El solar, genérica casa de vecindad de La Habana, es una mezcla de ambiente musical y de danza, de violencia, marginalidad promiscua, agresividad y magia protegida por orishas yorubas, que hace más de un siglo se insertó en la cultura cubana.
«Vivir en un solar te marca para toda la vida, para bien y para mal, pero te marca», afirma Julio Roche, un jubilado de 70 años que en sus tiempos fue «estibador, tomador de aguardiente y rumbero».
Tras la abolición de la esclavitud (1886), miles de negros esclavos marcharon desde las plantaciones de caña de azúcar a las ciudades, para trabajar de estibadores en los puertos y en el servicio doméstico.
Así, con sus dioses yorubas, su cultura social de el «barracón» (albergue esclavo) y su música, se establecieron hacinados en antiguas casas señoriales, cuyos dueños emigraron a nuevos barrios.
«Se trata por lo general de habitaciones aledañas construidas alrededor de un patio central con baños y servicios sanitarios colectivos ubicados en el centro de ese patio común», dijo a AFP el arquitecto Miguel Coyula, del Grupo para el Desarrollo Integral de la capital.
Bajo el nombre genérico de solar, se incluyeron después otros tipos de construcción como las cuarterías, pasajes, ciudadelas, y casas de vecindad, pero que a los efectos socio-culturales son semejantes.
«Cerca de 10% de los habaneros (2,2 millones) vive en 60.700 viviendas ubicadas en solares, concentrados en Habana Vieja y Cayo Hueso, que representan el 40% del fondo habitacional» de la capital, añadió Coyula.
El novelista Pedro Juan Gutiérrez, quien se crió en un solar hasta los siete años y vive en una especie de atalaya en Centro Habana, rodeado de solares, ha descrito en sus obras la vida de esas casas, con todo el realismo sucio que lo caracteriza.
«El solar es sinónimo de pobreza, aquí y en todas partes», dijo el autor de «Trología Sucia de La Habana», «Animal Tropical» y otras obras.
«Es sinónimo de pobreza, hacinamiento que genera violencia, agresividad. La gente vive en muy poco espacio, con muy poca agua o sin agua, en condiciones infrahumanas y se vuelve violenta», añadió.
De nombres variados – «Pan con Timba», «La California», «El Laurel»- el solar es como una pequeña isla con códigos morales propios, donde conviven odios, pasiones, fuertes amistades, violencia familiar, religiosidad, pobreza y limitaciones: un cóctel explosivo.
El visitante es contemplado con desdén por ser intruso, curiosidad por ser desconocido, y agresividad por sus posibles intenciones.
Algunos sociólogos sostienen que los solares no generan únicamente problemas, también favorecen la convivencia de varias generaciones, y propician la transmisión de un legado socio-cultural de valores y relaciones familares.
El Instituto Nacional de la Vivienda busca transformarlos, humanizarlos, hasta poder erradicarlos. Pero el solar está anclado en el tiempo, en la falta de recursos para desaparecerlo y en la tradición musical.
«La rumba se cultivó desde sus primeros tiempos en los solares, en los cuartos de los solares, en los patios de los solares», dijo a la AFP el musicólogo Helio Orovio, autor del único diccionario de la música cubana en circulación.
En los solares «nacieron muchísimos grandes músicos cubanos, como Chano Pozo y Ricardo Díaz, Evaristo Aparicio y Tío Tom», algunos de los cuales integraron después conjuntos y orquestas como percusionistas, cantantes de boleros y músicos de instrumentos de viento, añadió.
«El son, cuando vino para La Habana a principio del siglo XIX (…) donde se tocaba era en los solares» y sus cultivadores vivían los solares, como los miembros del Septeto Habanero, del Septeto Nacional, Félix Chapottín y Miguelito Cuní, recordó Orovio.
En julio de 2003, cuando murió Celia Cruz en Estados Unidos, hubo consternación en los solares de «Las Margaritas» donde vivió de niña, y en el de Zapote, donde vive actualmente su familia.
Durante casi medio siglo Cruz estuvo ausente de su país y los medios, pero siguió presente en sus solares.