Hablando en Barcelona sobre la situación de Guatemala luego de varios años de trabajar al frente de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en nuestro país, el doctor Carlos Castresana tuvo lapidarias expresiones que reflejan no sólo su frustración, sino el convencimiento de que nuestro país no podrá terminar con la impunidad porque vive con un Estado en el que nadie cree y que fue constituido por élites criollas a las que nunca les interesó la justicia.
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Acusó tajantemente Carlos Castresana a la clase política del país al decir que los partidos no tienen el menor deseo de comprometerse con la causa de la lucha contra la impunidad. Castresana se topó con la indiferencia del Gobierno, del Congreso de la República y del poder judicial, situación que ya denunció cuando presentó su renuncia al cargo, pero ahora ratifica su decepción endilgando la responsabilidad que le corresponde, en verdad, a esos partidos políticos cuyos dirigentes gozan y se benefician con la impunidad que les permite, para empezar, seguir recibiendo aportes en dinero del crimen organizado que se está convirtiendo rápidamente en principal fuente de financiación para las campañas políticas. Las élites criollas señaladas por Castresana no se dieron cuenta que labraron la estaca en la que van a ser sentadas, puesto que crearon y mantuvieron un estado débil, inútil y corrupto, con la intención de que pudieran enriquecerse sin controles ni tributos, y el vacío de poder provocado por esa fragilidad institucional fue llenado plenamente por los grupos del crimen organizado, muchos de los cuales han sido aliados circunstanciales de esas mismas élites, sobre todo durante el conflicto armado interno, que en su soberbia pensaron que los estaban usando sin entender que eran ellos los utilizados por quienes sí que tienen la costumbre del poder real. Es lo mismo que les pasa a los ambiciosos personajes políticos que hacen alianzas con el crimen organizado, como las que se establecieron descaradamente en los procesos de elección de las cortes y del fiscal general. Quienes tienen entre ceja y ceja la ambición presidencial creen que están manipulando a los tenebrosos personajes que no sólo les dan dinero sino que les ofrecen su apoyo para integrar tribunales ad hoc para sus ambiciones, sin darse cuenta que los que verdaderamente ganan en el juego son los que dirigen los grupos del crimen organizado. Pero aun esos grupos criminales que se han beneficiado de la debilidad del Estado, empiezan a sentir que les aprieta la horma de su zapato porque ha surgido un poder mayor, más insolente y con infinitos recursos, que es el del crimen organizado que ya empezó a reclutar a sus sicarios y operadores ofreciendo condiciones económicas muy superiores. Tristemente vivimos en una cadena en la que el peor, el más malo de todos, es quien impone su ley y si antes eran los grupos de contrabandistas surgidos de las mismas filas del Ejército, hoy son los narcotraficantes los que se adueñan del país. Los políticos y las élites criollas, que quieren seguirse beneficiando del Estado Frágil que han construido para que les apañe sus ambiciones corruptas, tuvieron en la CICIG la oportunidad de revertir un deterioro que al final se los terminará llevando entre las patas y en vez de utilizarla y recomponer las instituciones, creyeron con soberbia que seguirían siendo los amos de la Patria sin entender que ya sentaron reales aquí quienes con el ilimitado dinero del narco, les van a poner la bota sobre la nuca.