¡Fratricidas!


Con el hombre y mujer iniciales en la Tierra, fue formada por DIOS la raza humana: de una misma sangre (plasma) y con deseos de eternidad en el corazón, para disfrutar Vida Eterna en un Edén Glorioso, en comunión con la Trinidad Divina. Creyendo esto, todos somos hermanos de la misma raza de DIOS, el Padre que hizo el mundo y todo lo que en él existe para bien.

Santiago Villanueva Gudiel, svillanuevagudiel@hotmail.com

En la voluntad del Creador del Universo, la humanidad fue hecha para gozar una vida eterna al no infringir su Palabra y no morir, tal como se lo propuso en el Edén con la primera pareja. No estuvo ni está en su plan para la humanidad, que un ser viviente interrumpiera la existencia de otro o la suya; y tuviese que morir por intención, propósito y voluntad de otro ser igual, producto de dos seres humanos. Así­ pues todos fuimos hechos hermanos; pero el incitador maligno sembró la duda en la mujer sobre la Palabra dicha por Dios diciéndole «de ninguna manera morirán; mas serán como dioses». ¡Fue la debacle eterna y la constitución del fratricidio!

Consumada intelectualmente y materializada la desobediencia al Ser Supremo, nuestros primeros padres y nosotros, perdimos el derecho y fácil regreso al Camino de la Vida Eterna; y tendrí­an ellos y su descendencia, que morir en el desgaste de una larga existencia fí­sica centenaria, casi milenaria; para quedar después sujetos al juicio inexorable de Dios en la vida que sigue a la muerte terrenal; pero no muerte espiritual. Como consecuencia, desde entonces, DIOS dejó que los seres humanos lo buscásemos por nuestra propia y personal inteligencia sabiendo el bien y el mal, ayudados por una pequeña medida de fe innata dada a todos, «buscarlo como si fuese a tientas, aunque no está lejos de cada uno, pues en él vivimos, nos movemos y existimos,» ¡hasta hallarlo y tener franca entrada al Trono de la Gracia de Dios, estar de vuelta, a ser hijos de Dios!

La obediencia al maligno trae siempre la sugestión mental y germen en el corazón de la semilla del mal, implí­cito el pensamiento de cortar la vida fí­sica a otros seres humanos y a sí­ mismo; para ser entonces autores de homicidio o suicidio; que es el pecado fratricida de matar unos a los otros; y sufrir la secuela del maligno, de mentir, robar, asaltar, secuestrar y destruir el hogar de otros y el propio; con diversos medios de hacerlo, desde la lengua del ser humano que interpreta oralmente los pensamientos del corazón; incluso el fraude comercial en la explotación mercantil con el cual se devora pacientemente la vivencia normal de los pobres; hasta llegar al corazón de lo ilí­cito, que es privar la existencia a otros ya corrientemente, y hasta con saña inaudita.

Primeros protagonistas natos en buscar a Dios fueron Caí­n y Abel. El primero equivocó el camino por celo religioso de prepotencia y olvidar que el otro era su hermano menor del cual debí­a de cuidar y guiarlo al bien; quiso satisfacer a Dios con una ofrenda fácil producto de la tierra; mientras que el menor lo hizo de las primicias de sus rebaños, gozándose en adorarlo con el trabajo de sus manos en acción de gracias por ser su Creador, dador y sustentador del bienestar; y la limpieza de su ofrenda al desechar y quemar la grasa de los animales a í‰l sacrificados.

DIOS vio con agrado la ofrenda de Abel, mientras que la de Caí­n y su actitud lo desagradó. Viéndole anticipadamente el sentimiento en su corazón de matar a Abel, le dijo:»Si bien hicieres serás exaltado; Si mal hicieres serás humillado»; con todo podrás dominar el deseo de hacerlo, o ser dominado por él; ya que todo deseo o designio del pensamiento del corazón, bueno o malo, tiene su recompensa o el castigo.

La Psicologí­a de Dios traza la historia del camino equivocado de Caí­n, con las siguientes evidencias: a) Su enojo le salió a la cara, «su rostro se descompuso», b) Caminó con la cabeza agachada, c) El pecado agazapado en el corazón le asechaba como fiera que lo perseguí­a; y en efecto, un dí­a se lanzó contra Abel y lo mató.

Así­ sucedió el primer pecado fratricida, primer dolor moral a los primeros padres; y la conmoción morbosa entre la primera comunidad; siendo Caí­n el primero que reconoció tener visible en su cuerpo y alma, la señal o estigma por la que cualquiera lo matarí­a antes del tiempo, en temprana edad, bajo la sombra de la muerte que mantiene en tinieblas el conocimiento de sí­ mismo y de Dios. Habiendo traí­do más maldición sobre la tierra que la primera desobediencia, ahora tan aumentada en el mundo de hoy.

Dios a su tiempo reconvino a Caí­n para que cambiara sus malos pensamientos, carácter y actitudes; por los del bienhacer; su mejor destino en el mundo y en la eternidad; rectificando a tiempo su forma de adoración y de ofrenda al Altí­simo; y con un corazón agradecido anduviese con la cabeza levantada, disfrutando la paz, el gozo en el rostro, y la alegrí­a de vivir en buena comunión con sus congéneres.

El cambio estuvo a su mano; pero no alargó su brazo para alcanzarlo ni abrió su corazón y manos para recibirlo y ser bienaventurado, como el que anda en los caminos de Dios; le fuera bien; comiera del trabajo honesto de sus manos; su mujer llevara fruto en su casa; sus hijos fueran como plantas de olivo alrededor de su mesa; y gozar de larga vida más acá del Sol, y la vida eterna más allá; porque así­ es bendecido el ser humano que teme y ama a Jehová Dios por el conocimiento del Evangelio del Señor Jesucristo; sin experimentar el sufrimiento eterno.