Una dramática realidad que tenemos que encarar los guatemaltecos es que de no haber sido porque tres de los cuatro asesinados la semana pasada eran diputados del Parlamento Centroamericano, a estas alturas ya se hubiera olvidado el crimen cometido al incinerar a las víctimas y las autoridades nos hubieran explicado, como siempre, que se trata de un ajuste de cuentas entre pandillas rivales del crimen organizado. No debe cabernos la menor duda de que sólo la presión internacional y el bochorno extremo provocado por ese crimen contra políticos del partido oficial salvadoreño hizo que se pusiera algún esfuerzo por esclarecer los hechos, con la consecuencia ya sabida de que, de todos modos, se cortó de tajo la investigación al asesinar a los agentes de la PNC involucrados.
¿Cuántos casos de personas inocentes asesinadas impunemente no son idénticos o muy parecidos al de los diputados salvadoreños, con la diferencia de que nunca hubo una investigación y que los muertos, además de perder la vida, quedaron con el estigma de que a lo mejor eran miembros del crimen organizado?
Según la versión que dieron los mismos agentes de la PNC cuando fueron detenidos, alguien los engañó diciendo que en el vehículo de los diputados se transportaba droga o dinero y que los tripulantes, de origen colombiano, se iban a identificar como salvadoreños. Admitamos que hubo premeditación en el engaño y que nuestros policías creyeron realmente estar actuando contra narcotraficantes. ¿Era el asesinato el camino para lidiar con ese tipo de criminales o debió haberse procedido como en cualquier país civilizado, capturando y consignando a los sospechosos? Si el procedimiento hubiera sido el legal, los diputados estarían vivos y hubieran podido aclarar el engaño, pero quienes los acusaron falsamente sabían cómo se mueve la melcocha en Guatemala.
Lo pavoroso del caso es que se confirma lo que La Hora ha dicho tantas veces, puesto que con la existencia de grupos criminales operando en el marco de una mal entendida «limpieza social» en el seno de la Policía (los agentes muertos se lamentaron de haber sido engañados y de matar a personas equivocadas, pero no de haber matado a alguien), nadie está seguro porque cualquier informante mal intencionado puede mandar al otro mundo a una persona simplemente pasando una información falsa que ponga en funcionamiento la maquinaria de la muerte.
El problema que se vive ahora en Guatemala es por la personalidad de los asesinados en el operativo policial contra supuestos narcotraficantes. De no haber sido diputados, nuestra vida habría vuelto desde hace una semana a lo «normal», la gente hubiera leído del aparecimiento de cadáveres calcinados y las explicaciones sobre pleitos entre pandillas y todos estaríamos «tranquilos» porque ello ya forma parte de nuestro paisaje.