Claudio Ptolomeo fue uno de los más grandes astrónomos antiguos. Era griego, o quizá egipcio. Probablemente nació en el año 100, y murió en el año 170, de la Era Cristiana. En su obra denominada «Sintaxis Matemática» (o «Almagesto»), expuso una teoría que suponía que el planeta Tierra era el centro del Universo. En torno a ese planeta giraban, entonces, los otros planetas, y también la Luna y el Sol mismo. La teoría, denominada «geocéntrica», predecía, con tolerable exactitud, la posición de los planetas.
Empero, cuando habían transcurrido ya 15 siglos, las predicciones eran tan inexactas, que algunos astrónomos sospecharon, quizá con reprimido pavor, que algún error había en la venerada teoría ptolomeica. Y surgió una intrépida teoría rival, cuyo autor era el astrónomo Nicolás Copérnico, quien nació en el año 1473, y murió en el año 1543. Esa teoría, que Copérnico expuso en su obra denominada «Sobre las revoluciones de las esferas celestes», suponía que el Sol era el centro del sistema planetario. La teoría, denominada «heliocéntrica», explicaba los movimientos planetarios de modo más simple y exacto que la teoría de Ptolomeo. Una teoría heliocéntrica había sido ya propuesta, casi 17 siglos antes, por Aristarco de Samos.
La teoría de Ptolomeo suponía que la Tierra estaba en reposo. La teoría de Copérnico suponía que el Sol estaba en reposo. Ese reposo podía ser absoluto, o reposo independiente del estado de reposo o de movimiento de otros cuerpos; o podía ser reposo relativo, o dependiente del estado de reposo o de movimiento de otros cuerpos. Isaac Newton creyó que el Sol estaba en reposo relativo; pero en el Universo podía haber cuerpo que estuviera en reposo absoluto. Un cuerpo tal podía estar en algún lejanísimo lugar del vasto espacio sideral, quizá allende las llamadas «estrellas fijas».
Científicos posteriores creyeron que aquéllo que estaba en reposo absoluto era una materia llamada «éter», que envolvía y hasta permeaba a cualquier otro ser material. Los átomos, según el físico William Thomson, eran vórtices de éter, semejantes a rotantes volutas de humo. El físico Thomas Young había resucitado la teoría ondulatoria de la luz, y precisamente las ondas luminosas podían propagarse en el vasto espacio sideral, por medio del propicio éter omnipresente.
Un conocimiento más preciso de la interacción entre fuerzas eléctricas y magnéticas, y un fracasado experimento óptico que intentaba medir la velocidad de la Tierra con respecto al éter, sugerían que el éter era una ficción. Surgió entonces una teoría que desistía de un reposo absoluto, impropiamente llamada «teoría de la relatividad» (pues realmente era una teoría de la «absolutidad»). Fue una teoría preparada por Henry Poincaré, Hendrik Antoon Lorentz y George Francis FitzGerald, y finalmente expuesta por Albert Einstein.
Si no había reposo absoluto, era indiferente suponer que el Sol estaba en reposo, o que la Tierra estaba en reposo. Así lo había reconocido el físico Ernst Mach, irreverente crítico de Newton; y lo reiteró el físico Arthur Stanley Eddington. La «teoría de la relatividad» vindicaba, así, el geocentrismo de Ptolomeo, aunque no la compleja estructura de deferentes, epiciclos, puntos excéntricos y puntos ecuantes que su teoría proponía para explicar el movimiento de los planetas, y de la Luna y el Sol.
Post scriptum. Los maestros que enseñan que el heliocentrismo es verdadero, y el geocentrismo es falso, enseñan un error.