La empatí­a en la tarea educativa


En un mundo cambiante y de renovación constante, es urgente la actualización permanente de quienes nos dedicamos a la enseñanza.  Si vamos a celebrar el Dí­a del Maestro, conviene reflexionar en la actividad que realizamos para no traicionar a nadie: a la sociedad, a los niños y a los padres de familia.  Tenemos grandes retos que enfrentar para aportar con calidad desde nuestro ser de educadores.

Eduardo Blandón

            Un desafí­o importante consiste en mejorar la actitud que como maestros tenemos frente a los estudiantes.  Si bien es cierto, es importante el dominio de la materia y la pericia en la administración de las aulas (didáctica y disciplina entre otras prácticas pedagógicas), no lo es menos, el que como maestros lleguemos con afecto al corazón de quienes nos han sido confiados.  Es esto lo más importante, dicen los expertos en educación.

 

            Les Tikle, en su libro «Teacher induction: the way ahead», lo confirma al escribir que la tendencia general es calificar como buen maestro a quien tiene conocimiento (entendido como bagaje de información) y competencia (interpretado como destreza pedagógica).   «Yo he mostrado, dice, cómo el conocimiento de las materias y las destrezas pedagógicas son cruciales en la identidad del profesor, especialmente entre estudiantes y profesores primerizos, quienes buscan llegar a ser profesores con capital T.  El capital T «Teacher» está relacionado con el dominio relevante en el conocimiento de la materia, técnicas de enseñanza y administración de la clase, al punto que se vuelve natural el dominio de esa práctica».

 

            Pero, si las dos caracterí­sticas (dominio de materia y competencia pedagógica) son importantes, no lo es menos la capacidad de llegar al corazón de los alumnos.  Esta intuición ya la habí­an captado algunos en el siglo XIX que se oponí­an a la sabidurí­a de la vieja escuela pedagógica que dictaba que «la letra, con sangre entra».  Pero los pedagogos cada vez tienen más claridad de esto.

 

            James H. Stronge, Pamela D. Tucker y Jennifer L. Hindman, en la obra «Handbook for Qualities of Effective Teachers», señala que aunque los estudios sugieren que los procesos de enseñanza y su administración son clave en la efectividad de la acción educativa, en muchas entrevistas y respuestas a encuestas sobre la efectividad de la enseñanza se enfatizan caracterí­sticas afectivas del profesor o conductas sociales y emocionales, más que prácticas pedagógicas.

 

            Este hallazgo permite que los autores ofrezcan algunas ideas en la lí­nea de la empatí­a que es, al parecer, el tránsito obligado del éxito educativo.   «Atender, escriben, estar atentos a los estudiantes (en todo el sentido del término) es fundamental para la efectividad del profesor.  Un estudio define esta atención como el acto de estar próximo al estudiante y ofrecer lo mejor a través de la afirmación y el estí­mulo».

 

            Los expertos indican que la cercaní­a permite la confianza y ésta es la llave maestra no sólo para entender al alumno, sino para que éste sienta afinidad hacia su preceptor y las exigencias se vuelvan menos amargas.  Los estudiantes, explican, les dan gran valor a los profesores que entienden las preocupaciones y problemas de ellos.

  «Los profesores exitosos conocen a sus estudiantes de manera formal e informal. Ellos buscan la oportunidad en la escuela y en la comunidad de mantener lí­neas de comunicación abierta.  Los profesores efectivos atienden a los estudiantes primero como personas, después como estudiantes».   Si es cierto lo que decimos, hay que decir que el gran desafí­o de los maestros actuales va en la lí­nea de estar más próximos a los estudiantes, jugar con ellos, sentir con ellos, gustar lo que hacen, ser más simpáticos.  A lo mejor tiene razón quien dijo que «por ley general, los profesores enseñan más por lo que son que por lo que dicen».