POR BEATRIZ LECUMBERRI
Ante la tumba de Ismael Sánchez nunca faltan flores ni visitas. Decenas de venezolanos desfilan cada día ante su lápida para pedir fervorosamente a este delincuente protección ante la creciente violencia que no recibe una respuesta firme por parte de las autoridades.
«í‰l me cuida. Creo más en él que en los órganos de seguridad porque he visto demasiados crímenes que pasan ante los ojos de la policía y ellos no hacen nada», afirma Omar Alonso, uno de los visitantes habituales del cementerio del Sur de Caracas, iniciando su particular ritual ante la tumba de «Ismaelito», como es conocido entre sus fieles.
Flores, anís «del caro», música y mucho tabaco ayudan a conectar con esta particular divinidad, una de las más importantes de la llamada «Corte malandra» (de delincuentes).
Este grupo de ladrones muertos hace 40 años forma uno de los eslabones más bajos dentro de los espíritus que componen el llamado culto a María Lionza, una de las muestras más populares del sincretismo religioso en Venezuela.
En este país, la inseguridad es hoy la mayor angustia de los ciudadanos, que se aferran a este mundo mágico e invisible para encontrar la protección que necesitan.
En Caracas hay unas 50 muertes violentas cada fin de semana y en todo el país los asesinatos superaron los 16.000 en 2009, según cifras extraoficiales que convierten a Venezuela en el país más violento de la región.
«Ahorita el malandro (delincuente) es el policía. Yo no confío en ellos porque hay demasiada corrupción y el gobierno no sirve para nada (…) Pero estos santos nunca me han dejado morir», afirma Jenny Lameda, espiritista que asegura entrar en contacto con los miembros de esta «corte».
Leyenda y realidad sobre sus vidas y sus muertes se mezclan al hablar de «Ismaelito», su novia «Isabelita», «Ratón», «Petróleo crudo» y el resto de los llamados «santos malandros», que estarían enterrados en este cementerio caraqueño.
Pero lo innegable, incluso para los escépticos guardianes del camposanto, es que los visitantes de estas tumbas aumentan cada día.
Protección ante la violencia, agradecimiento por un ser querido que salió de la cárcel, un golpe de suerte en la lotería o incluso «una ayudita» a la hora de cometer un crimen son algunas de las súplicas susurradas a estos ladrones elevados a los altares.
«Muchas personas se unen al culto, pero hay algunas que están mal encaminadas y vienen a pedir cualquier cosa», lamenta Omar Alonso, asegurando que estos ladrones no eran criminales y siempre robaron para repartirlo entre los pobres.
Algunos visitantes, muchos de ellos santeros, la mayoría ciudadanos atemorizados, parecen entrar en trance ante las tumbas. Algunos dicen que escuchan mensajes y la mayoría asegura recibir finalmente una especie de serenidad que el Estado no sabe darles.
«Ellos sí son eficaces, siempre cumplen», asegura Jenny Lameda.
Una estatua de 80 centímetros que representa a Ismaelito con revólver en la cintura, gafas de sol y gorra de medio lado es besada con devoción y algunos hasta le ponen un cigarro en la boca de cerámica entreabierta.
«Mi hijo de 24 años murió de repente. Creo que alguien le hizo una maldad y solo aquí voy a encontrar la verdad», asegura uno de los visitantes de la tumba de «Ismaelito» sin querer decir su nombre.
«Vengo siempre que puedo. Salir cada día a la calle en mi moto es una aventura. Sólo ellos pueden cuidarme», afirma Jorge, un joven caraqueño que trabaja como mensajero.
Según la organización no gubernamental Observatorio venezolano de la violencia, en los últimos tres años más del 91% de los asesinatos cometidos en el país quedó impune, hecho que impacta negativamente en el gobierno del presidente Hugo Chávez, que no difunde cifras de homicidios.
El mandatario, que tiene la vista puesta en las elecciones legislativas de septiembre, intenta desde hace meses aumentar la eficacia de la policía, pero la violencia, según los índices extraoficiales, parece no dar tregua por ahora.