El socialismo radical del presidente venezolano Hugo Chávez, que impulsa con fuerza las nacionalizaciones, está haciendo escuela entre sus aliados de Latinoamérica, Bolivia y Ecuador, generando serias preocupaciones en Estados Unidos.
En una semana, el régimen chavista impuso a los intereses estadounidenses la compra de varias compañías del sector eléctrico y de las comunicaciones, una inversión de 1.500 millones de dólares efectuada en nombre del «control de la industria estratégica».
En tanto, el ejército boliviano tomó un complejo minero y lo nacionalizó por órdenes del presidente Evo Morales, mientras que el Congreso ecuatoriano se encuentra bajo la presión popular para que autorice al nuevo jefe de Estado, Rafael Correa, a organizar un plebiscito para crear una Asamblea Constituyente.
«Puede ser que haya un efecto de contagio o imitación entre aquellos países. En este sentido, Chávez tiene sin duda el liderazgo», explicó Simón Pachano, profesor de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), con sede en Quito.
Primer mandatario boliviano de origen indígena, Morales, un ex cocalero, afirmó haber «comenzado el cambio en Bolivia», esperando que su país, el más pobre de Sudamérica, «crezca como Cuba», a casi un año de haber decretado la nacionalización de los hidrocarburos.
Correa, un economista antiliberal que se opone a un acuerdo de libre comercio con Washington, ha pedido a sus partidarios «aplastar a la mafia de derecha» y prometió a los ecuatorianos el «socialismo del siglo XXI», frase acuñada por su homólogo venezolano.
Para uno de los representantes de la oposición ecuatoriana, el diputado centrista Fausto Cobo, es evidente que «aquí no manda Correa, manda Chávez, esa es la verdad».
«Los tres (líderes) tienen la misma idea de la economía, el viejo modelo de la intervención estatal alejado de las privatizaciones de los años ochenta y noventa», considera Pachano, que ve como una característica común de estos regímenes la «simulación de la democracia representativa para concentrar todos los poderes».
Sin embargo, el politólogo selaña la disparidad de los contextos nacionales. Venezuela, quinto exportador mundial de crudo, se «aprovecha de la renta petrolera que le permite sostener una política populista, pero es imposible para las economías más frágiles».
La Paz recién solicitó, con mucha humildad, al gobierno estadounidense la prolongación de las preferencias arancelarias para los países andinos, gracias a las cuales Bolivia exporta unos 50 millones de dólares anuales.
El activismo de Chávez, así como su influencia en la región, no deja de generarle inquietudes a Estados Unidos, tanto en las filas del oficialismo como de la oposición.
El senador demócrata Bob Menendez le reprocha a la Casa Blanca haber permitido «a los Chávez del hemisferio llenar el vacío y perjudicar nuestros intereses», y la secretaria de Estado Condoleezza Rice acusó al presidente venezolano de «destruir» su propio país.
La gira por América Latina del presidente estadounidense George W. Bush, que realizará en marzo por algunos de los países considerados más amigables (Brasil, Colombia, Guatemala, México y Uruguay), suena a una estrategia diplomática.
Burlándose de un gobierno estadounidense «desesperado», Chávez se alegra de esta «buena visita» que ofrece, según él, una oportunidad «de darle más fuerza a las luchas antimperialistas».