En un año estaremos en proceso electoral. Hoy, la población está frustrada y confusa, viendo que nuestra crisis social, económica y política es ya crónica y que nadie formula una estrategia de salida. Es una situación que, para ser cambiada, exige nuestro esfuerzo, dedicación y sacrificio. No va a cambiar sola; ni el «continuismo» ni la fiera oposición tiene capacidad para alterarla y los grupos de poder no quieren cambiarla. Ha llegado el momento de asumir responsabilidades, reconociendo que no estamos para «seguir a caudillos», sino para lograr organización ciudadana y forjar alianzas.
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Ya hay procesos unitarios. Recientemente, lo han planteado jóvenes de Huehuetenango, al igual que surge de la izquierda una alianza de fuerzas políticas en Jutiapa. Ya solamente falta extenderlo y atraer a las grandes masas excluidas del acontecer político. Un movimiento nacional de unidad debe trascender la «unidad de izquierda» y la «unidad revolucionaria»; pero no debe excluirlas, ya que éstas, sin tratar de hegemonizarlo, deben aportar muchísimo a la construcción de un movimiento limpio, nuevo y transformador. Hay que excluir ciertos grupos, desde luego, bajo criterios muy simples: no participarán los responsables de represión; los responsables de corrupción y abuso de poder; y quienes pertenezcan a cualquiera de las variantes del crimen organizado.
Nos debemos proponer establecer un Gobierno de Salvación Nacional (GSN). Dos artículos recientes, uno en el New York Times y otro en el Washington Post, nos pintan como un Estado fallido, aduciendo que criminales se han apoderado del norte de Petén y que se nos orilla a ser un narco-Estado. No nos debería extrañar que el próximo paso del Pro-Cónsul fuese ofrecer la presencia de tropas estadounidenses en la zona. El GSN deberá entonces reclamar la soberanía nacional, en todo sentido, y pedir que la ayuda estadounidense se encamine de manera distinta. La salvación nacional pasa por la soberanía plena de territorio, recursos y decisiones.
El GSN no podrá avanzar sin contar con el apoyo de las grandes mayorías del país. Deberá prestar atención especial a pueblos indígenas, mujeres, jóvenes, campesinos, trabajadores, maestros y migrantes y sus familias. No es que se vayan a ignorar las necesidades de los empresarios, comerciantes, inversionistas y fuerzas armadas y de seguridad; pero ya es tiempo de equilibrar las prioridades. No se puede aceptar que un gobierno reprima a su pueblo para favorecer a sectores privilegiados.
Muchos verán esto como un planteamiento ingenuo que no resiste la dura realidad. Esto será cierto solamente en la medida en que los que podemos y debemos darle factibilidad, no hagamos nada. Para comenzar, abramos verdaderos diálogos, en lo social y en lo político, en los cuales más que convencer al interlocutor tratemos de oírlo. Tratemos de entender porqué tantos revolucionarios no se identifican con ninguno de los partidos de izquierda; porqué dos líderes de la oposición guatemalteca al terrorismo de Estado, Rigoberta Menchú y Nineth Montenegro se resisten hoy a autoidentificarse como izquierda; porqué los pueblos indígenas cada vez están más desunidos; porqué campesinos y obreros solamente se entienden cada 20 de octubre. Es tiempo de dialogar.