Debemos reconocer, o quizá recordar, que nuestra sociedad se debe entender como una sociedad de posguerra, y que una buena parte del análisis coyuntural debe tener como antecedente el conflicto armado interno.
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En la segunda mitad del siglo XX, como influencia de la Guerra Fría, el anticomunismo se extendió en el Tercer Mundo, y fue un fuerte componente ideológico para combatir a la alternativa política, la cual se alejara de las políticas conservaduristas y neoliberales.
De tal forma, el ser catalogado como «comunista» era un sinónimo de delincuente, ilegal, subversivo, antiprogresista, entre otros epítetos que bien conocemos. Hoy día, aún observamos este influjo, y se intenta descalificar desde la derecha política a cualquier alternativa con el adjetivo de «comunista», o sus similares como «rojillo», «socialista», etc.
Para ser justos, también desde la izquierda política se intenta descalificar cualquier postura y propuesta de la derecha, tan sólo por haber sido alumbrada desde una ideología neoliberal. Ello significa que la Guerra Fría en el país nos ha dejado polarizados y no nos da oportunidad para una reconciliación.
Claro está, la descalificación realizada desde la derecha ha utilizado mecanismos violentos, por lo que ha sido más criticable que la descalificación desde la izquierda.
Como una evolución de esta etiqueta descalificadora, en pleno siglo XXI ya no tiene el mismo peso la palabra «comunista», luego de la caída del paradigma soviético en la última década del siglo XX. Es por ello que se utiliza la palabra «populista», que tiene la misma carga semántica, y su intención, simplemente, es querer asustar con el petate del muerto a todas aquellas personas que propongan desde una óptica distinta al neoliberalismo.
En ese sentido, los proyectos gubernamentales de Sudamérica, sobre todo en Venezuela, Ecuador y Bolivia, han sido calificados de «populistas», como que si ello, en sí mismo, tuviera un significado peyorativo.
Populismo, como se puede inferir de su etimología, significaría la tendencia de favorecer política para el pueblo, entendido éste como las mayorías.
En ese sentido, habría que determinar si ciertos proyectos políticos merecen el calificativo de «populistas», por su significado, o, si bien, se pretende alertar a las minorías de las clases medias altas y altas para estar pendientes de que no se esté soliviantando a las masas, en ese infundado temor que se tiene desde tiempos coloniales del levantamiento de las clases bajas.
Por ejemplo, no creo justo que los programas gubernamentales de ílvaro Colom, sobre todo los de Cohesión Social, deban ser catalogados como «populistas», ya que éstos no buscan favorecer el progreso de las masas, sino que no tienen otro objetivo que el de cosechar frutos electorales en el próximo año.
Esto se explica a que, en realidad, no se ha visto ningún progreso para combatir la pobreza, pobreza extrema, la crisis alimentaria u otro problema grave que afecte a las clases bajas. Al contrario, por ejemplo en la desnutrición, se ha visto el agravamiento de la hambruna, sobre todo en el Corredor Seco con la crisis que se desató el año pasado, y que para este año parece replicarse, ya que no ha habido ninguna estrategia para paliar la falta de cosechas.
Y -como podrían alegar los defensores del gobierno- al menos estos logros no son visibles, debido a la necedad de no ofrecer transparencia a los programas sociales.
Si por algún motivo se quisiese criticar a los programas gubernamentales dirigidos a las masas, éstos deberían tener calificativos como «clientelistas» o «electoreros», aunque la palabra justa sería «demagogia», es decir, un discurso carente de resultados y que busca sólo encandilar a los ingenuos. Por lo demás, no hay que asustar con el petate del muerto.