Un camino fácil pero engañoso porque lo que significa es que se incrementa la cantidad de delincuentes en vez de reducirla. Y, peor aún, se incrementa la maldad del delincuente porque esos que asesinan a sangre frí­a y sin aspavientos jamás podrán ser reciclados y dedicarán el resto de sus vidas a matar gente, oficio en el que se llegan a especializar.

El otro camino es difí­cil, lento y engorroso, pero es el único que podemos recorrer. Construir un sistema de justicia producto de la exigencia de un pueblo que cree en la ley. ¿Será que Guatemala tiene ese tipo de pueblo? El tiempo nos dará la respuesta.