En la columna de este sábado, exploraremos algunos aspectos de la extraordinaria música sacra de Felix Mendelssohn en su bicentenario, música tan suntuosa como Casiopea, cuyo sonido único se convierte en cascada de miel, esposa dorada, quien es barco despeñado en mi corazón ardiente y a quien ciño la cintura en la plenitud del alba.
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela A mi padre, maestro Celso Lara Calacán, con inmenso amor.
Los Oratorios
Elías (1846) El libreto de este Oratorio está formado por los textos bíblicos tomados del primer Libro de los Reyes, capítulos 17, 18 y 19. Muy a pesar suyo, Mendelssohn se vio obligado a cambiar el texto de algunos pasajes. En una carta a su amigo Schubring, que le ayudaba en calidad de teólogo, decía: «Me he imaginado a Elías como un verdadero profeta, de esos que nos gustaría tener en nuestros días: fuerte, lleno de celo, disgustado a veces, colérico y sombrío -en oposición con la desenfadada canallería de la corte- y sin embargo, como estuviese llevado por alas de ángeles. El aspecto dramático es el que más interesa».
Primera parte
1.- El Oratorio Elías, al igual que el Israel en Egipto de Haendel, comienza con un recitativo. El Profeta se presenta ante nosotros, y amargamente nos anuncia una terrible sequía, como castigo a la impiedad. La Obertura no es más que el preludio del primer cuadro: en forma de fuga, se describen las angustias y penalidades del pueblo de Israel. No hay cosecha y los ríos se han secado; Sión suplica: «Escucha, Señor, nuestra oración» (dúo para soprano y coro). Entre los pocos hombres que han continuado siendo piadosos se encuentra Abdías, quien conjura al pueblo para que se convierta, dando testimonio de la gracia de la fe en el aria «Buscadme». El pueblo, sin embargo, duda aún. 2. Un ángel ordena a Elías que se retire cerca del torrente de Querit, donde los cuervos le alimentarán: «Pues El lo ha ordenado a sus ángeles» (octeto vocal); cuando también este torrente se ha secado, el ángel ordena a Elías que marche a Sarepta. Allí cuidará de él una viuda y ni la harina ni el aceite se terminarán. Cuando Elías había pasado ya muchos días de asilo en casa de la viuda, murió el hijo de ésta. La mujer reprocha al profeta el haberle traído la desgracia. Elías se inclina sobre el niño muerto y reza: «Señor, Díos mío, yo os ruego». Cada vez con más ardor implora la vida del niño y el milagro se produce. Un coro continúa el dúo de acción de gracias de Elías y la viuda. 3. Después de tres años de sequía, Elías comparece ante el rey Ajab; éste acusa al profeta de ser la causa de la miseria de Israel. Elías propone al rey averiguar, de una vez y para siempre, quién es el verdadero Dios: si Jehová o Baal. En el monte Carmelo, Elías y los profetas de Baal preparan cada uno para su Dios un sacrificio. Los sacerdotes del ídolo imploran del cielo el fuego que debe consumir el holocausto. Sus gritos son cada vez más violentos: «Baal, respóndenos». Elías se burla de ellos «Gritad fuerte, tal vez esté dormido», y de nuevo los sacerdotes de Baal tratan en vano de conmover a su dios. Entonces Elías reza: «Jehová, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel: que se sepa hoy que tú eres el Dios de Israel». Esta noble oración es tanto más impresionante cuanto que está situada después del ruidoso coro anterior. Un cuarteto solista interpreta la piadosa emoción que ha invadido a los fieles. Elías invoca a Dios para que el fuego consuma el holocausto, y el pueblo entero es testigo del milagro. El profeta ordena matar a los sacerdotes y alaba a continuación el poder de Dios. El justo Abdías pide a Elías que rece a fin de obtener la lluvia. El profeta enseña al pueblo una oración; bastante tiempo después, un muchacho, a quien se envió varias veces para que inspeccionara el horizonte, anuncia que el cielo se está cubriendo. El pueblo da gracias a Dios por haber regado la sedienta tierra.