La montaña de Nueva York


Roger Federer (I), Kim Clijsters (C) y Rafael Nadal (D), lucen como favoritos para alzar el trofeo del US Open. Si el español logra ganar, será el jugador más joven en completar el Grand Slam. FOTO LA HORA: AFP TIMOTHY A. CLARY

«Y esa pelota… ¿De qué tipo era, Rafael?». La pregunta de Toni Nadal, tí­o y entrenador del número uno del tenis mundial, encierra mucho más que el interés por una marca. Esconde un planteamiento profesional. Guarece una chispa con la que espolear el ánimo de su pupilo. Y cobija además una de las razones por las que el mejor jugador del planeta, ganador de ocho tí­tulos del Grand Slam, no ha jugado nunca la final del Abierto de Estados Unidos, que arranca hoy. Están las pelotas y la pista, están el viento y las distancias y están también la confianza en uno mismo; los rivales, por supuesto, y la agitación, the buzz que dicen los estadounidenses, de la vida neoyorquina.


Finales de 2005. «Es difí­cil jugar aquí­, es extraño. La pelota no me coge el efecto», se queja Rafael Nadal, que se marcha de Nueva York derrotado en la tercera ronda. El español se dirige inmediatamente a Pekí­n, donde gana el torneo, que también se disputa sobre pista dura. Tras levantar el trofeo, habla con su tí­o. Recibe una felicitación y escucha una ironí­a provocadora: «Y esa pelota con la que has ganado en Pekí­n… ¿De qué tipo era, Rafael?». Una Wilson, dice sin palabras. La misma que en Nueva York. Un elemento más en el listado de retos a los que se enfrenta en la Gran Manzana un Nadal que busca y rebusca buenas sensaciones durante entrenamientos extenuantes de dos horas y cuarto de duración.

«Técnicamente», explica el número uno, negro como un tizón, «esta es la pista más difí­cil para mí­». «De entre todas las pistas duras, es en la que la pelota salta menos y se queda más enganchada en la raqueta. No me coge el top-spin», prosigue. «Luego, es la pista central de los torneos del Grand Slam en la que hace más viento. Es tan grande y está tan abierta que hay un viento extraño, como remolinos que van siempre hacia un lado», añade; «en esos momentos parece que no movieras la pelota. Hay que aprender a jugar aquí­, acostumbrarse a vivir con la situación del viento y a que las pelotas se queden más pegadas a la raqueta de lo habitual. No es fácil jugar aquí­. Para mí­, es la central en la que me es más difí­cil jugar».

¿Qué piensa de eso Toni Nadal? «Que le va mejor una pelota más viva, no tan pesada. Que, en cualquier caso, es una cosa que no notas tanto si estás jugando bien y que notas mucho más si estás jugando mal. Y que Rafael no está jugando muy bien y por eso todo le parece una montaña más grande».

Pega el sol entre el ruido de los taladros y Nadal se entrena. Brad Gilbert, ex entrenador de Andre Agassi, Andy Roddick y Andy Murray, le observa tras unas gafas oscuras. «Â¡Qué botes, Rafa!», le dice; «este año siguen bajos y, de repente, boom, sale uno alto».

Para el mallorquí­n no es una cuestión menor. Nadal ha jugado y perdido dos semifinales en Nueva York, el único campeonato grande que le falta. Siempre las disputó en extrañas circunstancias: en 2008, contra el británico Murray, bajo un huracán. En 2009, contra el argentino Del Potro, con una rotura abdominal de un centí­metro. Ahora, en 2010, sabe que llega proponiéndose un imposible. Firmar la temporada más completa de la historia de su deporte. Ganar de forma consecutiva Roland Garros, Wimbledon y el Abierto de Estados Unidos. Convertirse en el primer tenista que logra ganar los tres el mismo año, sin sentir sobre sus articulaciones y sus movimientos el cambio radical de la tierra a la hierba y al cemento. Ser, con apenas 24 años de edad, el más joven en completar el Grand Slam.

«No está haciendo mal muchas cosas», resume Roger Federer; «simplemente, en pista dura, Nadal es más volátil. Tiene más rivales y se le hacen duros los siete partidos».

Nadal debutará probablemente mañana contra el ruso Gabashvili. Ahí­ empieza el baile de horarios: un dí­a al calor del mediodí­a, al siguiente bajo el frí­o y los focos de la noche. A él, sin embargo, le da igual: «No hay problema. Me gusta la ciudad, me gusta el torneo, me gustan los retos, me gusta intentar superar las cosas difí­ciles». Nadal, en estado puro.