El fantasma de la ingobernabilidad rondó de nuevo en Italia tras la inesperada renuncia el miércoles del primer ministro Romano Prodi ante el rechazo del Senado de su política exterior.
La dimisión de Prodi, nueve meses después de haber asumido las riendas del poder, recordó a muchos italianos los años 80 y 90, cuando los Ejecutivos duraban menos de una semana e Italia gozaba el triste récord de ser el país más inestable del viejo continente.
Aunque Prodi consiguió renovar el respaldo de sus socios de coalición de centro-izquierda, el presidente italiano, Giorgio Napolitano, continuó con sus consultas para cerrar esta crisis.
«En el mundo sólo Israel cuenta con una constelación de partidos representados proporcionalmente y tiene el mismo nivel de inestabilidad de Italia», comentó a la AFP Guido Moltedo, jefe de redacción del diario Europa, órgano del partido moderado de centro izquierda La Margarita.
Prodi tan sólo consiguió las garantías de sus aliados en la madrugada del viernes, tras establecer un pacto de gobierno «no negociable» de 12 puntos.
«La inestabilidad es el problema número uno de la política italiana, aún si Silvio Berlusconi logró gobernar por cinco años de 2001 a 2006», reconoce Moltedo, por años editorialista político.
El Ejecutivo de centro izquierda corría el riesgo de caer en cualquier momento y por cualquier motivo al contar con sólo un voto de más en el Senado.
Si bien los responsables de la caída del gobierno no han sido claramente definidos, los observadores coinciden en decir que la ley electoral es uno de los culpables.
Aprobada pocos meses antes de las elecciones de abril del 2006 por el gobierno de Silvio Berlusconi, la ley electoral, que calcula la mayoría en la Cámara de Representantes en base a los resultados nacionales y en el Senado según el voto regional, ha creado un fuerte desequilibrio entre las dos ramas del Parlamento.
«Estas son las consecuencias de una pésima ley electoral, los resultados son contradictorios entre senadores y diputados», recalcó Luciano Violante, diputado de El Olivo (centro-izquierda) y presidente de la Comisión Asuntos Constitucionales.
La profunda división de la izquierda italiana, con un sector moderado que quiere gobernar y otro, minoritario, que no está dispuesto a llegar a compromisos con sus ideales pacifistas, es la otra gran responsable de la caída de Prodi.
Apoyado por nueve partidos, que van desde los moderados católicos de centro hasta los verdes y comunistas, el gobierno de centro-izquierda ha tenido a lo largo de estos 281 días numerosos obstáculos para gobernar.
Dos senadores comunistas, el troskista Franco Turigliatto y Fernando Rossi, fundador del grupo «Talleres Comunistas», contrarios a la presencia de tropas italianas en Afganistán y a la ampliación de la base estadounidense de Vicenza (norte), desobedecieron a los acuerdos de la coalición y se abstuvieron de apoyar la política exterior del gobierno.
«La izquierda se suicidó», sentenció a la AFP Stefano Folli, editorialista del diario económico Il Sole 24Ore, mientras cientos de e-mails, fax, llamadas telefónicas con insultos y protestas fueron enviados a las redacciones de diarios y emisoras contra los disidentes.
«Aquí no se trata de un problema de mayorías, sino de establecer la Italia que se quiere, su lugar en el mundo, en Europa y Occidente o si queremos vivirla o no como extranjeros en la propia patria a merced de ideologías derrotadas», escribió indignado Enzo Mauro el director del influyente diario cercano a la izquierda La Repubblica.
Durante nueve meses, el gobierno de Prodi sufrió un auténtico «calvario», marcado por «espinas» como la legalización de las parejas de hecho, obstaculizada por la Iglesia católica, la ampliación de la base estadounidense de Vicenza, la ambigua posición adoptada ante la cooperación italiana en el secuestro ilegal de la CIA de un imán egipcio y la decisión de dejar las tropas italianas en Afganistán.