Desde el primer texto de su primer libro, publicado en 1936, los viajes atraviesan la obra del escritor italiano. Sin embargo, en su vida viajó poco y nunca salió de Italia. ¿Qué significado tienen esos recorridos? Un análisis sobre el mito, y sobre los autores italianos de posguerra.
Si uno ensayara una lista (aunque sea, mental) de escritores que se suicidaron, el nombre de Cesare Pavese surgiría bien pronto. Su muerte estuvo rodeada de hechos, indicios y consecuencias que la hicieron célebre y tiñeron -tiñen- la mayoría de las lecturas de su obra.
Encontraron el cadáver el 27 de agosto de 1950. Había alquilado una habitación en un hotel de Turín y había tomado, según se dice, dieciséis frascos de somníferos.
Repitió el destino de uno de sus personajes. Rosetta, en la novela Entre mujeres solas, también alquila una habitación en un hotel de Turín para suicidarse.
El diario del escritor se publicó poco después, en 1952. Lo había dejado prolijamente en una carpeta y había marcado, en una hoja, los años de comienzo y fin: 19351950. Su decisión, no cabe duda, fue largamente meditada.
Luego del suicidio y más aún tras la publicación del diario, aparecieron muchísimos estudios, de tipo muy diverso, sobre Pavese. Su obra lo permitía: a partir de algunas temáticas y estructuras que se repiten -sobre las que dejó también anotados sus pensamientos-, bulle un mundo lleno de símbolos, que invita a la interpretación y se relaciona de un modo peculiar con su vida.
Sin ser autobiográficos ni mucho menos, sus textos remiten a situaciones que vivió, que conoce de cerca, y siempre se pueden relacionar con algún aspecto de su experiencia. Además, en su diario llevó hasta el fin un registro descarnado, crudo y minucioso en el que se advierten los zigzagueos entre la exaltación y el juicio cruel sobre sí mismo. La literatura, está claro, fue una de las principales herramientas en el impiadoso proceso de autoanálisis que quiso desarrollar.
Parece lógico, entonces, que hayan abundado los trabajos críticos en torno a su figura y que la mayoría se concentren en la ceñida articulación de su vida, su obra y su pensamiento. Hay material de más para esos estudios y aun para los que quedan por hacerse.
Proponemos, en este caso, centrar la atención en los viajes o, mejor, en los cambios de residencia.
EL VIAJERO INMí“VIL
Suele remarcarse que Pavese viajó poco y que nunca salió de Italia.
Es cierto. Además, los viajes que hizo fueron, en su gran mayoría, obligados por diversas situaciones.
Eso no quita que para él hayan tenido una importancia notable, que suele pasar inadvertida. Es más, su vida (también su obra, veremos más adelante) puede estructurarse según los cambios de residencia.
Pavese nació en Santo Stefano Belbo en 1908. A los seis años, tras la muerte del padre, se mudó a Turín. Durante un buen tiempo, volvía a su tierra natal cada verano y allí se sentía más a gusto que en la ciudad. Muchos personajes de sus textos viven la misma situación. «Marché a la ciudad y cambié de vida; regresé al año siguiente, me convertí en otro; venía al pueblo en vacaciones y así me pareció siempre que era un chico sólo en verano», se lee en el cuento «Historia secreta».
Recién durante la juventud va a descubrir el ambiente de la ciudad, que quedará asociado en su obra a las fatigas del trabajo diurno y los vagabundeos por la noche, la camaradería masculina, los paseos por el río Po, el coqueteo con las mujeres, el compromiso político y el desengaño adolescente o post adolescente, además de cierto aspecto de corrupción y vicio.
Residía en Turín cuando el gobierno fascista lo arrestó por sus amistades, su trabajo en la revista Cultura y/o sus servicios como incauto mensajero. Tras una breve estadía en la cárcel, vino el confinamiento en la aldea marítima de Brancaleone, al sur de Italia. Su destierro en ese lugar fue penoso, pero la gran desilusión vendría después: cuando volvió y supo que su enamorada (la «mujer de la voz ronca» que aparece en sus textos) se había casado con otro hombre.
