Salidas


En el principio todo era oscuridad, cuando el universo se creó y antes de que esa doctora te trajera al mundo. Enfrentarse a él no fue fácil, si lo sabré yo que aún no logro entender muchas cosas, pero bueno, habí­a que hacer la lucha, y luego de llantos, eructos, pañales de tela, cólicos y escaldaduras diste tus primeros pasos. Cuántas veces te caí­ste, como yo, las cicatrices de tus rodillas y esa pequeña hendidura a un costado de tu ceja lo recuerdan permanentemente. Ibas muy rápido, quizá porque anhelabas con todo tu ser salir de ahí­, encontrar un lugar seguro, lejos de esa vida apaciguada,  aplacada por la palabra de Dios, y la resignación manifiesta de tus padres, los mí­os, a esa vida cuadriculada entre la escuela, el «hogar» y el templo. Domingos enteros repletos de aleluyas, mientras los pies palpitaban dentro de esos horribles zapatos dos tallas más pequeñas.

Claudia Navas Dangel
cnavasdangel@yahoo.es

Dios proveerá, decí­a el padre, y esperaba el maná del cielo y las limosnas que le sobraban al pastor, mientras le hací­a la barba tapándolo con un paraguas cuando visitaba a otros tristes cristianos que como él carecí­an de empleo.

 

Mientras la madre, pálida y abrumada pegaba remiendos en los raí­dos vestidos que le sobraban a gringos gigantes y caritativos que enviaban cada poco cajas con ropa grande y opaca, lápices gastados y libros en inglés.

 

Te llevaba ventaja, años de miseria y me fui corriendo cuando aquellos misioneros me vieron con compasión y me ofrecieron su ayuda, dije «Gloria a Dios» con verdadero sentimiento y no miré para atrás, temiendo que me pasara lo mismo que a la mujer de Lot al volver a ver el mundo corrompido, sucio y desastroso.

 

Te cargaste el trabajo de llevar el paraguas con la mano estirada, de poner más remiendos, de escuchar más sermones, promesas y salmos.

 

Creí­ste que como yo, podrí­as emprender la retirada de la mano de un alma compasiva, pero no te fue tan fácil. Tal vez por eso optaste por lo segundo, muchos dicen que es un camino fácil, que no conduce a nada, que perdiste el paraí­so.

Yo tengo que fingir que están en lo correcto y pedir por ti, junto a ellos, mis bienhechores, pero sé, que por oscuro que sea ese camino es más placido que el que marca la miseria, buscaste tu lugar seguro robándole a esa doctora la llave de la despensa, te fuiste de este mundo, rápido, como yo, sin ver atrás ese templo repleto de infelices esperando el nuevo reino.