Habiendo mucha gente que asegura que la alegría y la tristeza son incompatibles, he querido contarles que en los últimos días viví ambos sentimientos al ver fotografías con los respectivos comentarios de dos personajes, para mi inolvidables, en el recorrido de mi existencia. La primera, la socarrona sonrisa que siempre le ha caracterizado a nuestro pastor Rodolfo Cardenal Quezada Toruño y la segunda, con la apacible mirada clínica de gran médico, mentor, columnista y cabeza de honorable familia Carlos Pérez Avendaño, quien goza de tal agudeza de criterio que cada vez que toma la pluma, como diría mi recordado padre, no deja Santo parado.
Digo tristeza, porque estamos presenciando el retiro voluntario de quien ejerciera la delicada responsabilidad de dirigir el arzobispado metropolitano y alegría, porque al fin el columnista logró vencer la resistencia a tomar lápiz y papel para seguir garrapateando sus amenos escritos, que nos hacen fruncir el seño ante la preocupación que despiertan sus temas o la sonrisa y hasta a veces sonora carcajada, por nunca abandonar la chispa de quien fuera inquieto y vivaz estudiante universitario, actuación tantas veces comentada por sus compañeros de aquel entonces.
Reconozco pues, que me embargan dos sentimientos que podrán ser calificados de incompatibles, pero que por las circunstancias de la vida muchas veces se hacen encuentro por aglomerado que estuviera el camino. Hace poco, leyendo el contenido de la carta que escribiera el célebre escritor Gabriel García Márquez, me calaron muy hondo expresiones como estas: «Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, aprovecharía ese tiempo lo más que pudiera. Posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo». Más adelante sigue diciendo: «A un niño le daría alas, pero le dejaría que él sólo aprendiese a volar. A los viejos les enseñaría que la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido …» (El subrayado es mío). Ahora comprenderán los amables lectores el porqué mantengo en la categoría de «inolvidables» al Cardenal Quezada, como al Doctor Pérez Avendaño, con el aprecio y respeto que siempre han merecido.
Y es que lamentablemente no hay mucha gente que pueda contradecir el concepto de que por los malos tiempos que nos ha tocado vivir, resulta muy difícil, si no imposible, hablar bien de la gente que conocemos. Como bien decimos los chapines usualmente -«sobran los dedos de la mano» para llevar la cuenta de gente de bien, honorables y de sólidos valores y principios, con tan abundante como buena trayectoria que merecen el calificativo de ser dignos exponentes y ejemplos a seguir por nuestra niñez y juventud. Gracias a ellos digo, qué no daríamos por escribir más seguido columnas como ésta, aprovechando la oportunidad para expresarles mi fraterna gratitud a quienes me inspiraron a escribir la presente.