Ya la vida del escritor estaba centrada en Turín, aunque siempre volvía a Santo Stefano Belbo.
Años después pasó un tiempo en Roma para encargarse de la sede de la editorial Einaudi y, durante los bombardeos de 1943, se refugió con su hermana en la colinas de Serralunga di Crea. Cada punto de residencia del escritor puede buscarse en sus novelas. Si se hace este experimento, uno se topa con una rigurosidad increíble: todo está servido en bandeja; hasta parece engañoso por lo estructurado. Es una muestra más, entre tantas, pero muy significativa, de la ligazón entre la vida y la obra de Pavese. Y sirve para entender la importancia que tuvieron los viajes en su imaginario.
MUDANZA
Desde el primer texto de su primer libro, publicado en 1936, los viajes atraviesan su obra. No los viajes en sí, no el hecho de moverse, trasladarse, ir de un lugar a otro, sino los cambios de residencia, las llegadas a un espacio distinto, con otras costumbres y otros paisajes. Aunque en todas sus novelas, salvo El hermoso verano, los protagonistas cambian de residencia, el hecho de viajar apenas tiene un desarrollo narrativo en De tu tierra y La casa en la colina. Y también en algunos cuentos, claro.
Los protagonistas de sus obras casi siempre están llegando a un lugar. Allí, encuentran otro horizonte, otros personajes y otros hábitos que resultan, a la vez, familiares, identificables, y desconocidos. Ese encuentro conduce la experiencia que se narra en casi todas sus novelas.
Juan Villoro ha escrito que su maestro Monterroso no lograba recordar las historias de los textos de Pavese y que a él le ocurre lo mismo. Es que sus novelas no tienen una trama que se pueda seguir o retener. Narran la experiencia interior de los protagonistas en un sitio al que casi siempre han llegado luego de un viaje. La vida en ese lugar hace que se manifieste un pasado, que surja el diálogo entre el hombre que son estos personajes y el niño que fueron.
Se trata de un diálogo esencial en la narrativa del autor.
El viaje que pone en escena Pavese está en las antípodas del viaje turístico, de su discurrir afiebrado y hambriento. La peor versión del turista pretende asegurar «yo estuve ahí»; los personajes del autor, en cambio, se topan de improviso con un «yo era y soy esto». Llegan a un lugar y lo viven, lo respiran, dejan (en realidad, no parece haber otra opción) que los atraviese.
De pronto, en el cambio de residencia, pueden recordar la tierra de su infancia al ver una colina o al identificarse con un niño a quien apenas conocen.
Así se da, a partir del encuentro con un lugar conocido y desconocido a la vez, el reencuentro con el pasado, el diálogo con uno mismo en un sentido profundo, lejos de las tendencias «new age». Todo esto se asocia en forma directa con la mirada del escritor sobre otro tema fundamental de su obra: los espacios míticos.
Hay que olvidarse de la concepción usual del mito para entender el significado que él le otorga. Pavese dominaba muy bien la etnología -llegó a dirigir una colección sobre el tema en Einaudi- y tomó de ese ámbito sus ideas. Entendió el mito prácticamente como un sinónimo de «símbolo» y lo asoció a los lugares; en particular, los lugares de la niñez.
Influido por pensadores como Giambattista Vico, James Frazer o Carl Jung, relacionó la vida de los individuos con la historia de los pueblos y, entonces, buscaba el mito en la infancia de las personas, como en la infancia de los pueblos. Creía que, antes de tener una conciencia plena, racional, el niño experimenta los sucesos que van a configurar el mundo mítico de su adultez. Tales sucesos quedan asociados a un lugar que pasa a ser único.
Por eso, los acontecimientos toman otro valor en el sitio donde los personajes vivieron su infancia, un valor absoluto, que magnifica acciones que tal vez parezcan banales. En su obra, a partir de la llegada a un espacio de enorme significación (por medio del viaje), cualquier acontecimiento cobra trascendencia plena. De ese modo, se inicia una experiencia interior que, en la trama de un texto, puede parecer tan nimia que se olvida y, sin embargo, tiene una potencia implacable. Cuando Villoro cita lo que decía Monterroso, quedan señalados ambos sentidos: «Pavese es un gran escritor, muy intenso, pero no recuerdo sus historias».
