Niños topo buscan plata en Bolivia


De dí­a Abigail debe acudir a la escuela local y por eso a la mina va de noche. AFP

«Desde los 12 años he entrado a la mina», dice Abigail Canaviri. Ahora tiene 14 y sigue penetrando por las noches a las entrañas del Cerro Rico de Potosí­, el fabuloso yacimiento de plata en Bolivia, para ganar unos 3 dólares por jornal.


De dí­a Abigail debe acudir a la escuela local y por eso a la mina va de noche.

«Me pagan 20 bolivianos (unos 3 dólares), entro a «carronear» (mover y empujar vagones), saco 10, 12 carros, entro a las 6 de la tarde y salgo a las 4 o 5 de la mañana», dice Abigail.

«Mi papá ha fallecido de «mal de mina» (silicosis, enfermedad pulmonar); trabajo para ayudar a mi familia, nos faltan cosas, a mi hermanita le faltan zapatos y apenas nos abastecemos con lo que entro a la mina», señala la adolescente.

Los vagones que ella empuja son unas carretas metálicas que avanzan sobre rieles y que sacan desde la mina una tonelada de concentrado de plata, estaño o zinc en cada viaje.

El rostro de Abigail se ensombrece cuando cuenta que ya sufrió una fuerte infección hace unos meses que la llevó al hospital y obligó a que le extirparan un riñón.

Como ella hay otros adolescentes en el Cerro Rico de Potosí­, al sur de Bolivia, sí­mbolo de riqueza que ha sido explotado de manera ininterrumpida desde el siglo XIV por los incas, luego por los españoles, el Estado boliviano y ahora por firmas privadas.

Efraí­n Cartagena tiene 14 años y carga minerales desde hace dos. Gana 60 bolivianos (unos 8 dólares diarios).

Su historia familiar es casi calcada a la de Abigail, pues su padre también murió por silicosis, causada por el fino polvillo que se desprende al arrancar el mineral de la tierra, se incrusta en los pulmones y con los años provoca la muerte.

Son unos 12.000 mineros que trabajan en el Cerro Rico.

Según la Fundación suiza Voces Libres, que trabaja por el bienestar de los menores mineros, en la actualidad hay entre 50 y 60 adolescentes que trabajan allí­, aunque la cantidad suele aumentar cuando el precio del mineral sube.

«Unos 120 menores trabajan en Potosí­», calcula un cooperativista que pide mantener su anonimato.

El último censo de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) se hizo en 2001 y establece que en el Cerro trabajan «381 personas menores de 18 años» y que en todo el paí­s hay «3.800 niños, niñas y adolescentes entre 7 y 18 años involucrados en la actividad de la minerí­a tradicional y aurí­fera».

Las federaciones de cooperativas de Potosí­, formadas por mineros privados en unas 50 organizaciones y que son los principales empleadores, rehúyen hablar del tema.

El cooperativista dice a la AFP que «los menores con frecuencia se aumentan las edades para poder trabajar en los socavones, eludir cualquier control estatal y evitar un eventual rechazo en su contratación».

Los mineros jóvenes y adultos viven con la muerte sobre sus espaldas. La esperanza de vida de los mineros en Bolivia por el «mal de mina» es de 35 años: Potosí­ es una región llena de huérfanos y viudas.

Antes de penetrar la mina, todos los mineros sin excepción -adultos y menores- suelen sentarse sobre la tierra al ingreso de los socavones, donde «pijchean» (mastican) la milenaria hoja de coca por varios minutos.

La planta es para ellos el alimento principal para mitigar el hambre y evitar la fatiga.

Allí­ ellos comentan sus penas y sus alegrí­as, en medio de un ambiente rudo y de lenguaje procaz.

El ingreso a la mina es por angostas bocaminas, con un ancho de 1,5 metros y algunos trechos con una altura similar, casi sólo útil para las carretillas mineras. Las personas deben agacharse para no golpearse.

El piso es de barro, formado por tierra y copagira, un lí­quido corrosivo (agua y mineral) que se filtra por las paredes y techos de las minas.

Los esfuerzos estatales para sacar a los niños de las minas choca con la realidad.

El Defensor del Niño y Adolescente de Potosí­, Marcelino Chucucea, explica a la AFP que los menores ingresan a las minas, porque «son pobres y huérfanos, provienen de hogares desintegrados» y además ganan más que en cualquier otra actividad, como vendedor callejero o ayudante de albañilerí­a.

«Se les aleja de las minas pero inmediatamente vuelven», concluye.

Chucucea reconoce que existen normas que prohí­ben el trabajo de los menores en condiciones insalubres, pero dice que, como dice el refrán, «el papel aguanta todo» y mientras haya para extraer riqueza del Cerro Rico, seguirá la demanda de mano de obra barata.