El día 24 de junio, el mundo occidental y los países que de una u otra forma participan de la cultura judeocristiana, celebran una de las más importantes festividades que se hunden en la prehistoria de los pueblos: las celebraciones del día de San Juan, de importancia capital para la cultura afroamericana; de no menor trascendencia en la cultura cristiana, San Juan es dador de vida y buena suerte.
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela A mi padre, maestro Celso Lara Calacán, con inmenso amor.
En Guatemala está muy ligada a cierta suerte de adivinaciones, leyendas, como el florecimiento del amate -única fecha en que dicho árbol florece- y es el día en que el diablo da plata a manos llenas en los recodos de los caminos y donde haya agua corriente. Es también la noche de los brujos y Aj»kines en el altiplano occidental indígena. Y las procesiones del día de San Juan, cuyas andas cargadas de flores, recorren las calles de los pueblos bajo cuya protección está el pueblo. Talvez la más esplendorosa en nuestro país es la de San Juan Sacatepéquez.
Sin embargo, esta fiesta no es de origen reciente, de un poco más de quinientos años. Va más allá. Estos apuntes breves, a vuelapluma, tienden a auscultar los orígenes de la celebración, con el objeto de entender las celebraciones actuales.
El día de San Juan Bautista -24 de junio- es una de las fiestas cristianas más extensamente difundidas en el mundo occidental. Durante siglos, caracterizada por prácticas purificadoras con agua y fuego, ritos eróticos y de adivinación, que permanecen evidentes a través de su capa de cristianización, son supervivencias de antiguos cultos entre los cuales se encuentran los agrarios solares. La persistencia en el tiempo de sus características expresa, tanto su pasado remoto como la capacidad de la Iglesia Cristiana de incorporar elementos paganos a sus prácticas religiosas para incentivar la participación masiva en dichos eventos. Aún cuando los antecedentes de esta fiesta ya no tienen vigencia en la mente popular, año tras año se siguen llevando a cabo con características semejantes, tanto en Europa como en los países de América Latina, cuya colonización fue realizada por los pueblos latinos.
El hábito arraigado de encender hogueras y saltar sobre ellas para purificarse y preservarse de enfermedades, fue práctica tildada de pagana y prohibida muy explícitamente en el Concilio Truliano que se celebró en Constantinopla a fines del siglo VII, cuando se instruyó especialmente a los canónigos evitar esta actividad so pena de destitución.
No obstante, esta costumbre jamás se eliminó y sobre todo persistía en la fiesta de San Juan, en la que los autores de Iglesia describían las fogatas nocturnas sobre las que saltaban hombres y mujeres, como lugares donde se obtenían auspicios «por una suerte de diabólica inspiración».
Esta costumbre perduró inalterable y la iglesia tuvo que ceder. Así el estatuto de la ciudad de Orvieto (1491) prohíbe el encender hogueras nocturnas en otra fecha, excluyendo de esta prohibición explícitamente la fiesta de San Juan. En Guatemala las fogatas de San Juan aún se practican en aldeas perdidas de Jalapa, Santa Rosa y Jutiapa.