De un lado, la dificultad para evocar las tramas; del otro, la potencia de sus obras.
La experiencia interior de los personajes, tan profunda, se vincula directamente con las ideas del autor sobre los espacios míticos. El encuentro con un lugar lleva al reencuentro con el pasado y eso explica la significación del viaje en la obra de Pavese. Incluso en la única novela donde el protagonista no cambia de residencia, hay un personaje esencial, Guido, que vuelve por unos días a la tierra de su niñez, aunque ese viaje no aparezca narrado.
REGRESO A LA SEMILLA
El mundo de los viajes es amplio.
Hay viajes y viajes. En los textos de este autor, una figura se repite dentro de ese universo: la del retorno al hogar, a la tierra de la infancia. Sin duda, está ligada a su concepción sobre los espacios míticos.
Las diez novelas de Pavese (incluida la que escribió con Bianca Garufi) muestran un retorno al hogar en el plano simbólico y ocho además lo desarrollan en el plano realista. El personaje principal vuelve al sitio de su infancia o acompaña a otro en el regreso a su tierra. Parecería imposible, entonces, no ver la importancia que esto tiene en su obra.
Cuando trabajó sobre los mitos clásicos, en el libro Diálogos con Leuco, dedicó dos textos a Odiseo.
Ese personaje está directamente asociado al retorno al hogar; es su figura prototípica. En uno de los diálogos, Circe le confiesa a Leucotea: «»Después de todo es Odiseo», pensé, «alguien que quiere volver a casa»». Más adelante, lo define como «un hombre solo, en extremo inteligente, y valiente ante el destino». Tal vez ahí esté la imagen del hombre que Pavese hubiera querido ser: tenía un llamativo amor por la soledad y la inteligencia; le faltaba la valentía o, mejor dicho, se acusó de cobarde una y otra vez.
Odiseo recorrió el mundo y debía regresar a su tierra. El primo del poema que abre «Trabajar cansa» viajó, vivió lejos de su pueblo y encontró todo nuevo al regresar. El narrador del cuento «Una certeza» también viajó y dice: «Con tanto que he hecho, visto y comprendido en el mundo, me ocurre pues que las cosas más mías son un montón de piedras donde me sentaba entonces, una reja de sótano donde clavaba los ojos, un cuarto cerrado donde no podía entrar».
No es que uno se descubra a sí mismo al encontrarse con el lugar de la infancia. El proceso tiene mucha más complejidad, guarda el misterio de lo simbólico. Los personajes llevan consigo la tierra donde nacieron (Pavese lo señaló de diferentes maneras en distintas obras, incluso se lo hace decir a Odiseo), pero vuelven a ella luego de haber pasado años lejos, encuentran todo indefectiblemente cambiado y viven una experiencia difícil de explicar o definir. La literatura del italiano se concentra, en buena medida, sobre la profundización de ese reencuentro.
ETERNO RETORNO
Parece significativo que alguien tan preocupado por estructurar su vida y su producción literaria haya iniciado y cerrado su obra con el tema de los viajes y, en particular, del retorno. El primer poema de su primer libro y la última de sus novelas muestran a personajes de 40 años -Pavese se suicidó a los 42- que han vuelto al Piamonte luego de hacerse a la mar.
No se trata en estos casos del mar que vio durante su confinamiento (que aparece en «Tierra de exilio» y en La cárcel, por ejemplo), sino de un mar desconocido, lleno de aventuras, misterioso. El que imaginó cuando era niño, el que encontró luego, de algún modo, en sus admirados escritores estadounidenses.
A principios de 1942, escribía en su diario: «El arte moderno es -en la medida en que vale- un regreso a la infancia». El retorno al lugar de la niñez parece una conquista, una forma de conocimiento. Sin embargo, ya no tiene el valor definitivo que encerraba para un héroe mítico como Odiseo.
Se trata de una experiencia trascendental, pero luego la vida sigue y continúan la búsqueda, los viajes, el movimiento; la última novela de Pavese concluye, como muchas de sus obras, cuando el protagonista reinicia su camino.