La oposición a la explotación minera en un país sujeto a despojo como éste presenta razones políticas, pero también argumentos científicos. Las primeras movilizan la organización social porque los daños son evidentes al punto de la vergí¼enza nacional. Son innegables los informes del daño que sufre la población vecina; por otro lado, cae por su propio peso la contradicción entre el costo que implica dicha actividad y el beneficio relativo para el Estado guatemalteco, como resultado de una negociación transnacional que siempre, por alguna razón sin sentido, tiene mayor rédito para la empresa extranjera y menor para el Estado explotado. Cabe preguntarse quién más sale ganando en el marco estos contratos desiguales, quién se queda al resguardo de la impunidad que proveen las zonas grises, de esas negociaciones que se salen de toda lógica capitalista. Por supuesto también están los efectos dañinos que se producen al medio ambiente, muchos de ellos con secuelas en el largo plazo, y que también se suman al costo negativo, tanto para la población directamente afectada como para el país indirectamente expoliado.
Sin embargo, también hay otro tipo de argumentos de orden diríamos, técnico o más bien científico que retan de lleno la actividad explotadora de los recursos minerales. Casi nunca se conocen estas razones de verdad, ya sea porque presentan una complejidad o dificultad relacionada con su naturaleza científica, o porque esas verdades cuestionan el penumbroso negocio transnacional de la minería, y por ende pone en riesgo el interés privado. En este marco resulta en extremo interesante, hallazgos como el de la tesis doctoral para la Universidad de Zaragoza de la ingeniera química de nacionalidad española, Alicia Valero. Su hipótesis se basó en el estudio del capital mineral de la Tierra, proponiendo que no necesariamente hay escasez de materiales minerales sino escasez de materias concentradas, es decir, yacimientos de determinados pétreos en forma pura. Según sus hallazgos, la humanidad no se enfrenta a una crisis energética sino de minerales porque el afán explotador hace irreversible la dispersión en todo el globo terráqueo. La paradoja es la siguiente: no es la cantidad de minas lo que acabará con los recursos, es la proporción inversa que implica el consumo de energía cada vez mayor, así como los métodos tóxicos (pirometalurgia e hidrometalurgia) para refinar la tierra removida hasta obtener el metal puro. Dicho de otra forma, cuanto más se dispersen los minerales, más energía se necesita para extraer o volver a refinar el material como materia prima, ya sea por el consumismo exacerba que hace de este mundo un planeta de latas, o por la explotación ávida de las transnacionales. Esta realidad angustiante no es más que la segunda ley de la termodinámica o mejor llamada ley de la Entropía. Dos ejemplos de esta dispersión las tenemos en el plomo que se diluyó con las gasolinas y con el mercurio que una vez utilizado queda disperso para siempre.
Esta forma de avanzar de la humanidad ciegamente hacia el precipicio, tiene que ver con los patrones de producción de un sistema que por naturaleza es autodestructivo, sobre un modelo de acumulación capitalista exacerbada en dimensiones globales. Valero expone y confirma categóricamente lo que acabo de afirmar: la demanda de minerales para el desarrollo tecnológico crece exponencialmente, y si hoy las tecnologías limpias sustituyeras esos procesos sucios, digamos por ser económicamente más favorable a la extracción minera, ésta se pararía completamente y sin embargo, esa actividad no hace más que crecer! Al final la razón científica debe politizar la lucha urgentemente, porque a los ritmos actuales de consumo, no habrá montaña que alcance para producir un kilo de litio o de hierro.