Duelo en el Dí­a del Español


POR SILVIA VEGA

El pasado fin de semana se ha vestido de luto para dar la despedida a dos grandes de la literatura iberoamericana. Un fin de semana en el que se celebraba la fiesta del español. Y es que nadie esperaba el fallecimiento de estas dos figuras: José Saramago, portugués e hijo adoptivo de España, y el mexicano Carlos Monsiváis.


El pasado viernes 18 de junio las letras lloraron la muerte del novelista José Saramago, el único escritor portugués en ganar el Premio Nobel de Literatura (1998). La noticia se conoció el 19 de junio a medio dí­a. España y Portugal quisieron dar un último adiós al luso en un funeral marcado por la emoción, la ternura y el cariño de dos pueblos unidos por la pérdida de una sola persona.

Con el cuerpo caliente todaví­a de Saramago, un dí­a más tarde llegaba la noticia del fallecimiento de uno de los cronistas más importantes del último siglo: el mexicano Carlos Monsiváis, por una insuficiencia respiratoria, que le habí­a llevado dos meses antes a ingresar en el Hospital. Sus compatriotas le llamaban cariñosamente Monsi; y, según el poeta José Emilio Pacheco, era el «único escritor que el pueblo reconocí­a por la calle».

Eran muy distintos en ciertos aspectos, pero a la vez muy parejos en otros. Casi sin saberlo, Saramago y Monsiváis vivieron una vida llena de similitudes. Ambos se levantaron en contra de los autoritarismos, defendieron los derechos de los más humildes y generaron ampollas entre la clase polí­tica y religiosa de sus respectivos paises. Saramago, afiliado al Partido Comunista de Portugal desde 1969, participó en la Revolución de los Claveles festejando el fin de la dictadura de Salazar. A Monsiváis le pasó algo parecido, pues si bien no vivió en época de dictaduras, sí­ padeció la presión de una sociedad anclada en fuertes conservadurismos contra los que se rebeló desde su ideario progresista, el cual marcó su carrera literaria y periodí­stica.

CRíTICOS DE SU TIEMPO

Carlos Monsiváis se contaba entre esos intelectuales que no se dejaban intimidar por el poder polí­tico, por ello nunca se posicionó a favor de ningún gobierno, y cuando lo consideró oportunó se mostró acusadamente crí­tico con sus correligionarios de la izquierda. Así­ se fue erigiendo en un respetado y legí­timo defensor de las injusticias y de la intolerancia; su amigo, el periodista Jenaro Villamil, ha declarado que ésta última era una de las cosas que más le molestaba a Monsiváis. Muy atento a la lucha de la defensa de los derechos humanos que se desarrollaba en Estados Unidos y Europa, hizo lo propio en su paí­s natal poniendo especial énfasis en los derechos pisoteados de los animales y de los homosexuales. Monsiváis provocó muchos quebraderos de cabeza a los gobernantes, religiosos y empresarios mexicanos con las audaces sátiras que durante un largo tiempo publicó en la columna «Por mi madre, bohemios».

Por su parte, José Saramago tuvo que lidiar desde pequeño con la pobreza, sus padres no pudieron costearle los estudios y tuvo que ponerse a trabajar para ayudarles, quizá por este motivo nunca olvidó sus orí­genes humildes. Fue en esos primeros años cuando se encontró con la palabra escrita, acudí­a frecuentemente a la biblioteca de su barrio, y en poco tiempo ya habí­a devorado todos los vólumenes que se encontraban en ella. Cuando se le preguntaba en alguna entrevista por aquellos dí­as, todaví­a era capaz de recordar los párrafos de algunos de esos libros.

Saramago se declaró siempre ateo, y buena prueba de sus creencias la constituyen algunas de sus novelas, especialmente El Evangelio según Jesucristo, ficción dedicada a la presentación de un Jesucristo cabalmente humano que generó una fuerte polémica en Portugal. Los representantes culturales del gobierno del paí­s se negaron a presentarla como candidata al Premio Literario Europeo de 1991 por su explí­cito ateí­smo y por sus supuestos ataques al credo católico. Tal hecho indignó al escritor portugués que, desde entonces, y a modo de protesta, comenzó un exilio voluntario en la isla española de Lanzarote, lugar donde mantuvo su residencia hasta el final.

