El artículo del día de hoy pretende dar a conocer la importancia de los lazos de afecto, en ocasiones asumimos que nuestros lazos sanguíneos pueden ser más fuertes que los primeros. La verdad es que nuestra familia la constituye quien muestra deseo, constancia y gratificación en la relación de familiaridad.
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A mi madre le doy la razón en tantas cosas que me dijo y tantas más que hizo. Ella era una figura regia, afable, dulce cuando podía serlo, perspicaz, con una inteligencia tan aguda como envidiable. Ella con mucha frecuencia me comentaba de su infancia y de su tía «Carmencita», mujer quien le sirvió de modelo para vivir su vida.
Carmencita cuando yo le conocí era una mujer de bellas canas, siempre con una sonrisa, prodigaba armonía y serenidad. Mi madre le apreciaba de sobremanera, el tenerla de visita en la familia era un privilegio sin igual. Pese al avance de su edad, Carmencita, nunca dejó de ser joven, alegre, servicial y ante todo ecuánime.
Mi madre tuvo buen juicio en escoger a esta gran mujer como modelo para su vida. Pero también a mí me dejó un legado de esta relación, sus primas, Olguita y Lilian. Su familia fue muy escasa, únicamente contaba con otra hermana. Pero sus primas fueron más que eso, se convirtieron en sus amigas y hermanas.
Pienso que tener los mismos genes y rasgos de constitución física no necesariamente implica que la familia sea familia. Porque para constituirse de tal manera se necesita la familiaridad. Mis tías se convirtieron en una pequeña prolongación de mi relación materna. Más aún con la Olgui, sin menospreciar a Lilian (mi tía devota al santo de las cosas perdidas, St. Anthony, ¿saben? cada vez que se pierde un objeto es bueno pedirle su ayuda). Ya que esta última vivió por muchos años fuera del país.
Olgui y Lilian son dos mujeres tan dulces, bondadosas y la verdad no se me ocurre que en la vida de ellas pueda caber el mínimo gesto de mala intención hacia alguien más. Ahora en su vejez, se encuentran más juntitas que antes. Y es tan agradable ver cómo una se preocupa por el bienestar de la otra, aunando esfuerzos y energías en ese determinado quehacer.
Hoy escribo acerca de ellas debido a que sé que son mis fieles lectoras, así que estoy segura de que mi mensaje de afecto les llegará. Ellas, les he de contar, que en el momento actual se encuentran muy tristes porque han perdido a su único y muy querido hermano. Y de alguna manera quiero hacerles manifiesto mi cariño y aprecio en este momento de dolor.
Además, creo que es justo que no solamente yo me quede con el conocimiento de estas dos grandes mujeres. Ya que conocer a personas de su magnitud es solamente un privilegio que la vida nos brinda y muchas veces no a todas las personas.
La Olgui al igual que Carmencita, su madre, fue una figura de modelo para mi mamá. Para mí ella ha significado también lo mismo. ¿Cómo no querer parecerse aunque sea un poquito? A esta mujer gentil, educada, justa, amorosa con los suyos y con el mundo. Y, ante todo, con una desbordante dulzura, que solo he podido observar en muy pocas personas. Una dulzura contagiosa que expresa serenidad y paz, una dulzura abrigadora.
Aunado a lo anterior mi amiga Olgui, de paso mi tía, se ha convertido en mi confidente y consejera de vida. Brindándome su apoyo, su comprensión y abriéndome la vista ante un panorama tan amplio como es el amor.
De mis amigas, de paso tías, considero que es necesario que otras personas sepan que existen dos bellas mujeres en el mundo capaces de brindar lo mejor de sí mismas. Así que por eso decidí escribir de ellas, aprovechando también la oportunidad de hacerles mi ternura manifiesta.
La columna que escribo aborda temas de salud mental, de psiquiatría, pero también de la vida y del amor. Así que este artículo considero que no se encuentra fuera de lugar. Mi deseo es que a través de mí puedan dar un vistazo a estas dos grandes señoras y al mismo tiempo contribuir al reconocimiento de las personas quienes son.
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