Carlos Cruz Diez celebra 50 años de búsquedas


El color, siempre efí­mero y cambiante, domina el universo del venezolano Carlos Cruz Diez, «Papa» del arte óptico y cinético, quien, a sus 87 años, recuerda sus búsquedas, éxitos y fracasos, en ocasión de una retrospectiva en una galerí­a de Parí­s.


Instalaciones que juegan con la luz y el color, obras vibrantes como el arcoí­ris, en cartón corrugado o aluminio, o ilusiones ópticas que reclaman la participación del visitante: la muestra en la galerí­a Denise René resume 50 años de la obra de Cruz Diez, nacido en Caracas en agosto de 1923.

Titulada «Circunstancia y ambigí¼edad del color», la «retrospectiva recuerda que este año cumplí­ medio siglo de haberme instalado en Parí­s», dice el artista, bajito y con una mirada que chispea de inteligencia, humor, curiosidad, juventud.

En una entrevista con la AFP, el pionero del arte óptico y cinético rí­e recordando que de joven se habí­a comprometido en un arte figurativo, de tipo «realismo socialista», y explica cómo se sumió en el mundo del color, construyendo una teorí­a y una obra que le ha ganado reconocimiento mundial.

«Desde mediados de la década del 50, yo empecé a sentir que habí­a un estancamiento en la pintura. Todos los artistas pintaban de la misma manera, en América Latina y también en Europa», cuenta.

«Recuerdo por ejemplo que la primera vez que visité Parí­s, en 1955, fui al Salón de Mayo. Era el apogeo del arte abstractro, y yo pensé que se trataba de una exposición individual, porque todos los cuadros eran iguales, parecí­a que habí­a sólo una manera de pintar».

«Luego regresé en 1960, y entonces era el apogeo del arte gestual, el formalismo. Era como una inmensa Academia. Y esas Academias, uno tiene necesidad de romperlas, abrir nuevos horizontes, buscar otras cosas», dijo Cruz Diez.

«Me di cuenta que hasta entonces se habí­a tratado al color sobre todo como el acompañante de la forma. El color estaba sobre el soporte, y de ahí­ no salí­a. Me tomó muchos años de reflexión, de búsquedas, pero logré una noción conceptual distinta, en la que el color es una situación, una circunstancia».

«Mis experiencias en la naturaleza me enseñaron que el color es autónomo, no necesita de soporte», dijo el artista, que recordó un fenómeno que ocurre en el trópico, en agosto, cuando el sol se va ocultando y crea una atmosféra incandescente. «Todo se tiñe de rojo naranja, todo cambia de color».

«Eso me ayudó a entender que el color es una circunstancia, que todo está coloreado, el aire, el espacio. Y me di por meta encontrar un sistema en el que el color flotara en el espacio, que saliera del soporte», explicó.

«Y ese es el propósito de todo mi trabajo a través de estos 60 años: tratar de decir que el color es una situación, está en el espacio, no necesita la forma, porque es un hecho autónomo, un hecho afectivo».

Para el artista, convencido de que el «arte es total», el color es indisociable del mundo afectivo.

«Cuando usted dice me gusta ese azul, no hay soporte lógico. Fí­jate: ahora que tenemos las computadoras, tenemos 18 millones de colores. Y porqué escoge uno ese azul?», pregunta, señalando una obra que cuelga en la galerí­a.

«Es porque el color es afectivo. Es como una mujer. Uno dice: ésa es la que me gusta. Y lo que he tratado de hacer a través de toda mi trayectoria, desde los años 60, es explorar esta otra noción del color», enfatiza el artista, fiel a sus descubrimientos, a sus utopí­as.

«Eso mismo es lo que sigo haciendo ahora, sólo enriqueciendo esta visión con nuevas tecnologí­as, con nuevas posibilidades, pero siempre desarrollando esa idea conceptual: el color es una situación», concluye Cruz Diez, que hace unos años tomó también la nacionalidad francesa.

«Ha sido un trabajo bastante solitario, con muchos fracasos y hallazgos. Pero ahora veo tantos jóvenes que siguen mi trabajo», confiesa el artista, mientras la galerí­a se va llenando de público, amigos y admiradores.