En primera plana de los diarios de la nación encabeza la noticia: Gonorrea, sífilis y chancros contagiados en 1946-48, con autorización de doctores estadounidenses, a guatemaltecos de clase baja, soldados, putas, retrasados mentales y niños, para experimentos médicos.  Perdonen, sus señorías, no eran esos tiempos de la posguerra, me refiero a la Segunda Guerra Mundial,  cuando los gringos se instalaron en territorio guatemalteco, donde construyeron el aeropuerto La Aurora, las bases del Puerto de San José -con casino incluido para sus soldados-, donde por todas las fincas del Pacífico enterraron cisternas de gasolina de avión, donde cargaban y descargaban lo que se les vino en gana, con la autorización de todos los presidentes que por esa época gobernaron, y digo «gobernaron», con la boca chiquita, porque los que en realidad han mandado en estos paisitos tercermundistas han sido ellos, los gringos, los norteamericanos, los blancos, que con tanta película en blanco y negro llenaron los cines de aquel entonces; la revista Life solo de eso se vanagloriaba, de la estatua al soldado, el desfile bajo el Arco del Triunfo en París, el desembarco en Normandía, el rescate de los campos de concentración en territorio alemán, donde murieron millones de judíos, que fueron usados por los nazis para experimentos de laboratorio, y donde el resto del mundo todavía continúa indignado por el atropello a la raza humana. Entonces, a sabiendas que era malo, ¿por qué repitieron el cuadro con nosotros?  ¡Ay, por Dios!  Esta historia la conocemos más que a nuestros antepasados, a falta de pedigríes, como ocurre con los chuchos de la calle. Todo lo acontecido se nos ha transmitido de revista en revista, que guardaron nuestros antepasados en lugar preferencial, más que los álbumes de familia, porque no hubo dinero para la foto.
Me preocupa que con un simple sorry quede sellado el holocausto que desencadenó el Gobierno norteamericano en tierras guatemaltecas durante la administración gubernamental del entonces presidente Juan José Arévalo Bermejo. ¡Por favor! La excusa de que el Presidente no estaba enterado no vale; en aquel entonces el Presidente era informado por la red de orejas que todavía quedaron de la administración de Ubico, donde se enteraban hasta quién era el pretendiente que frecuentaba la casa de señorita Fulanita de Tal, en las tardes, cuando el reloj de Catedral daba la última campanada de las cuatro de la tarde. Algo semejante al trabajo que ayer hacía Castresana y se presume que hoy realiza el tico con ampliación de contrato por cuatro años más. A otro chucho con ese hueso.