La verdadera y absoluta solidaridad


Jamás podré estar en contra de la solidaridad humana porque es algo que siempre he valorado, que forma parte de mis valores esenciales y que polí­ticamente admiro desde aquellos lejanos dí­as en que empecé a hacer polí­tica en la Municipalidad de Guatemala, en tiempos de Manuel Colom Argueta. He admirado a la Iglesia Católica en el contexto de su opción preferencial por los pobres y no entiendo cómo se puede despotricar contra la justicia social que, a mi juicio, debe inspirar a toda sociedad.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

Sin embargo, es absolutamente necesario establecer prioridades y no hay gesto de solidaridad más importante e imprescindible que el que se tenga para preservar la vida humana. De nada sirve llenarse la boca con palabrerí­as que quieren ser solidarias si no tenemos la elemental capacidad de sufrir con los que están en riesgo de perder la vida y con quienes diariamente enfrentan el asalto de las bandas criminales que no se detienen ante nada ni ante nadie para cometer sus fechorí­as. Por supuesto que la pobreza también mata y lo hace en forma silenciosa tal y como lo ha sufrido en carne propia nuestro pueblo y especialmente nuestros niños en el transcurso de la historia. Pero una cosa es ser en verdad solidario y otra muy distinta es explotar la pobreza para que sirva de plataforma en una campaña electoral. Y es que la duda surge porque no es posible que se hable de una verdadera y auténtica solidaridad si observan, sin inmutarse en lo más mí­nimo, esta terrible tragedia que estamos viviendo los guatemaltecos y de la que no se libra nadie. No puede haber gesto menos solidario que esa expresión presidencial que nos aconseja aguantarnos, hacerle ganas y soportar con estoicismo la realidad sangrienta que vivimos. Aunque sea por humanidad, el Presidente tendrí­a que demostrar un elemental respeto al sufrimiento y dolor de quienes ya han perdido a sus seres queridos y de quienes se quedan en sus casas todos los dí­as con la angustia de si su familiar volverá al seno del hogar o pasará a ser una cifra más en la cruel y dolorosa estadí­stica que tenemos que llevar sobre los homicidios en el paí­s. Me pregunto cómo puede conciliar el sueño quien por mandato constitucional dirige un Estado que tiene como fin esencial garantizar la seguridad de los habitantes de la República, viendo la orgí­a de sangre que estamos viviendo. Nadie puede decir que sea fácil enfrentar el problema y debemos admitir que el deterioro es progresivo y parte de un proceso que no se inició en los últimos meses. Pero también debemos admitir que no se mueve un dedo para contener la hemorragia y eso es lo que causa indignación y malestar porque no puede ser que en aras de una estrategia electoral que se centra en el reparto de bienes y dinero a los sectores más necesitados del paí­s, se postergue por falta de plan y de visión el problema de la violencia y la inseguridad. Creo que en un paí­s con los niveles de pobreza de Guatemala todo esfuerzo que se haga para atender a la gente más necesitada resulta poco, pero también veo que no hay intención de lanzar acciones de verdadero combate a la pobreza que vayan más allá del asistencialismo que persigue captar simpatí­as electorales. Se ha dicho que uno puede borrar con la mano izquierda lo que hace bien con la derecha y tal es el caso de Cohesión Social, puesto que el trasfondo es electorero en vez de ser de auténtica y real solidaridad. Si alguna duda quedaba, basta ver la indiferencia oficial ante la muerte y el dolor de los deudos para entender que de solidaridad no entienden ni jota.