Semana para el olvido



Hay etapas crí­ticas que uno quisiera superar y dejar en el olvido; esta semana fue, para Guatemala, uno de esos momentos que causan tal tipo de bochorno que siente uno vergí¼enza por el paí­s, por la imagen que proyectamos y por las desgracias que provocamos. El nombre de nuestro paí­s ocupó espacios noticiosos de gran importancia en los medios de todo el mundo, pero en ningún caso fue por logros y aciertos, sino que simple y sencillamente por la magnificación de nuestros males.

Si hablamos del tema de seguridad, que sigue siendo uno de los grandes dolores de cabeza para el guatemalteco, lo ocurrido con los diputados del Parlamento Centroamericano es un baldón que nos coloca como un paí­s de salvajes. Ahora se maneja la tesis de que el crimen pudo tener origen en El Salvador, pero según la hipótesis, los autores intelectuales del asesinato simplemente aprovecharon nuestra estructura criminal; maleantes de aquel paí­s acusaron a los parlamentarios de ser narcotraficantes y de hacerse pasar por miembros del Parlacen, y nuestra policí­a, tan diligente y eficaz, se encargó de asesinarlos.

Los autores intelectuales habrí­an sabido, de acuerdo con esa tesis, que en Guatemala no se andan con chiquitas a la hora de «combatir la delincuencia» y cortan por lo sano, matando y pegando fuego a los que son considerados como delincuentes. De nada valieron las credenciales de los polí­ticos salvadoreños ni su angustioso pedido para que les respetaran la vida. El procedimiento se cumplió con matemática precisión, como ha ocurrido tantas veces con otras personas acusadas de ser miembros del crimen organizado en sus distintas manifestaciones y que, para beneplácito de mucha gente que cree en esa forma de arreglar las cosas, terminan calcinados en el interior de un vehí­culo para que las autoridades se limiten a explicar que seguimos viviendo y presenciando una guerra inclemente entre pandillas.

Ayer nuestro paí­s volvió a ser noticia alrededor del mundo cuando un gigantesco agujero se tragó viviendas y al menos a tres personas, dos de las cuales ya aparecieron muertas. Y lo más terrible del caso es que en junio del año pasado ya habí­amos publicado nosotros que los vecinos de ese Barrio San Antonio, en la zona 6, temí­an un desastre porque constantemente escuchaban ruidos bajo la tierra y sentí­an temblores. Casi un año después ocurrió la tragedia producto de la imprevisión y el descuido que evidencia que somos un paí­s miserable que no construye, no edifica, pero que además descuida lo poco que se ha construido en el pasado y le abandona sin darle mantenimiento. El problema del Barrio San Antonio es producto de descuido de los encargados de drenajes y, atención, porque el mismo problema se verá en otros sitios de la ciudad donde se han tapado los respiraderos de los desagí¼es y no se hace mantenimiento preventivo de ninguna clase. Vivimos en un paí­s que, de no ser por lo trágico del resultado, podrí­a ser de tí­pica opereta.