Los sociólogos de la comunicación dicen que vivimos en la sociedad del espectáculo… y enmarcado en este concepto, el Campeonato Mundial de Futbol, que se celebra en Sudáfrica es un buen momento para realizar un análisis semiológico breve e intentar poner en claro algunos puntos y buscar entender por qué apasiona tanto este deporte.
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Góran Sonesson es profesor de la Universidad de Lund (Suecia) y discípulo de Greimas, además de haberse doctorado en Filosofía semiótica en París. Tomaremos prestados algunos de los conceptos del maestro sueco, para tratar de esbozar algunas ideas sobre el tema, pues muchos alumnos y amigos nos preguntan ¿y por qué gusta tanto el futbol?
En el deporte y en el teatro, el ritual representa secuencias de conductas (por lo menos en el plano de la expresión) que se ofrecen a la contemplación, en un mundo que todo se mira. Los deportes buscan el triunfo de su trabajo en equipo, de un trabajo colaborativo en general. En los juegos masivos (y el futbol, lo es) el público va al estadio para que lo vean, para que lo fotografíen, le hagan tomas en TV. Al formar parte del equipo, asume una representación de actor no pasivo.
El futbol gusta tanto, porque los seres anónimos de esta sociedad de masas se convierten en uno de los factores importantes, numéricamente hablando, para el propio equipo. Los «fans» toman cuerpo y dejan de ser individuos sin rostro… y su presencia de apoyo y exaltación en el campo de juego, como portadores de estandartes, colores y canciones, es vital para el juego mismo. Ellos dejan de ser espectadores para asumir un ejercicio actorial y se convierten en participantes del rito deportivo de estar presentes en el estadio, para vivirlo. De allí, las lágrimas cuando se pierde y el desborde de alegría cuando se gana. Porque el futbol es pasión, es emoción y eso otorga intensidad de vida.
El juego de futbol, si bien todo mundo sabe que es una irrealidad porque es una ficción producida muy a propósito, es una realidad secundaria para el fanático, pues éste guarda en su memoria las mejores jugadas como algo especial en su vida, casi como un tesoro espiritual. Imágenes y recuerdos que se pasan de generación en generación y cobran importancia en las relaciones interfamiliares, particularmente entre padres e hijos. Porque hoy por hoy, los deportes de masas representan una evasión de esas circunstancias cotidianas de penas y agobios, para convertirse en espectáculos planificados para las cámaras de televisión… y las transmisiones en vivo, en directo. Y saborear cada jugada en cámara lenta, una y otra vez.
Callois clasificó los juegos, entre ellos los que se denominan Agon, y el futbol es de este tipo, que son de recia competencia, como el básquetbol. Para estos deportes es muy importante cómo se percibe el juego mismo y cómo se experimenta. Y el juego tiene importancia por lo que se consigue: ganar. Porque ganar es un placer. Los equipos buscan meter el balón en la portería contraria. Y adquiere un carácter ritual, porque son medios para conseguir una meta. La palabra «goal» significa meta en inglés. Meter goles es la meta. La portería contraria debe ser abatida, como en cualquier guerra, simbólicamente hablando. Es pues, una guerra entre dos equipos: el objetivo es abatir al opositor, deportivamente entendido. Pero guerra, al fin.
El esquema de estos deportes siempre es el mismo: once jugadores contra otros once, que buscan meter la pelota en el arco contrario. Pero esta lucha se convierte en una actividad ritual, porque los equipos hacen uso muy parecido de los signos y símbolos como cualquier rito que busca contacto con su divinidad. Es todo un ritual pertenecer a un equipo o ser su fanático, vivir los colores del conjunto. Y esto se acrecienta cuando el equipo es el nacional, como en estos días mundialistas.
En el deporte, los fanáticos, los verdaderos fanáticos, entran en trance, en una unión colectiva con su deidad, que es un ente totalmente abstracto: el dios del futbol. Se busca ganar, ser superior al otro, para entrar en éxtasis. Seguiremos…