Una joven profesional del Derecho estuvo a punto de ser asesinada porque al ladrón que la asaltó no le gustó el tipo de celular que le entregó como respuesta a la tajante instrucción del asaltante. Una especie de ángel guardián, al presenciar la escena en la que el delincuente se preparó para disparar contra la víctima para desahogar su cólera, disparó contra el maleante y con esa acción salvó una vida.
Sin la presencia de esa persona que se metió a camisa de once varas al actuar en solidaridad con una mujer a punto de ser baleada por su atacante, seguramente que la abogada en cuestión hubiera muerto y su caso hubiera engrosado la ya inaguantable estadística del crimen en nuestro país. Con justa razón la ciudadanía puede gritar que ya no aguanta más la situación porque lo mismo está en riesgo quien viaja en un autobús del transporte colectivo o quien lo hace en su vehículo particular. Guatemala es tierra de nadie y los delincuentes actúan a sabor y antojo sin que exista fuerza o autoridad competente que quiera y pueda hacer algo. No en todos los casos se da esa circunstancia en la que un ciudadano armado arriesga su propia vida para salvar la de otra persona y se sabe de casos en los que quien actúa de esa manera enfrenta problemas legales porque nuestro sistema de justicia anda patas arriba y no se castiga el crimen a sangre fría, pero sí el homicidio en proporcional defensa a un agravio. Pero el colmo es que ya no matan porque la víctima se resista a entregar sus pertenencias, sino simple y sencillamente porque al desalmado criminal le parece poca cosa el botín obtenido. Si el automovilista no tiene un celular moderno, preferiblemente de los llamados teléfonos inteligentes, corre peligro simplemente por ello puesto que a la hora de un asalto hay pena de muerte si no se entrega algo del gusto del criminal. No hay familia en el país que no haya tenido una mala experiencia con asaltos de este tipo, pero todos nos conformamos con quejarnos y con pedir a Dios que no se repita el drama. A Dios rogando y con el mazo dando, reza el refrán, y nos falta esa última parte que demanda compromiso, que demanda ejercicio de nuestra soberanía para denunciar y para exigir a las autoridades que se sacudan esa modorra. Afortunadamente el lenguaje del mismo Presidente resultó tan ofensivo al decir que nos aguantemos para no arrodillarnos, que ha provocado una reacción, tibia de momento, pero que tiene que ser firme de un pueblo que por estarse aguantando tanto terminó de rodillas ante el crimen.