En la ya lejana década de los setentas, en el siglo pasado, parte de la formación cívica que recibíamos los estudiantes de entonces, implicaba la participación en procesos de elección interna, entre estudiantes. Se formaban las planillas, se armaban los grupos y se procedía a la campaña propiamente dicha. Los estudiantes de cada cuarto magisterio, cargados del ímpetu derivado de un mundo nuevo por conquistar, rápidamente organizaban los grupos de trabajo. Regularmente, los compañeros del quinto magisterio, con un poco de más experiencia, solían aprovecharse de las debilidades que originaban las ansiedades e impericias de quienes, en principio poseían el afán y el tesón, pero carecían del más completo conocimiento de todas las variables que se conjugan en los procesos electorales, por muy elementales, sencillos o abiertos que puedan ser.
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Así en 1973, en el Instituto Normal Mixto Rafael Aqueche, los compañeros de aquel cuarto magisterio, constituimos nuestra organización estudiantil, bajo principios democráticos y humanísticos, propios de la labor magisterial y poder aspirar al control de la Junta Directiva de la Asociación de Estudiantes Aquechistas. Como en toda contienda gozábamos de la simpatía, empatía y antipatía de estudiantes de la promoción saliente y la intermedia (la ya mencionada conformada por quinto magisterio). Dentro de nuestra propia promoción se produjo una escisión, una disidencia que no afectó más que ese proceso y el siguiente, pues en el último año se consolidó la amistad forjada en aquellos tres años al punto que recién hace unos sábados se produjo el grato reencuentro de un significativo número de compañeros y compañeras para conmemorar los 35 años de graduación (pero esa es otra historia).
Nuestra organización optó por involucrar a estudiantes de todos los años, con excepción, por razones obvias de aquellos que cursaban el sexto magisterio. Una distribución muy equitativa pero que dejó abierto el flanco para las inexperiencias que fueron hábilmente aprovechadas por el otro grupo. Perdimos. Y a partir de entonces nos dedicamos a aprender y a formar compañeras y compañeros en las lides de la dirección y liderazgo estudiantil. Asistimos a varios centros educativos a observar sus propios eventos electorales y acumulamos una amplia experiencia. Al año siguiente nosotros éramos entonces la promoción intermedia. Con una característica muy peculiar, nuestra disidencia se había formado con igual interés. La lucha se anticipaba muy reñida. Los compañeros de la promoción que no comulgaban con nuestra forma de pensamiento optaron por acercarse al grupo saliente (digamos algo así como la corriente oficial). Cuando hacíamos los sondeos del caso, los resultados eran muy parejos.
Los compañeros del otro grupo igual lo sabían. Optaron por la estrategia de la descalificación del grupo y luego por la descalificación personal. No funcionó. Entonces, para la noche previa a las elecciones, contaban con un mayor número de volantes, los colocaron sobre los nuestros, saturando todos los espacios previstos para tal finalidad y hasta otras áreas. Esa arrogancia los convirtió en verdugos de sí mismos. Nosotros, cuando vimos cuán colmada estaba la propaganda de ellos la dejamos. Quitarla habría significado también deteriorar la nuestra, pues estaba superpuesta. La actitud fue correcta. Nuestra victoria electoral fue del orden de 3 a 1, totalmente incuestionable. Nuestra respetuosa actitud se tradujo en una evidencia de humildad, pero inteligente actuar frente al desplante por el que optó el «oficialismo» con su sobre saturación de propaganda. Qué tiempos aquellos.