El domingo pasado cuando regresaba a casa después de conducir el programa «Opiniones» por Emisoras Unidas, escuché la noticia de que Dionisio Gutiérrez retiraba temporalmente su participación del programa «Libre Encuentro». No puedo definir con exactitud la impresión sufrida al saber que un hombre de la categoría humana de Dionisio haya tomado tal decisión, incluso, forzado a tener que salir del país por tan reiteradas como serias amenazas de hacerle daño o provocarle la muerte si continuaba ejerciendo su derecho a emitir con plena libertad su pensamiento. ¿Con que argumentos un imberbe vocero puede calificar este atentado como exageración de la prensa?
Que Dionisio tenga más dinero que miles o millones de guatemaltecos no es cosa que debiera importarnos. Porque conculcar los sagrados derechos humanos consignados en la Constitución no es de ahora, ni de pisto, sino de pisotear principios y valores, como que aguantarlo es llevar en las venas horchata y no sangre. Muchas veces, lamentablemente, valoramos decisiones o actitudes humanas relacionándola con situaciones económicas, sociales o políticas, cuando debiera ser todo lo contrario, puesto que la libertad de expresión no es cuestión de precios, de pugna, como tampoco de política de derecha o izquierda, mucho menos de que alguien nos caiga bien o mal. El retiro parcial o definitivo de Dionisio al frente de Libre Encuentro obliga a recordarnos de aquel discurso de Rodrigo Rosenberg, sentido, amargado y triste por ver a una clase acomodaticia de políticos anteponiendo sus personales intereses al honesto y sincero deseo por cambiar tantas cosas chuecas con que nos tropezamos a diario. ¿Se imagina estimado lector qué pasaría si Dionisio armado del valor que lo caracteriza dispusiera seguir conduciendo su programa corriendo el riesgo de que al salir a la calle, cualquier desgraciado sicario podría balearlo empleando el mismo método y estilo con que eliminaron a Rodrigo? ¿A qué clase de dolor, pena e infelicidad estaría sujetando a su familia? Por ello no comento la decisión de Dionisio, sino la lamento profundamente, la analizo bajo el punto de vista del derecho a la libertad de expresión que todos tenemos, sin confrontar, insultar ni ofender a nadie, sino simplemente disentir o no compartir criterios, maneras o formas de gobernar el país, el que como a todos consta la triste y lamentable condición en que se encuentra. Todas estas situaciones vienen a ahondar mi preocupación y disgusto de vivir en un país en el que a pesar de tantos episodios históricos memorables, las sumisas costumbres de un pueblo supra aguantador no han cambiado del todo. No hace mucho, terminé de leer el voluminoso libro de Rafael Arévalo Martínez «Ecce Pericles» en donde relata la oprobiosa tiranía de Manuel Estrada Cabrera, quien así como se auto proclamaba «benemérito de la patria», por el otro sembraba miedo y terror. De ahí que pregunte: ¿no se repite la historia?