El desconcierto y la incredulidad reinan en Italia ante el renacer del temido grupo terrorista de ultraizquierda de las Brigadas Rojas (BR), cuyas células armadas volvieron a aparecer esta semana en el norte del país trayendo amargos recuerdos de los sangrientos «años de plomo».
Un total de 15 personas acusadas de pertenecer a las BR fueron detenidas el lunes, en una imponente redada en la que participaron 500 policías y se realizaron más de 80 registros en las norteñas ciudades de Milán, Padua, Turín y Trieste.
Esas detenciones volvieron a sumir a Italia en la pesadilla del terrorismo y la violencia de los años 70 que costaron la vida a más de 400 personas.
La nuevas células de las Brigadas Rojas, la organización que secuestró y asesinó al primer ministro democristiano Aldo Moro en 1978, se proclaman pertenecientes a la llamada «segunda posición».
Esta cree en la revolución armada con el apoyo de las masas, al contrario de un sector «militarista», y está formada sobre todo por jóvenes.
Así, la mayoría de los detenidos tienen poco más de 20 años, y cuando las BR comenzaron a azotar Italia con atentados y asaltos ni siquiera habían nacido.
Nueve de los quince detenidos –entre los que hay estudiantes, obreros, magos del ordenador y una joven poeta– estaban inscritos al principal sindicato del país, CGIL, de izquierda, cuya movilización en los años 80, al lado del Estado y la sociedad civil logró desmantelar las BR.
Los detenidos llevaban una doble vida, marcada por medidas rigurosas y secretas que les hacían no usar teléfonos móviles y citas en rumorosas estaciones de trenes para no ser interceptados.
La banda fue investigada por orden del juez Guido Salvini durante dos años por los servicios de seguridad y espionaje y contaba con cuatro expertos ’maestros’, que apenas habían superado los 50 años, sobrevivientes de las viejas BR.
«Conocía personalmente a uno de ellos. Era un tipo discreto y silencioso, uno que jamás se ubicaba en la extrema izquierda», contó a la AFP el director del diario independiente de izquierda Il Manifesto, Gabriele Polo.
Polo se refería a Vincenzo Sisi (53 años), delegado sindical y detenido por ser el jefe de la célula de Turín.
Otro jefe, Alfredo Davanzo, 50 años, fue juzgado en rebeldía y condenado en 1982 a 10 años de cárcel por un atraco a mano armada tras lo cual huyó a Francia, de donde regresó clandestinamente.
Vivía en una casa perdida entre las montañas sin agua, luz ni teléfono.
«Decidimos arrestarlos porque estaban listos para matar», contó a la revista Espresso uno de los investigadores, que descubrió los polígonos de tiro clandestino donde se entrenaban en el noreste de la península y las cuevas donde escondían armas.
«Planeaban una guerra prolongada y evitamos una ola de terror», declaró el ministro del Interior, Giuliano Amato, ante el parlamento.
Como sus predecesores, los terroristas del siglo XXI planeaban cometer atentados demostrativos, como hacer estallar una bomba en la sede del diario de centroderecha Libero en Pascua y asesinar a Pietro Ichino, un ex sindicalista y experto en derecho laboral que defiende la reforma de la administración pública.
También proyectaban un atentado a una residencia abandonada del ex primer ministro, Silvio Berlusconi, en Milán y disparar a las piernas –como hacían las BR– a «enemigos de clase» que habían identificado en directivos de la empresa estatal petrolera.
«Italia no está reviviendo el terrorismo, pero todavía existen terroristas», reconoció Luciano Violante, ex magistrado del grupo antiterrorismo y actual diputado de los Democráticos de Izquierda.
Con el pasar de la semana, la fiscalía ha empezado a investigar a más de veinte sindicalistas, provocando así una verdadera crisis dentro de la CGIL.
«Se trata de un fenómeno peligroso pero aislado», aseguró Fausto Bertinotti líder de Refundación Comunista y otrora sindicalista de CGIL, mientras editorialistas y estudiosos analizan el nostálgico renacer de un fenómeno que se creía enterrado.
«Hay un gran vacío político en Italia que la izquierda moderada no logra cubrir y que lleva desgraciadamente a unos pocos locos a creer que se puede llenar con las armas», comentó el director de Il Manifesto.