Buenas tardes, licenciado, me atrevo a molestarle enviándole unas líneas personales contándole una experiencia, también personal, porque recién termino de leer el acertado editorial de este día.Â
Las bandas de asesinos son, sin duda, una peste humana absolutamente inmunda, como inmundos y pestilentes y ruines son los que los contratan. Rotundamente ruines, como los tiros con los que eliminan a sus víctimas.
El fin de semana fui a La Unión, Zacapa. Mi hija jugaba futbol a las 11. Mi mamá nació en Gualán, y por eso, en mi niñez, constantemente oí hablar de ese pueblo, pero jamás fui, hasta este domingo. Así que más o menos a las 9 de la mañana ya manejaba en la carretera que de Gualán lleva a La Unión, hacia arriba siempre, por la montaña, a lo que parecía ser el fin del mundo, por un camino que resultaba fácil imaginar que iba en dirección al cielo, y como tal, sinuoso y estrecho. Peligroso además porque estaba complicado por muchos derrumbes. Una de las jugadoras del equipo donde juega mi hija sufrió, durante el partido, una lesión: se le dislocó un brazo y tuvo que ser llevada en ambulancia al Centro de Salud. Al terminar el partido, fuimos para ver cómo estaba y qué podíamos hacer por ella. Y aunque éramos dos mujeres, nos ofrecimos porque las calles de La Unión son tan empinadas (empinadísimas) que el bus que llevaba a las jugadoras y a los entrenadores le era imposible llegar al centro asistencial. Como la jugadora lastimada debía ser trasladada al hospital de Zacapa y sólo estábamos nosotras dos en ese momento con ella, preguntamos al doctor del centro de salud si la llevaría la ambulancia que la había trasladado del campo de futbol hacia allá y nos dijo que no. Yo pensé llevarla en mi carro, pero la jugadora estaba sumamente adolorida, tanto que respiraba con dificultad por la intensidad del dolor, así que le dije al médico que viendo la situación en que se encontraba, yo creía que «la ambulancia debía llevarla»… í‰l me respondió: «sí, debe de llevarla pero no puede» y dio por razones que podían haber otras emergencias y que necesitaban la ambulancia allí.Â
Y con su respuesta me quedó clarísima la diferencia entre el «debe» que yo expresé (de obligación) y la respuesta del médico de sí pero siempre no.
Dos o tres personas esperaban por atención sentados a la entrada del lugar, y una de ellas que me escuchó protestar, me dijo que lo que pasaba es que podían haber baleados y que entonces necesitarían usar la ambulancia. Aquí, continuó diciéndome, la gente siempre ha andado armada, pero antes se daban uno o dos balazos y ya. Ahora en cambio, se deshacen del cuerpo de tantos que se dan. Y viéndolo bien, mejor llevarán a la patojita al hospital, que si hay balazos, seguro no queda ni uno vivo, y entonces, para que van a necesitar la ambulancia. Total, los muertos aquí no son novedad y ya fríos, pues qué se puede hacer por ellos.Â
Yo le escuché y sentí un escalofrío… escalofrío que todavía sentía cuando bajaba con mi hija de vuelta por el sinuoso camino, porque la jugadora golpeada finalmente fue llevada al hospital de Zapaca por el entrenador y un papá de otra jugadora. Es que pensaba en lo acostumbrados que estamos los guatemaltecos a esta cultura de violencia y muerte que nos rodea… y esta tarde leo su editorial y vuelvo a ver cuán llenos están nuestros días de violencia, y rebosantes de asesinatos y sicarios y ataques y armas y dinero que pagan por muerte…
Hoy, en su editorial, ustedes lo explican con la claridad más absoluta, tal y como acostumbran, porque decir que estamos plagados de bandas criminales, licenciado, es escribir con la verdad sin atenuantes.Â