VIDA PROFESIONAL

Carlos Monsiváis se inició en el mundo de la escritura cuando era muy joven. Tení­a fácilidad para la escritura y antes de iniciar sus estudios universitarios realizó sus primeras colaboraciones periodí­sticas. Fueron principalmente artí­culos culturales que le llevaron a convertirse, años más tarde, en el director del suplemento «La Cultura en México» de la Revista Siempre! entre 1972 y 1987. Aunque sus colaboraciones en medios escritos fueron tempranas, no lo fue la publicación de sus primeras obras: Poesí­a Mexicana del siglo XX y Autobiografí­a, que tuvieron que esperar hasta 1966. A partir de entonces, se sucederí­an las crónicas, en algunas ocasiones con tintes de ensayo. Sus obras se han caracterizado por constituir análisis crí­ticos, sagaces y certeros, y en muchas ocasiones irónicos, de la sociedad mexicana, de la realidad sin distinciones clasistas. Todo ello, ha generado que muchos de sus compañeros le considerasen el creador de la crónica moderna; y una de ellas, Aires de familia. Cultura y sociedad en América Latina, le valió el Premio Anagrama de Ensayo.

Un hito a destacar dentro de su carrera profesional data de 1985. La ciudad de México sufrió uno de los mayores terremotos de toda la historia y ante ello, el poder polí­tico trató de ocultar, presionando a los medios de comunicación, sobre el modo en el que se estaban llevando a cabo los rescates de los atrapados entre los escombros. Monsiváis fue el único periodista que se atrevió a relatar toda la tragedia tal y como estaba sucediendo. Ello provocó, que a aprtir de ese momento, la forma de hacer polí­tica en México cambiase.

José Saramago publicó su primera novela a la edad de 25 años, Tierra de Pecado, aunque la obra no tení­a originariamente ese tí­tulo, el editor del portugués en esa época consideró que era más comercial que el de XXXX. Años más tarde el portugués declaró que él era joven y no sabí­a nada del pecado, y ello unido, al poco éxito que tuvo entre los lectores, decidió tomarse un tiempo de uno de los grandes amores de su vida, la novela.

Pero en ese intervalo de ruptura se dejó querer por otra amante…esa que llaman poesí­a, y dos veces se encontró con ella una en Probablemente Alegrí­a (1970), y otra con El Año de 1993 (1975). Mientras tanto compaginaba sus ratos libres con el trabajo de editor en la Editorial Estúdios Cor. Al igual que Monsi, fue uno de esos escritores que escriben bien en cualquier género literario. Se produjo un cambio en el estilo que hasta entonces vení­a desarrollando, fue un intervalo en el que cultivó todos los géneros literarios, y añadió a su colección dos relatos: Casi un objeto (1979) y, Los cinco sentidos: el oí­do (1979) antes de volver a la novela. Y a partir de ese momento su relación se hizo fuerte, los dos se convirtieron en cómplices y compartieron tanto lo bueno como lo malo. También tuvo sus escarceos con el periodismo y trabajó en diversos medios escritos, como editor en el Diário de Notí­cias y como colaborador en la revista Arquitectura.

Correrí­a el año 1980, casi veinte años desde la última vez, cuando Saramago se reconciliarí­a con la ella, publicando una de éxito Levantado del suelo, en ese momento tení­a algo que decir, y lo hizo bien, tan bien que siguió publicando novelas. Aunque le costará un poco despegar en su carrera, fue a partir de entonces cuando Saramago fue sinónimo de estilo propio, éxito, reconocimientos y lo que es más importante literatura.

UN ADIí“S OBLIGADO

Los restos mortales del escritor portugués fueron trasladados desde Las Islas Canarias hasta Lisboa, donde el Ayuntamiento habilitó una capilla ardiente para que sus compatriotas pudieran despedirse de Saramago el pasado domingo. Fueron más los presentes que los ausentes. Al acto acudieron personalidades el mundo polí­tico y cultural, tanto españolas, como portuguesas. Nadie quiso perderse la despedida del único Premio Nobel de lengua portuguesa.

Un dí­a más tarde, los mexicanos despedí­an a su cronista en el palacio de Bellas Artes, un paí­s entero paralizado por aquel que dijo las cosas sin ocultarse, por el que supo escribir cuando tení­a que hacerlo. ¡Monsi es del pueblo! Proclamaban sus paisanos. Polí­ticos, medios de comunicación, compañeros de profesión, todos se unieron para despedir al último escritor mexicano que retrató a su pueblo como ningún otro supo hacerlo.

Dos grandes escritores, dos grandes de las letras iberoamericanas se fueron para no volver, en un fin de semana de fiesta, la de las letras, que se vistió de negro al despedir a dos de sus hijos más queridos.