Líderes del grupo de países ricos y emergentes afirman que el G20 es el foro ideal de la cooperación económica, pero la Cumbre que cerraron ayer en Toronto mostró que corre el riesgo de convertirse en un simple club para elegir medidas a la carta.
Todos los líderes abandonaron la cita asegurando que habían obtenido lo que querían, a pesar de las grandes diferencias iniciales sobre cómo sostener la aún frágil recuperación económica mundial.
El presidente estadounidense Barack Obama, cuyo gobierno no había dudado en criticar a los países europeos por sus políticas de ajuste presupuestario, no dudó en describir el acuerdo final como «violento».
«No se equivoquen, nos movemos en la misma dirección», insistió el líder estadounidense, horas después de que su secretario del Tesoro, Timothy Geithner, asegurara que Europa no hacía suficiente para estimular su mercado interno.
Los líderes europeos exhibieron el mismo tono.
«Los líderes del G20 han demostrado una clara voluntad común para crear un crecimiento mundial viable y equilibrado», aseguró el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso.
El ministro de Economía y líder de la delegación brasileña, Guido Mantega, llegó a la cumbre despotricando contra la obsesión europea en torno al déficit público, para despedirse un día después asegurando que los países emergentes habían conseguido lo que querían.
Para que todos estuvieran contentos, no quedaba otro remedio que montar una declaración lo suficientemente larga -19 páginas- y llena de eufemismos para dejar el camino abierto para todas las políticas posibles.
Entre otras frases, los líderes acuñaron una promesa de implementar «planes creíbles, convenientemente aplicados y pro-crecimiento para lograr la viabilidad fiscal, de forma diferenciada y ajustada a las circunstancias nacionales».
Como con otros foros, el fin de la crisis financiera está empezando a poner a prueba la verdadera naturaleza del G20.
La crisis fue «una fuerza de motivación muy poderosa» para reunirse en tres ocasiones en 18 meses para mostrar una unidad de propósitos.
«La crisis se está acabando y es más difícil obtener consensos», explica Alan Alexandroff, de la Universidad de Toronto.
Los líderes son evidentemente conscientes del problema. Por ello diplomáticos canadienses propusieron objetivos firmes de reducción del déficit (la mitad de aquí a 2013 para los países ricos), pero dejaron fuera a Japón, el país desarrollado con peor situación.
La tasa bancaria fue defendida por Francia, Alemania y Gran Bretaña, pero el propio Canadá, además de los países emergentes, la rechazaron.
«Algunos países estudian un impuesto financiero. Otros países persiguen otro tipo de políticas», reconoció sin ambages el texto final.
«Las cosas están volviendo al nivel nacional», resumió Andrew Cooper, del Centro Internacional para la Innovación Gubernamental, un centro de análisis canadiense.