El desarrollo de un país depende del desarrollo de cada unidad familiar del mismo, tanto en lo económico como en la nutrición, salud, educación e infraestructura básica, etc. La buena economía de las familias da un país con una economía estable a largo plazo, que no es influenciada fácilmente por cambios de gobierno e inclusive actos de corrupción de los gobiernos de turno, tal es el caso del gobierno de Alfonso Portillo. La clave de esa «estabilidad macroeconómica» con la cual alardeaba el ex presidente, es nada más y nada menos que la estabilidad que las familias han alcanzado a lo largo de los años a través de los cambios en sus valores y principios durante más de 30 años y no tanto de políticas de gobierno. Por ejemplo: hace 25 años, las familias guatemaltecas en un alto porcentaje se dedicaban a beber alcohol y las cantinas eran como las panaderías que se encuentran en cada esquina en la actualidad, lo cual mermaba su situación económica con creces. Hoy en día, el número de cantinas es muchísimo menor y en muchos pueblos ya ni existen, la gente se dedica más a comerciar. Tal es el caso de Almolonga, en donde, de ser un pueblo sucio, con un alto número de cantinas, borrachos tirados en las calles, en la actualidad se confiesan en casi un 90% creyentes de Dios. Ahora se dedican a comerciar verduras con mucho éxito a nivel internacional. El Estado debe proteger el derecho de las familias porque son la base de toda sociedad y no querer ser empresario; ese pantalón no le va. Así como son los principios de las familias individuales, así serán las leyes y la dirección que un país llevará. Se deben fomentar los principios y valores de Dios para una mejor construcción de la familia y crear oportunidades de desarrollo económico y social para las áreas rurales principalmente.