Haider Kamis, instalado en una estrecha barca verde al borde del río Tigris, levanta sus redes y contempla el resultado de la pesca, contento porque gracias al nuevo plan de seguridad de Bagdad aumentan los peces y disminuyen los cadáveres.
Desde la aplicación a mediados de febrero de la operación Fardh al Qanoon (Imponer la Ley) por parte de las fuerzas de seguridad iraquíes y soldados estadounidenses, este pescador de 21 años hace horas extraordinarias. Llega al río al amanecer y se queda hasta la tarde.
«Pesco más peces ahora y la gente tiene menos miedo de acercarse a la orilla para comprármelos», explica este chiíta, cuya familia fue obligada a abandonar el peligroso barrio de mayoría sunita de Dura, en el sur de Bagdad, hace un año.
Los escuadrones de la muerte, que antes eran responsables diariamente de decenas de víctimas en las calles de la capital, se han vuelto más discretos, lo que se refleja en menos cadáveres al levantar las redes.
«Antes encontraba cadáveres casi todos los días. En estos momentos es diferente porque el último que tuve que cargar se remonta a unos diez días atrás», se felicita el joven de barba corta y cabellos rizados, sentado en su barca junto a su primo, Abbas Najm, de 22 años.
Muchos de estos muertos eran hombres de unos 30 años, víctimas de ejecuciones sumarias. Tenían las manos atadas a la espalda, el rostro cubierto con una venda, y habían recibido una bala en la cabeza.
A menudo estaban en avanzado estado de descomposición, después de haber pasado días, quizás un mes, flotando en las aguas.
«Con mi primo Abbas los recogemos y los depositamos en nuestra embarcación, con cuidado de no estropear el cadáver, antes de entregarlos a un puesto policial fluvial», explica Haider, cuya nariz se arruga disgustada con el recuerdo del olor.
«Es nuestro deber religioso. Si el cuerpo se ha enredado en mis mallas es que Alá quiere que lo retire de las aguas para que tenga una sepultura decente», asegura este chiíta.
Sin embargo, el peligro sigue omnipresente, incluso en el Tigris. «Nunca voy más allá de ese punto, donde me expondría a morir», dice Haider señalando un puente a cierta distancia.
«En esta zona ya han sido asesinados cuatro pescadores chiítas. Es una región sunita», recuerda con cara de preocupación mientras recoge las capturas de la mañana: cuatro carpas de casi dos kilos cada una.
Varios policías al borde del río aprueban las declaraciones de Haider. Ellos también extraen en estos momentos menos cuerpos del río.
«Algunos días encontrábamos cinco o seis. Los llevábamos hasta la orilla y esperábamos la llegada de un inspector. Actualmente pasan varios días sin ver a ninguno. Nuestros colegas de los otros diez puestos fluviales dicen lo mismo», declara un agente, que no quiere dar su nombre.
El pescador Haider reconoce que las carpas pueden haberse nutrido de los cuerpos a la deriva.
«Puede ser. Pero hay tantas formas de alimentarse en el río que de todas maneras prefiero no pensar en eso», confiesa.