Hablar en un país como el nuestro del misterio, del milagro de la vida, cuando una mayoría privilegia el recurso de la violencia, incluyendo la muerte del adversario, para solucionar los diferendos, parecería un absurdo. Pero hoy quiero dedicar este espacio para hablar de ello. Y lo hago precisamente, pues de alguna manera he podido establecer la secuencia, que hoy y desde hace un año, estoy atravesando por el milagro de la vida.
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He de explicar que una aguda apendicitis me «tiró a la lona» la noche del sábado 21 de noviembre de 2009. En las primeras horas de la madrugada del domingo 22, gracias a la insistencia y perseverancia de mi compañera; la pericia y la habilitad del facultativo, se pudo diagnosticar el padecimiento en un manejo del tiempo prodigiosamente a mi favor. La decisión de la intervención quirúrgica no se hizo esperar.
Sobrevino la convalecencia postoperatoria. Y justamente hace un año, la opinión del doctor Parellada es que en principio, la crisis estaba superada. Que la oportuna aplicación del antibiótico y otras sustancias harían una inminente recuperación.
Aquí estoy. Repito. Gracias a la insistencia de Ana Isabel, mi compañera (y por ella) de vida, aquí estoy. Ese padecimiento, como puede suceder en niños y jóvenes, indudablemente que cuando se presenta en adultos, los efectos y el proceso de recuperación es mucho más lento. Pero sucedió el misterio de la vida. Y en estos doce meses los misterios y milagros de la vida no dejan de sucederse. He de confesar que no alcanzo a comprender la razón, a descifrar el intrincado enigma que envuelve el privilegio del que soy su humilde vocero. Tener vida, gozar de ella, compartir renovados sueños, disfrutar la compañía de quienes me aprecian y que yo amo es totalmente fascinante. Es tan cotidiano, que a la mayoría, pasa inadvertido. Es como el disfrutar del amanecer de cada día. Ahí está todas las mañanas, pero pocas veces disfrutamos de sus peculiaridades y muy escasas aún más, precisamos de toda la magia que nos rodea, por ejemplo del rayo solar que llega a nuestra vista y acaricia nuestra piel. De la caprichosa forma de las nubes o del viento que cuando sopla pareciera susurrarnos algún mensaje inescudriñable. La vida y sus misterios. La vida con su color, sonidos y encantos.
Y antes he dicho que en estos doce meses los milagros de la vida no dejan de sucederse. Como apunté en el último párrafo de mi columna del martes 27 de abril, llegó a mi vida un sorprendente regalo adicional. Ana Isabel, además de su amor, cuidados y comprensión, me regaló a mi amada hija Fátima Estefanía. Ellas, junto a Fidel Ernesto componen el cuadro familiar inmediato más gratificante que nunca antes imaginé. No todo ha sido miel sobre hojuelas en estos meses de vida adicional que he recibido, también mis errores y desaciertos han pesado y han cobrado su factura, al punto de que tales fracturan el cuadro que he descrito. El inmenso amor que recibo. La comprensión inconmensurable que me prodigan me ha dado, como la vida misma, una oportunidad adicional.
Espero encontrar la sabiduría, el punto de toque, que me permita aportarles algo de felicidad y expresarles mis acertados reconocimientos a ese amor que más que doy, recibo. Por ello, decía que hablar aquí de la vida y de sus milagros parecería absurdo. Pero ante el entorno que me rodea, francamente no hacerlo hubiese sido una total equivocación. Como me decía recién anoche Ana Isabel: «es como tener dos cumpleaños». El festejo de la vida, a través del nacimiento. En dos ocasiones en un mismo año. Fortuna la mía. Sólo comparable con el amor que recibo. Gracias. Gracias por tu amor. Por tu aporte a mi vida. Gracias Ana Isabel. Por ti aquí estoy. Gracias apreciable lector si en algo se encontró a sí mismo en este pequeño paréntesis personal y valoró su propia vida y el inmenso cariño y amor que seguro le rodea.