Los países ricos y en desarrollo se reúnen a partir de este viernes en Canadá con más diferencias que coincidencias sobre cómo seguir impulsando el crecimiento, reducir el problema de la deuda pública o controlar el sistema financiero.
El estadounidense Barack Obama considera que se necesita aún más paquetes de estímulo para que la economía no desfallezca, mientras que los europeos, con la canciller alemana, Angela Merkel, a la cabeza, acuden a la cita tras anunciar drásticos recortes presupuestarios.
China anunció una reevaluación de su moneda considerada demasiado cauta por algunos socios, mientras que los países emergentes como Brasil o India no quieren asumir los costes de la devaluación de las monedas fuertes y de la entrada masiva de capitales provenientes del mundo desarrollado.
«Hay más cosas que dividen que unen a estadounidenses y europeos en la agenda económica», consideró Heather Conley, experta sobre relaciones transatlánticas del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS).
Esas diferencias podrían aparecer desde el viernes en la reunión del G8 de países más industrializados, que se celebra en Musoka (Ontario, oeste).
A pesar de que el G20 debía sustituir oficialmente al G8 como foro de debate económico mundial, Estados Unidos y sus socios occidentales prefieren mantener por el momento esa fórmula más reducida, explica Stewart Patrick, experto del Consejo de Relaciones Exteriores.
«El G20 ha probado ser más torpe que el G8», considera este experto.
Pero esa afinidad por mantener el G8 no parece que vaya a facilitar el debate entre dos zonas económicas, Estados Unidos y la UE, que exhiben ritmos muy distintos de recuperación y de política económica.
«Debemos ser flexibles para ajustar el ritmo de la consolidación y aprender de los errores cometidos en el pasado, cuando las medidas de estímulo fueron retiradas demasiado pronto», advirtió Obama en una misiva enviada a los líderes del G20 la semana pasada.
«Ayer, durante una conversación telefónica con Barack Obama, le expliqué lo importante que es la consolidación presupuestaria», replicó el martes la canciller Merkel.
El G8 deberá además enfrentarse a un reciente informe interno que demuestra sus mediocres resultados en la lucha contra la pobreza.
Los países ricos prometieron en 2005 aumentar su ayuda al desarrollo hasta 50.000 millones de dólares, pero faltan 18.000 millones para cumplir con ese objetivo.
El líder anfitrión, el primer ministro canadiense Stephen Harper, espera compensar esa pobre imagen con la aprobación de una nueva iniciativa de lucha contra la mortalidad materna e infantil en el mundo.
Unos ocho millones de niños mueren anualmente en el mundo por causas médicas que podrían ser evitadas, según la ONU.
La polémica económica corre el riesgo de aumentar en el marco del G20, que se reúne a partir del sábado en Toronto.
La propuesta de una tasa bancaria, que apoyan Alemania y Francia, no interesa en absoluto a otros participantes como Japón o China.
«No va a tener ninguna clase de apoyo dentro del G20», predice Fariborz Ghadar, otro experto del CSIS.
China acude en una posición defensiva, tras haber flexibilizado a partir del lunes la tasa de cambio del yuan como un intento de aplacar el creciente enfado estadounidense.
Finalmente países como Brasil o Argentina, que salieron bien librados de la reciente crisis financiera, no quieren pagar los platos rotos del desacuerdo de sus socios más ricos.
«Durante mucho tiempo todos ellos opinaban sobre Brasil. No queremos opinar sobre ellos. Queremos apenas que esos países hagan todo aquello que decían que Brasil debía hacer», fustigó su presidente, Luiz Inacio Lula da Silva.
Canadá ha gastado unos 1.000 millones de dólares en organizar ambas cumbres, una cifra que ha despertado controversia y que no impedirá la celebración de protestas por parte de sindicatos y organizaciones no gubernamentales.