Venezolanos buscan protección y salud en la montaña mágica de Marí­a Lionza


La semana del 12 de octubre, centenares de espiritistas, adeptos de la santerí­a y ciudadanos en busca de salud, consuelo o protección se dan cita en esta montaña venezolana, donde según la tradición apareció Marí­a Lionza, deidad femenina y pilar de esta creencia. AFP

Un hombre expulsa sangre por la boca con los ojos vací­os. Entre convulsiones, se acerca a una mujer enferma y la besa, mientras la multitud que inunda la montaña de Sorte (norte de Venezuela), celebra ya la sanación y agradece a la «reina» Marí­a Lionza.


La semana del 12 de octubre, centenares de espiritistas, adeptos de la santerí­a y ciudadanos en busca de salud, consuelo o protección se dan cita en esta montaña venezolana, donde según la tradición apareció Marí­a Lionza, deidad femenina y pilar de esta creencia.

«Es un lugar muy especial, con mucha fuerza y energí­a porque aquí­ se vio a la reina. Es tan poderosa Sorte que por la noche las raí­ces de los árboles desprenden luz», asegura la santera Meyra Peña.

Cada rincón de esta montaña selvática, sembrada de pequeños senderos y riachuelos, sirve de altar.

El ambiente es mágico y hasta oní­rico. Los gritos y gemidos de quienes reciben los espí­ritus resuenan en Sorte, el olor a puro, usado por los fieles para llamar a los «santos», llega a ser insoportable y los tambores y cánticos repetidos mecánicamente retumban sin pausa para empujar a los santeros al trance.

«Sin fe nada ocurre, con fe todo puede curarse. Yo ya he puesto de pie a seis inválidos. Tengo muchos pacientes en Sorte», explica Edson, santero de 53 años, exhausto tras una ceremonia de curación.

Las personas usadas por los espí­ritus, las llamadas «materias», tragan vidrio y escupen sangre, se perforan las mejillas con puñales sin mostrar dolor y transmiten fuerza y salud a personas echadas en el suelo, rodeadas de velas, flores, frutas y semillas.

Hace seis años, a Yaneida Vega le diagnosticaron un cáncer de útero que ya habí­a afectado al colon. Devota de Marí­a Lionza, se sometió a numerosas curaciones de santerí­a, paralelamente a su tratamiento de medicina tradicional.

«Los médicos me anunciaron que debí­an operarme de urgencia para sacarme el útero. Al despertar de la anestesia sólo habí­an extirpado un tumor porque todos los órganos habí­an sanado milagrosamente. Ellos no se lo explicaban pero yo sí­: fue mi Reina», explica, sonriente.

Desde entonces, cada año acude a Sorte, puntual a su cita con Marí­a Lionza. «Soy feliz en esta montaña. La paz aquí­ es grande», afirma.

Para los creyentes, la energí­a de Sorte viene de los rí­os, donde todos se bañan, y de la tierra, sobre la que caminan descalzos.

En todos los altares, Marí­a Lionza es representada como una Virgen bella y sonriente, rodeada de flores, frutas y perfumes y acompañada siempre del cacique indio Guaicaipuro y del Negro Felipe, luchador durante las guerras de independencia de Venezuela. En eslabones inferiores, la santerí­a mezcla libertadores, médicos, curanderos, vikingos, esclavos y hasta ladrones famosos.

«Ya perdí­ la cuenta de los años que hace que vengo. Soy la abuela de la montaña. Me he quedado muchas veces solita aquí­ con mi reina y los espí­ritus. A ella le debo todo, hasta mi curación», afirma Nerbis Probasta, una anciana que fuma su habano ante uno de los altares, mientras recuerda que antes no podí­a levantarse de su silla de ruedas y ahora lo consigue.

Antes de retirarse de la montaña, Meyra Peña se retuerce, grita y tiembla hasta recibir el espí­ritu de Manuela Sáenz, compañera sentimental y de batallas del Libertador Simón Bolí­var. Transfigurada, la santera rocí­a de arroz, maí­z y humo de puro a más de 30 personas alienadas en el suelo para que reciban la prosperidad.

«Por encima de todo y de todos confiamos en Marí­a Lionza», afirman los fieles.

Pero los más viejos aseguran que Sorte ha cambiado mucho y que es difí­cil preservar el verdadero culto a Marí­a Lionza entre delincuentes, borrachos y aquellos que se dedican a negociar con el sufrimiento ajeno.

«La montaña se ha degradado bastante. Mucha gente viene a tomar alcohol y tiene falta de fe, pero tratamos de hacer lo posible por mantenerlo», concluye Edson.