El correo electrónico de Jaime Barios Carrillo que recibí la tarde del viernes anterior me pareció que estaba impregnado de angustia, reproche y tristeza. Daba cuenta de la gravedad del muralista y antropólogo Juan Jacobo Rodríguez Padilla.
Como conozco los antecedentes del hijo de prolífero escritor guatemalteco Jaime Barrios Peña, fallecido el año pasado muy lejos de su patria y quien no recibió post mortem un sencillo homenaje del Gobierno ni de la Universidad de San Carlos, sabía que el doctor en filosofía Barrios Carrillo invadiría con sus mensajes los buzones de sus amigos residentes en Guatemala, para dar a conocer acongojado que el pintor muralista Rodríguez Padilla, uno de los guatemaltecos más brillantes que arropó la Primavera Democrática, es decir, los gobiernos de Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz, se encuentra sumamente grave, en estado crítico, si no es que, cuando usted lea estos apuntes, ya haya expirado.
El destacado muralista pertenece a una familia de artistas. Su padre, Rafael Rodríguez Padilla, fue el fundador de la escuela de Bellas Artes y el primero en esculpir esculturas fundidas en bronce en Guatemala, como el monumento al jurisconsulto Lorenzo Montúfar, plácidamente sentado en la Avenida la Reforma. (Algunos irreverentes le dicen con cierto aire de afecto familiar El huevonazo de don Lencho Montúfar).
Juan Jacobo ha vivido la mayor parte de sus 88 años de vida fuera del país, pero «siempre con Guatemala dentro». Es ecologista, vegetariano, conocedor del arte maya. Fue cofundador del grupo Saker Ti, que unificó a los artistas jóvenes en los años 50. «Después de la muerte violenta de mi padre, por motivos políticos -dijo en una ocasión-, nos trasladamos a Rabinal, donde pasé buena parte de mi infancia y adolescencia. Allí entré en contacto con la cultura maya, por primera vez».
Durante el gobierno del presidente Arbenz fue becado para estudiar en París, junto con otros artistas; pero tras la invasión mercenaria de 1954 el títere régimen militar suspendió las becas. Rodríguez Padilla permaneció en la capital francesa poco tiempo, y viajó a la República mexicana, para realizar frisos en el Museo Antropológico de México. Retornó a París, donde vive modestamente y ha realizado sus mejores trabajos. Su hermana Santina, también pintora, fue «desaparecida» por las fuerzas oscuras en los años setenta.
En las horas finales de su vida, podría esperarse un gesto del Gobierno para rendir homenaje a uno de los guatemaltecos que dio prestigio a la patria, de la que nunca fue ajeno; pero en este sentido soy muy pesimista, porque en Guatemala no hay cabida para reconocer el arte, la creatividad y el patriotismo de un gran muralista, puesto que la cultura en general han sido relegada a un mínimo rincón olvidado por el tiempo y los políticos; pero yo exhorto a las autoridades académicas de la Usac para que recuperen su compromiso con su pueblo, honrando a tan prestigioso compatriota.
(El pintor Romualdo Tishudo cita a Igor Stravinski: -Cuando se han cumplido 80 años, o estamos cercanos, todo contemporáneo es nuestro amigo). Â