Cada dí­a de mal en peor


En mi función de columnista quisiera escribir sobre temas agradables, en torno a sucesos festivos, alrededor de acontecimientos amenos, pero es sumamente difí­cil abordar asuntos que impliquen beneficio para todos los guatemaltecos.

Eduardo Villatoro

Tomé al azar ejemplares de los diarios publicados el pasado martes, encontrándome páginas plagadas de hechos y denuncias que provocan más pesimismo, tales como los señalamientos al presidente de la Corte Suprema de Justicia, antes de asumir el cargo y ya estando en funciones; la noticia referente a que el ministro de Finanzas tomó posesión anómalamente porque no contaba  con el finiquito que establece la Ley de Probidad; el asesinato de un sindicalista de Migración que un dí­a antes del crimen reiteró en la Procuradurí­a de los Derechos Humanos la acusación acerca de la existencia de una red de tráfico de personas supuestamente dirigidas por funcionarios de la institución en la que trabajaba. El sindicalista tampoco era una mansa paloma.

  También destacan las declaraciones del procurador Sergio Morales respecto a la violación del derecho a la seguridad alimentaria de los guatemaltecos, derivada de la ausencia de controles y garantí­as de calidad en  207 rastros en todo el paí­s, de los cuales 186 son municipales y 21 de propiedad privada, y sólo 11 cuentan con licencia sanitaria del Ministerio de Agricultura, Ganaderí­a y Alimentación.

  Aunque la portavoz del MAGA aseguró que sus autoridades «están preocupadas por ese asunto», dudo mucho que esa hipotética tribulación se convierta en acciones encaminadas a solucionar el problema colectivo, no obstante que se encuentra en riesgo la salud de millones de guatemaltecos, porque los voceros gubernamentales también aprenden a mentir con desfachatez.

  

Voy a retroceder un caso, para ejemplificar. El sábado 11 de junio de 2005 me referí­ a las escenas que exhibió la noche previa el noticiario Noti7, que mostraban las asquerosas, deplorables condiciones en que se encontraba el rastro municipal de la ciudad de Huehuetenango..

  

Decí­a entonces que resultaba imposible intentar trasladar en blanco y negro el estado nauseabundo de las instalaciones de ese degolladero, donde los matarifes descuartizaban displicentemente a los animales entre apestosas aguas que corrí­an por las sucias baldosas, sobre las cuales depositaban las piezas de vaca y de cerdo que habí­an sido destazados en circunstancias totalmente insalubres, mientras que famélicos perros hambrientos mordisqueaban la carne que se pondrí­a a la venta pocas horas más tarde.

  

En esa ocasión solicité la intervención de autoridades de los ministerios de Salud Pública y de Ganaderí­a, para que adoptaran las medidas correctivas; pero  posteriormente me enteré que ningún funcionario de esas carteras ministeriales se habí­a tomado la molestia de investigar, mucho menos adoptar acciones para cuidar de la salud de los vecinos de Huehuetenango.

  Ante lo declarado por el procurador Morales, se deduce que el caso que he mencionado no es aislado, de modo que en tanto transcurren los dí­as, meses y años, reses y cerdos siguen siendo destazados en repulsivas caracterí­sticas pestilentes, y los guatemaltecos continúan consumiendo carne contaminada. (Un turista capitalino visita Huehuetenango y al pasar una guapa chica le pregunta al carnicero Romualdo Tishudo: -¿Quién es ella? El matarife responde: -¡Ahhh….! Es una mujer que está más tocada que la pieza para marimba «Lágrimas de Thelma», del compositor huehueteco Gumersindo Palacios).